Si hoy se le pregunta a un ciudadano brasileño a quién elegiría como presidente en las elecciones del año que viene, el 26% menciona a Luiz Inácio Lula da Silva, que gobernó el país entre 2003 y 2010. El segundo nombre que aparece espontáneamente entre los encuestados por Ibope es Jair Bolsonaro, con el 9 por ciento. Lejos, con un tímido 2%, está la ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva.
Cuando a las personas se les presenta una lista cerrada de candidatos, Lula trepa al 35%, Bolsonaro al 13% y Silva al 8 por ciento. Pero como el ex mandatario del Partido de los Trabajadores (PT) fue condenado en primera instancia a 9 años y medio de prisión en el marco de la Operación Lava Jato, podría quedar afuera de la carrera electoral. Bastaría un fallo confirmatorio del Tribunal Regional 4 de Porto Alegre. Si él no pudiera presentarse, los sondeos arrojan un empate técnico en 15% entre Silva y el militar, con el presentador televisivo Luciano Huck en el tercer lugar, con 8 por ciento.
Bolsonaro, un ex paracaidista del Ejército que hoy tiene 62 años, se hizo famoso en 1986, cuando era capitán del Octavo Grupo de Artillería de Campaña y escribió, en la sección «Ponto de Vista» de la revista Veja, un artículo en el que reclamaba por los bajos salarios en la fuerza. Fue arrestado por insubordinación, pero el Superior Tribunal Militar lo absolvió dos años más tarde. Ese fue el fin de su carrera castrense y el comienzo de la política.
Tras pasarse a la reserva del Ejército, su primer cargo electivo fue como concejal de Río de Janeiro, por el Partido Demócrata Cristiano. En 1991 ingresó al Congreso Federal como diputado, cargo que mantiene hasta hoy, tras sucesivas reelecciones. Como su causa fue siempre unipersonal, pasó por distintas fuerzas políticas. Luego de dejar a los democristianos, pasó al Partido Progresista Brasileño, en el que permaneció hasta 2003, cuando se sumó al Partido Laborista Brasileño por dos años. Tras un paso fugaz por Demócratas, volvió al progresismo por más de una década. En 2016 pasó al Partido Social Cristiano, pero tras pelearse con sus autoridades, se unió al pequeño Partido Ecológico Nacional (PEN).
Hasta 2014, Bolsonaro era una figura mediática y conocida por sus escándalos, pero relativamente marginal en la escena política nacional. Con unos 120 mil votos, había ocupado el puesto 11 entre los candidatos más votados de Río de Janeiro en las elecciones legislativas de 2010 (el sistema brasileño admite el sufragio por un postulante en particular dentro de la lista que presentan los partidos). Sin embargo, tras cuatro años de mucha convulsión política por los avances de las investigaciones judiciales sobre la corrupción de los gobierno del PT y de sus rivales tradicionales, se convirtió en el más popular del estado, con 464 mil votos, que representan el 6% del electorado.
«Factores como las diversas delaciones y los arrestos, entre otros episodios del Lava Jato, junto con el proceso de impeachment que terminó con la destitución de la presidente Dilma Rousseff, no sólo generaron inestabilidad económica y política, sino también una gran desconfianza hacia la clase política», explicó a InfobaeSandra Avi dos Santos, investigadora del Centro de Estudios sobre Comportamiento Político, Opinión Pública y Elecciones en América Latina, de la Universidad Federal de Paraná.
En este contexto, el éxito que está teniendo Bolsonaro no se explica tanto por su ideología o por el contenido de sus propuestas, sino por el efecto disruptivo que generan. «La mayor fortaleza de su candidatura —continuó Dos Santos— es ser considerado por parte del electorado como alguien diferente. A pesar de sus controversias, ‘es distinto de los que ya están’. De todos modos, esto solo no alcanza para ganar una elección».
Si bien nunca había sumado tantas adhesiones como ahora, Bolsonaro consolidó con el correr de los años una sólida base electoral entre los sectores más conservadores, primero de Río de Janeiro, pero luego de gran parte del país. Hay un grupo relativamente numeroso de fanáticos que lo siguen a donde va, lo admiran como a un ídolo deportivo y lo llaman «El Mito».
