«Nunca te rindas tratando de hacer lo que realmente deseas hacer. Donde hay amor e inspiración, nada puede salir mal», sostuvo en una oportunidad Ella Fitzgerald, la Reina del jazz. Y esta frase calza a la perfección para describir lo que está logrando Ana Obarrio de Pereyra Iraola, un verdadero ejemplo de vida.
Cuando era joven, fue catalogada como una de las grandes promesas del tenis argentino. Pero sus sueños se vieron truncados por el amor que le tuvo a quien fuera su esposo. «Tenía que jugar un campeonato muy importante y debía jugar con el campeón de Italia. Lo que es el amor, ¿no? A mi marido no le gustaba que jugara doble mixto con hombres, entonces no jugué, y a partir de ahí no jugué más. No me arrepiento».
«Lo volvería a hacer. Mi primera felicidad son mis hijos y después el tenis». Ella crió a diez «retoños», los cuales tuvo muy seguidos y le demandaron demasiado tiempo. Recién a los 40 logró hacerse un espacio para despuntar el vicio con la raqueta, pero sólo para enfrentar a sus amigas.
Cuando falleció su pareja, a los 60, intentó retomar su truncada carrera como tenista. Con 83, es una de las mejores en su categoría (más de 80 años). El año pasado se adjudicó el Master y con su equipo cayó ante Inglaterra en semifinales del campeonato del mundo; por lo que en 2017 buscará revancha.
«Mi obsesión es ganar en Orlando en 2017, donde será el próximo mundial. Representar a Argentina se siente en el corazón así que vamos a ir a ganar», recalcó la mujer que figura en el escalafón 34 del ránking.
Ana Obarrio no entiende de impedimentos y va en busca de sus sueños. Cuando entra al rectángulo de juego, su mundo se detiene y su cuerpo se llena de alegría. «Me pongo las zapatillas y cuando siento el piso de la cancha de tenis, me produce placer, para mí es felicidad. El tenis me da muchísima felicidad», explicó en diálogo con AFP.
«¿La edad? Te diría que no me doy cuenta de la edad. Me preguntan hasta cuando voy a seguir, y yo digo que hasta que el cuerpo me dé. No es un impedimento para mi, me ayuda», cerró Obarrio, una abuela con 37 nietos que no sabe de quimeras y utopías.