Suena extraño a la tradición nacional, y a la del peronismo en particular, escindir el liderazgo de la conducción política. Sin embargo, entre intendentes del PJ bonaerense esa sería la fórmula para dejar atrás la etapa de dominio kirchnerista: muchos de ellos dicen que Cristina Fernández de Kirchner puede, o pudo, liderar pero no conducir.
El dato para nada menor es que lo repitieron en medio de la disputa por la conducción partidaria en la provincia, precisamente y a contramano del interés de la ex presidente. Parece una manera elegante de dar vuelta la página que anota la derrota de octubre en su última línea.
No es el único mensaje que emite el peronismo. La mayoría de sus catorce gobernadores son más prácticos y no se exponen, además, a la radiación de las tensiones bonaerenses.
Constituyen un conjunto heterogéneo que ejerce de hecho la representación nacional del PJ, con expresión bastante trabajada en el Senado y con dificultades aún para terminar de hilvanar su traje en Diputados. Prefieren no hablar de la ex presidente, sino dar por cerrada esa etapa de la manera menos ruidosa posible.
Los jefes provinciales del PJ están tomados por las negociaciones en continuado que le plantea el gobierno nacional y por sus propias gestiones. Reforma fiscal, modificaciones de Ganancias y del impuesto al cheque, Presupuesto y deudas, además de los propios compromisos de cambios escalonados en impuestos locales y contención de gastos, son puntos centrales en su temario.
Pero no es esa la cuestión excluyente. Creen que mantener la discusión con eje en la ex presidente es costoso para ellos y redituable sólo para Mauricio Macri. Algunos rompieron con Fernández de Kirchner hace tiempo, otros creen que es una etapa superada e inconveniente en los días que corren, y unos pocos prefieren el silencio para ir saliendo del paso sin entrar en detalles sobre favores y lazos cercanos.
Desde el cordobés Juan Schiaretti y el salteño Juan Manuel Urubey, en una punta, hasta la catamarqueña Lucía Corpacci y Gildo Insfrán, en la otra, es amplia la gama de tomadores de distancia, en la que también se enrolan el tucumano Juan Manzur, el entrerriano Gustavo Bordet, el sanjuanino Sergio Uñac, el chaqueño Domingo Peppo y la fueguina Rosana Bertone, entre otros. Los matices no refieren a ganadores o perdedores de octubre. Más bien, mandan las hipótesis sobre el mejor camino hacia el 2019.
Está claro para la mayoría que dejar a la ex presidente en el centro de la discusión hace daño, aunque un punto nada desdeñable es cómo construir un perfil renovador sin dar ese debate.
«Macri la va a seguir usando. Es negocio político. Por eso no va a ir presa», dice una fuente que transita habitualmente el circuito de los jefes provinciales, dando por hecho que el Presidente puede imponer esa lógica por encima del peronismo y, también, dando por cierto un correlato automático en las decisiones de los jueces federales.
Como sea, más allá del volumen y del uso del poder que esa valoración le adjudica a Macri, la preocupación no se ajusta únicamente a los factores externos. Registra, por supuesto, que Cristina Fernández de Kirchner tiene decidido jugar fuerte, o hasta donde le den sus posibilidades, para sostenerse en la pelea. Se trata de una disputa que de modo cada vez más claro apunta en dos direcciones: además de enfrentar con extrema dureza a Macri, con la esperanza de ser única expresión opositora –o la de mayor peso individual-, busca dinamitar los puentes de negociación entre el PJ y la Casa Rosada.
Dice ella y lo repiten sus voceros y dirigentes cercanos que los más de tres millones de votos obtenidos en octubre, aún perdiendo, son un capital exclusivamente propio, que sobra para ser referente ineludible en Buenos Aires y alcanza para proyectarlo al resto del país. La ex presidente estuvo esta semana en Tucumán y piensa repetir pasadas por otras provincias, en especial aquellas donde pueda articular su interés con las disputas internas del peronismo local, colocados como ya están los gobernadores en la categoría de enemigos.
En contrapartida, resulta claro además de expresado en diálogos internos, que quienes se consideran «renovadores» a escala bonaerense buscarán afirmar vínculos con los gobernadores en el plano nacional. El año pasado hubo un ensayo, pero quedó en eso. Es también un paso esperado por los jefes provinciales, porque resulta difícil imaginar la recomposición del PJ sin pisar tierra firme en el principal distrito electoral del país.
Con todo, los primeros deberes de los intendentes son domésticos. No es un secreto para ninguno el juego dual de la ex presidente, en el interior del peronismo y también por afuera, privilegiando su círculo más próximo.
Fernando Espinoza fue un sostén central para su última creación electoral: al frente formalmente del peronismo y con base en La Matanza -acompañado por su sucesora en la intendencia, Verónica Magario-, empujó en primera fila para vaciar el PJ y armar Unidad Ciudadana. Contó de entrada con apoyo kirchnerista para seguir al frente de la conducción partidaria, pero el respaldo fue menguando frente al deterioro de sus acciones en la bolsa de la interna. Cuestión de imagen y también valoración declinante a futuro: devaluado, ¿cuánto suma el ex jefe de La Matanza?
Al mismo tiempo, desde el kirchnerismo más vertical se dejó trascender que la marca a cuidar es Unidad Ciudadana. La ex presidenta busca preservar a su núcleo duro, malhumorada frente a cuestionamientos, de hecho y de palabra, antes inimaginables. Es una señal defensiva, frente al avance de los referentes de los municipios más poderosos, y un mensaje de ruptura: armarían bloques propios en la Legislatura provincial, en línea con lo que se avecina a nivel nacional.
Para dar la batalla por la conducción partidaria, se plantaron esta vez enfrente los intendentes peronistas de la Primera Sección electoral (norte y noroeste del GBA) y varios jefes locales de peso en la Tercera Sección (sur del GBA), vecinos de Espinoza. Gustavo Menéndez, de Merlo, y Fernando Gray, de Esteban Echeverría, aparecieron como dupla de este grupo, de extensión amplia. No da para conclusiones apresuradas en términos de un reacomodamiento más global, pero el acuerdo integró como socios también a Gabriel Katopodis, de San Martín, que jugó con Florencio Randazzo, y a Julio Zamora, de Tigre, alineado con Sergio Massa.
Pero al margen del desenlace de la interna, lo que quedó en el centro del tablero es la discusión sobre el capital de la ex presidente. Resulta difícil establecer cuánto aportó electoralmente la maquinaria «pejotista» –es decir, el grueso de sus intendentes del Gran Buenos Aires-, pero parece claro que no resultó marginal la decisión mayoritaria de optar por Unidad Ciudadana para preservar sus territorios.
Aun en la derrota de Fernández de Kirchner, varios intendentes peronistas lograron imponerse en sus distritos. Y muchos, ganadores y perdedores, recurrieron en estas horas a otra regla elemental de la preservación: la búsqueda de nuevos caminos para seguir existiendo en política. No debería ser una sorpresa para nadie.