Por Facundo Gallego
“Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Palabra del Señor
Hermanos y hermanas: Hoy, estamos iniciando este camino de Cuaresma, un tiempo de conversión, de sanación y liberación. La Iglesia nos propone unirnos en oración, limosna y ayuno, de manera que podamos restaurar los hermosos vínculos que el pecado nos hace perder: vínculo con nosotros mismos, con los hermanos y con Dios.
La limosna y el hermano
En primer lugar, el Señor no sólo nos invita a hacer limosna, sino que nos enseña cómo practicarla. La limosna es, en primer lugar, ofrecer nuestro dinero, nuestras pertenencias, nuestro tiempo y nuestra vida a quien realmente lo necesita. Y la manera que el Señor nos propone es practicarla en el silencio y sin esperar nada a cambio. Ni siquiera buena fama: no pretendamos que vayan por la vida diciendo: “fulanito es tan generoso, tan caritativo, tan humanitario…” En silencio y sin pretensiones: así es como debemos ofrecer a los hermanos lo que tenemos.
La oración y Dios
“La oración es una conversación de amor con quien sabemos que nos ama”, dice Santa Teresa de Jesús. Por eso, la oración es un verdadero encuentro con una Persona que es Amor.
En esta cuaresma, tenemos la oportunidad de redoblar esfuerzos en pasar más tiempo con el Señor. Si solemos dedicarle un minuto a orar, lentamente vayámosle sumando más minutos, aunque sea de a uno: es mejor poco y bueno que mucho y malo. Y, si ya tenemos “cancha” en los tiempos de oración, robémosle unos minutos más al día para seguir conversando con el Señor. Es un tiempo propicio para volver a expresarle nuestro amor y entregarle nuestro corazón.
El ayuno y nosotros
Finalmente, el ayuno es lo que nos vuelve a “amigar” con nosotros mismos, que somos “nuestros prójimos más difíciles”. El mundo de hoy nos divide, nuestro corazón está partido en dos: entre todo lo que el mundo puede ofrecernos falsamente como verdadera riqueza, como placer auténtico u honores humanos; y lo que el Señor quiere de nosotros, es decir, hacernos pobres para ser ricos, disfrutar de su presencia y su acción, y ser humillados para ser enaltecidos.
Por eso, el ayuno se realiza con la privación de lo que es legítimo: incluso de una rica comida después de una jornada de trabajo. También, de lo que es opcional, como un rico chocolate a media mañana. Pero sobre todo apunta al ayuno de aquello que nos aleja de Dios: “fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza” (Ga 5,19-21).
Pensemos qué es la “basura que tenemos que sacar” de nuestro corazón para hacer el espacio a Dios, para darle el lugar que corresponde. Y, para ayudarnos, aprendamos a pedir en oración y vivir los frutos del espíritu: “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Ga 1,22-23).
¡Que la ceniza de este día nos encuentre resucitados con Cristo en su Pascua!