El dramático laberinto en el que se encerró el Papa

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Nicole Martínez es una periodista de apenas 30 años, que trabaja en la radio chilena Bio Bio. El miércoles pasado le tocaba cubrir la misa que Jorge Bergoglio iba a ofrecer en Iquique. Se ubicó cerca de la carpa donde iba a estar Michelle Bachelet para relatar su ingreso al predio. Así lo hizo. Pero luego vio acercarse el papamóvil. Supuso que apenas lo estaban estacionando hasta que alguien colocó la escalerilla para que el Papa subiera a él.

Entonces, Martínez se decidió a esperarlo. Hacía un calor insoportable y el sol estaba fuertísimo. Dos horas se mantuvo ahí hasta que vio a Francisco, a varios metros de ella. Le gritó. Francisco giró sobre sí mismo y se acercó. Ella le hizo primero una pregunta genérica sobre la visita a Chile. El Papa respondió que estaba muy contento y empezó a bendecirla. Entonces Nicole hizo la pregunta que más le importaba hacer.

—Papa, muy cortito, hay un caso que preocupa a los chilenos que es el caso del obispo de Osorno. ¿Usted le da todo el respaldo al obispo Barros?
Francisco acababa de terminar con la bendición. La miró fijo.

—El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?

Fueron diez segundos terribles que, en poco tiempo, dieron la vuelta al mundo y que el lunes forzaron que el Papa pidiera disculpas, ya no por la conducta de otros sacerdotes, sino por algo que él mismo había hecho: es un hecho sin antecedentes, que un Papa pida perdón.

Algunos colegas sostienen que los buenos periodistas no se distinguen por las respuestas que tienen sino por las preguntas que hacen y por la valentía de formularlas en el momento oportuno a la persona correcta. Quizá sea una definición demasiado tajante, pero eso fue lo que hizo Nicole Martínez.

El caso que enredó en Chile a Francisco tiene una dimensión tan monstruosa que es necesario conocerlo en detalle para entender la magnitud del laberinto que encierra hoy al Papa argentino. El principal acusado es el cura Fernando Karadima, que hoy tiene 87 años de edad. Karadima fue designado párroco titular de la parroquia El Bosque, ubicada en una de las zonas donde radica la clase alta chilena, en la década del ochenta. Desde allí, según todas las crónicas, ejercía una gran influencia para designar personas de su confianza en cargos centrales del clero chileno.

En el año 2004, varios feligreses y seminaristas denunciaron a Karadima por múltiples abusos sexuales. La Iglesia local intentó silenciar las denuncias. Pero en abril de 2010 cinco profesionales denunciaron en un programa de televisión los abusos a los que eran sometidos por Karadima. El escándalo fue de tal magnitud que, luego del programa, diez sacerdotes anunciaron su distanciamiento de la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón de Jesús, controlada por el acusado. Un año después, el arzobispo de Santiago, Ricardo Erzatti, dio a conocer la resolución de la Santa Sede, que consideró a Karadima culpable de abusos sexuales.

El caso Karadima conmovió a la sociedad chilena por su difusión mediática: además del programa de televisión, se produjeron una película y una serie, ambas protagonizadas por el popular Benjamín Vicuña. Pero además, porque las víctimas pertenecían en general a sectores influyentes de la sociedad y, sobre todo, porque Karadima era un hombre muy poderoso de la Iglesia local, y las sospechas se ramificaban hacia gran parte de sus cuadros. Uno de ellos era el sacerdote Juan Barros. Y esa ramificación es la que ahora complica al Papa.

Juan Carlos Cruz Chellew fue uno de los seminaristas abusados por Karadima. Su testimonio sirvió para condenarlo. En una carta enviada al Vaticano contó lo siguiente sobre el obispo al que defendió el Papa: «Yo veía al padre Fernando Karadima y a Juan Barros besarse y tocarse mutuamente. Generalmente, más de parte del padre Karadima venían los toqueteos en los genitales por encima del pantalón de Juan Barros, al igual que hacía con el hoy también obispo Koljatic. En el caso de Juan Barros, éste jugaba a una especie de celos entre sus más cercanos y se turnaban por sentarse al lado de Karadima, estar solos con él en su cuarto y desplazar a otros. Como yo era bastante menor, veía esto entre horrorizado y a la vez paralizado, ya que yo estaba viviendo mi parte del abuso de Karadima, lo que ya fue comprobado en los juicios canónico y penal. Juan Barros se sentaba en la mesa al lado de Karadima y le ponía la cabeza en el hombro para que lo acariciase. Disimuladamente le daba besos. Más difícil y fuerte era cuando estábamos en la habitación de Karadima y Juan Barros, si no se estaba besando con Karadima, veía cuando a alguno de nosotros, los menores, éramos tocados por Karadima y nos hacía darle besos diciéndonos: ‘Pon tu boca cerca de la mía y saca tu lengua’. Él sacaba la suya y nos besaba con su lengua. Juan Barros era testigo de todo esto y lo fue incontables veces, no solo conmigo sino con otros también».

