«Tengo un hombre, mi marido es Pepe Cibrián (risas). Te juro que no tengo a nadie. Estoy feliz por el teatro, con Pepe somos todo, somos madre, padre, hijo, marido, pero no tenemos sexo, lo estoy tratando de convencer, uno nunca sabe» dice entre risas en esta charla en la que cuenta que cree en la reencarnación y que espera en una próxima vida seguir rodeada de su familia.
—¿Le hablás al Vasco?
—Siempre, está harto de mí. No digo la expresión idiomática, pero las debe tener así de moño: «Vasco, los chicos. Vasco, tal cosa. Vasco, esto. Vasco…». Sí, sí, todo el tiempo.
—¿Le pedís que te cuide?
—A los chicos. Antes de salir en los estrenos, al escenario, lo invoco, lo invoco a mi papá, al Vasco, y después siempre pido la protección de Niní Marshall, de la Campoy, de Jorge y Aída Luz, les digo «vengan a mí». Y ahora que estamos en este teatro, el Astral, que es tan bello, todos los días le hablo un poquito a Alicia Zanca, que trabajé mucho con ella.
—Qué linda forma de continuar con las ausencias.
—Es que un poco esta obra que nosotros hacemos con Pepe habla de eso del buen vivir y del buen morir, es un canto a la vida. Es pasar a otro estrato, yo estoy segura de que están en otro sitio pero que están.
—Ojalá los encontremos.
—Ay, sí, porque viste que si te reencarnás, decís: «Ay, pero yo no me acuerdo dónde estaba antes, entonces me gustaría un poquitito acordarme». Que me diga: «Hola, soy Vasco», y ahora es mi abuela. El día que me muera, los chicos saben que tienen que organizar descontrol total, música, fiesta, me creman, lo lamento por el Papa, me van a cremar. Y Vasco está en un árbol, yo no quería estar en ese árbol, había elegido un sauce eléctrico, porque me siento más identificada; ahora voy a tener que estar en un pino. Y se va a joder, porque como está ahí les digo: «Van a tener que sacar las piedras» y voy a estar arriba tipo: «Correte, correte» (risas).