En un discurso realizado en febrero de este año en Campina Grande, estado de Paraiba, el ex paracaidista expuso con notable claridad algunos de los ejes que estructuran su discurso. «Dios no tiene ese historial de Estado laico, no. El Estado es cristiano y la minoría que está en contra, que se cambie. Las minorías tienen que inclinarse hacia las mayorías», dijo.
Un sector importante de la sociedad brasileña mantiene códigos culturales que son más propios de las sociedades jerárquicas del siglo XIX, que de la horizontalidad que rige las relaciones en el siglo XXI. Por eso repudian los ideales democráticos del respeto hacia la diversidad y se sienten identificados con un líder que propone la utópica restauración de un orden conservador en el que no habrá lugar para los homosexuales, donde las mujeres, los negros y los indígenas serán castas subordinadas, y en el que no habrá reparos en usar la fuerza en contra de los que se atrevan a desafiarlo.
A la luz de esas claves hay que leer su defensa irrestricta de la dictadura militar que imperó en Brasil entre 1964 y 1985. En una entrevista televisiva, se refirió a ese período como una «época maravillosa», en la que «se podía salir a la calle con seguridad y la familia era respetada». En otra ocasión llegó a decir que «su único error fue torturar y no matar».
Cuando votó en abril de 2016 a favor de la destitución de Dilma, dijo que lo hacía «en memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Rousseff». Se refería al jefe de inteligencia de la dictadura, acusado de haber ordenado el secuestro y tortura de cientos de presos políticos, entre ellos la ex mandataria.
«Una parte de la fama de Bolsonaro proviene de su prédica conservadora en contra del movimiento LGTB y de sus críticas al feminismo. Otra parte, de su antipetismo, de la defensa del régimen militar y de su propuesta de establecer penas más duras para los crímenes comunes. Una porción del electorado responde positivamente a esta visión», dijo Maurício Michel Rebello, profesor de ciencia política en la Universidad Federal de la Frontera Sur, en diálogo con Infobae.
Los gays están entre sus blancos predilectos. Bolsonaro los condena sin eufemismos. En una entrevista con la revista Playboy, en junio de 2011, aseguró que «sería incapaz de amar a un hijo homosexual» y que prefería que «muera en un accidente a que aparezca con un hombre con bigote por ahí». La actriz canadiense Ellen Page, que es activista por los derechos de los gays, lo entrevistó en 2016 para un documental. Después de decirle que si la viera por la calle silbaría, le expuso su «teoría» sobre la diversidad sexual. «Cuando era joven había pocos homosexuales. Con el paso del tiempo, por los hábitos liberales, por las drogas y porque las mujeres empezaron a trabajar, aumentó el número».
Que las mujeres aspiren a estar en igualdad de condiciones con los hombres es otra de las tendencias contemporáneas que le molestan. En 2003 tuvo en los pasillos del Congreso una discusión muy recordada con la diputada Maria do Rosário. La legisladora del PT lo acusó de promover la violencia que termina con violaciones y muertes. Tras preguntarle si lo estaba acusando de ser un violador, Bolsonaro le dijo: «No te violo porque no lo mereces». Luego, ante los gritos de indignación de su colega, la empujó y cerró la discusión llamándola «vagabunda» (prostituta). En 2015 volvió a decirle —en esta oportunidad en plena sesión— que no la violaba porque era fea. Como resultado, Do Rosário le inició una causa por la que el Superior Tribunal de Justicia lo condenó a pagarle una indemnización de 3.000 dólares.
En abril de 2017, en un discurso en el Club Hebraica de Río, volvió a arremeter contra las mujeres. «Tengo cinco hijos —dijo—. Cuatro son hombres, pero en el quinto me dio una debilidad y vino una mujer». En ese mismo acto, se refirió a los negros. «Los afrodescendientes no hacen nada, creo que ni como reproductores sirven más», afirmó. Por eso fue condenado a pagar una multa de 16.000 dólares. Bolsonaro se opone también a la entrega de tierras a los indígenas. En uno de sus tantos discursos sobre el tema, se refirió a ellos como «indios hediondos, no educados y no hablantes de nuestra lengua». Todavía no lo condenaron por eso.