Otra de las víctimas, James Hamilton, contó: «(Cuando evitaba subir a su pieza y no cedía a sus presiones) recuerdo que en una oportunidad mandó a varios sacerdotes, entre ellos a monseñor Arteaga, monseñor Juan Barros y otros que ya no recuerdo. Eran seis sacerdotes que me hablaron en una de las salas de reuniones del templo. Se me indicó que mi fe flaqueaba y que el padre Karadima no estaba contento conmigo y que debía rezar más y comprometerme con la parroquia. La presión fue superior a mis fuerzas y cedí nuevamente… No se olviden de Tomislav Koljatic, Juan Barros, Horacio Valenzuela, Andrés Arteaga (…). Obispos que estuvieron presentes y con nosotros veían las mismas cosas, los besos, los toqueteos. (…). Vieron cuando les daba besos a este, vieron cuando le corría la boca o le agarraba los genitales al otro».

Además, Juan Francisco Gómez Barroilhet, uno de los feligreses, testificó en el juicio contra Karadima que entregó una carta a Juan Barros en el año 1980-1981 que contenía acusaciones de abusos, para que el cardenal Fresno hiciese algo. «Esa carta, nunca llegó a manos del cardenal y testigos cuentan que Juan Barros la habría destruido. Cada vez que alguien trataba de hablar, Juan Barros, Tomislav Koljatic, Horacio Valenzuela y Andrés Arteaga, entre otros, nos amenazaban».

El papa Francisco tuvo tres gestos de compromiso claro con Barros. El primero fue cuando lo designó, pese a que todas estas denuncias ya eran conocidas en el Vaticano. La segunda vez fue en diciembre de 2015 cuando un grupo de fieles le planteó el tema en la plaza San Pedro. Allí emergió un Bergoglio poco conocido. «Piensen con la cabeza y no se dejen llevar por las narices por todos los zurdos que armaron la cosa», dijo. La tercera vez fue, ante la pregunta de Nicole Martínez.

Luego de un primer período en el que generó esperanza en ellas, paulatinamente, las víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes comenzaron a alejarse del papado del Francisco. En febrero de 2016, una de esas víctimas, Peter Saunders, renunció a la Comisión para la Protección de Menores, fundada por el propio Bergoglio en 2014. En febrero de 2017, dimitió también la irlandesa Mary Collins. «Es un reflejo de cómo se ha manejado toda esta crisis de los abusos en la Iglesia: con finas palabras y acciones públicas contrarias a puertas cerradas», explicó. En un comunicado, Collins explicó que el Papa «no aprecia cómo sus acciones de clemencia socavan todo lo demás que hace en esta área, incluyendo el apoyo a la labor de la comisión». La designación de muchos obispos sospechados de encubrimiento en distintos países del mundo prendió nuevas luces de alarma. La declaración del jueves pasado, produjo incluso el inédito comunicado del obispo de Chicago, Sean O’Malley, que denunció la falta de respeto a la sensibilidad de las víctimas por parte de su jefe, el Papa.

Se trata de un escándalo que no para de crecer. El jefe de la Comisión Episcopal Argentina, Oscar Ojea, responsabilizó a la prensa por no darle suficiente entidad a las declaraciones del Papa en favor de los pueblos originarios, en contra de las mineras o en defensa de los derechos de las mujeres detenidas. Es raro que no vea lo debilitada que queda su autoridad si no actúa de manera tajante contra los casos de abusos cometidos por sacerdotes.

La visita a Chile es una muestra de la ambigüedad papal. Primero pidió perdón por los abusos. Luego invitó a los actos a un obispo denunciado. A eso le siguió su respaldo explícito a ese personaje. Y finalmente, pidió perdón. ¿Cuál de los cuatro Papas es el verdadero Papa? Cuando era cardenal en la Argentina tampoco fue claro, especialmente cuando estalló el caso Grassi. Muchos jueces recibieron tres tomos con argumentos a favor del cura, elaborados por el abogado Marcelo Sancinetti, en los cuales se agradece la colaboración del Arzobispado de Buenos Aires y, especialmente, del cardenal Bergoglio.

Se trata de crímenes horrendos.

Tal vez la manera de fortalecerse como líder espiritual de parte de la humanidad es no transigir con los culpables, sean ellos quienes fueren, si es que aún no es tarde, si es que aún puede hacerlo.

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