«No está arriba en las encuestas por lo que dice, sino por lo que representa. Es un ataque directo a los partidos y a los grupos que han controlado el sistema político brasileño desde la redemocratización. El sentimiento antiestablishment nunca había sido tan alto. La mayoría de los electores de Bolsonaro no lo toma literalmente y probablemente piensa que va muy lejos en sus comentarios sobre las violaciones y sobre la necesidad de torturar a los criminales. Pero se suman a la revuelta en contra del establishment, representado por el PT, el PSDB (principal partido de oposición al PT), el PMDB (partido del presidente Michel Temer) y todos los que gobernaron en las últimas tres décadas», dijo a Infobae Roberto Simon, especialista en análisis de riesgo político en América Latina de la firma FTI Consulting.
Si bien suele presentarse como la contracara de los políticos corruptos, tampoco está exento de denuncias. Su nombre figura como receptor de 60 mil dólares de la empresa JBS para su campaña de 2014. Es la misma firma acusada de financiar a Temer y a Aécio Neves, ex candidato presidencial del PSDB. Según la declaración registrada ante el Tribunal Superior Electoral, su patrimonio creció más del 150% entre 2010 y 2014. De todos modos, eso no parece molestar a sus seguidores.
Optimista, Rebello no cree que Bolsonaro pueda materializar sus ambiciones presidenciales. «La ciencia política ha demostrado que los electores aprenden durante las campañas políticas. Algunas declaraciones, como el elogio a la tortura y la incitación a la violencia contra la mujer, van a ser explotadas durante la campaña, lo que puede provocar una caída en su popularidad. El elector brasileño es muy diverso, pero la mayoría no es extremista, así que si Bolsonaro no modifica su comportamiento perderá muchos votantes».
Lo cierto es que todavía falta un año para los comicios y, en un escenario de incertidumbre máxima, todo puede cambiar drásticamente. «Los ciudadanos tienen aún poco conocimiento de quiénes son los precandidatos en el ámbito nacional, de qué defienden y de qué proponen —dijo Dos Santos—. Nombres como los de Lula y Bolsonaro son mencionados en las encuestas porque aparecen diariamente en los medios. Uno por ser ex presidente, y el otro por sus posiciones tan polémicas».
Por otro lado, es muy difícil ganar una elección presidencial en un país tan grande como Brasil sin una estructura partidaria y sin el apoyo de factores de poder relevantes.
Bolsonaro no tiene ni una cosa ni la otra. Si bien ha tratado de acercarse a los empresarios con una retórica económica pro mercado, luce demasiado impredecible como para que lo acompañen.
«Los analistas se están olvidando de lo importantes que son los partidos políticos en las elecciones presidenciales —señaló Rebello—. Bolsonaro aún no definió por qué partido o coalición competirá, pero supongo que ninguno de los grandes considerará apoyarlo. Eso lo dejará con muy poco dinero y tiempo para hacer publicidad en televisión, que son variables importantes».
No obstante, si bien no se pueden soslayar las enormes limitaciones que tiene su candidatura, tampoco sería prudente subestimar los importantes niveles de apoyo que consiguió. El mundo contemporáneo se volvió tan inestable que ya no es posible confiar en que, al final del día, los moderados se van a imponer a los extremistas. Son demasiados los ejemplos recientes que lo desmienten.
Simon consideró que «es una posibilidad real» que Bolsonaro acceda a una hipotética segunda vuelta. «Sobre todo si tenemos dos o más candidatos representando al centro y a la centroderecha, lo que dividirá esa parte del electorado. Si Bolsonaro logra modelar una narrativa política que presente a los comicios como un referéndum sobre el establishment político de Brasil, tiene buenas chances de ganar».