Estados Unidos y China pujan por el predominio mundial y afectan las relaciones diplomáticas en todos los escenarios multilaterales. El Mercosur y la Unión Europea pretenden cerrar un tratado histórico que se dilata por el precio de una vaca y un kilo papas. Japón, México, India y Canadá buscan su lugar en la geopolítica y desconfían de las sonrisas de Donald Trump y el discurso a favor del libre comercio que propone Xi Jinping.
En este contexto, la agenda global se transformó en un complejo rompecabezas, donde la puja comercial y el impacto de las tecnologías ha transformado al siglo XXI en una hermética encrucijada. Cerca de 50 funcionarios del todo el planeta, que convertirán al hotel Llao Llao en una babel moderna, se reunirán desde hoy hasta el sábado para encajar las piezas y evitar que la futura cumbre del G20 se transforme en una nueva prueba de la incertidumbre global causada por la falta de liderazgos, la tensión política y la ausencia de un modelo que resuelva los problemas vinculados a la pobreza, a la hambruna, al terrorismo, el cambio climático, el desempleo y la asimetría en la distribución de los beneficios económicos.
Un sherpa se contrata en Nepal para ascender al Monte Everest. Su trabajo es complejo, esforzado y se apoya en un concepto básico y centenario: no se garantiza hacer cumbre, porque es una circunstancia sujeta a las condiciones del clima y la entereza de los escaladores. Pedro Villagra Delgado, vicecanciller de la Argentina, es el Sherpa que designó Mauricio Macri para liderar las negociaciones previas al documento que habitualmente se presenta al final de la Cumbre del G20. Se trata de un diplomático de carrera, radical de origen, que es capaz de encantar una serpiente con una simple mirada.
Villagra Delgado sabe de las intenciones políticas y de los sueños personales del Presidente, y su tarea será más difícil que subir al Everest en pleno invierno. El Sherpa argentino tiene que hacer cumbre junto a Macri con una mochila cargada con la ambición de Trump, el sigilo de Xi, las necesidades de América Latina y Europa, las consecuencias del Cambio Climático, el fundamentalismo religioso, la inestabilidad alimentaria, la desocupación y el impacto global de las nuevas tecnologías.
Para cuantificar las dificultades, sirve repasar los resultados de dos acontecimientos multilaterales que se desarrollaron en Buenos Aires en los últimos tres días. La cumbre de la Organización Mundial de Comercio y las negociaciones para cerrar un acuerdo político entre el Mercosur y la Unión Europea. Argentina demostró que está a la altura de las circunstancias como país organizador, pero poco se alcanzó en términos de realpolitk y gobernanza global.
Como chair de la OMC, Susana Malcorra desplegó todo su tacto diplomático y su experiencia para acercar posiciones entre Estados Unidos, China, la India, Europa y América Latina. De poco sirvió: «Nos hemos quedado cortos en algunas cosas que queríamos hacer», dijo la excanciller. Y remató: «Hubo diferencias que han impedido avanzar en acuerdos». De la cumbre de la OMC participaron mas de 160 ministros de economía, con una experiencia y un roce internacional inigualable. La tensión política fue tan fuerte que no hubo forma de aprobar un texto que satisfaga a todas las partes en conflicto.
Se podría alegar que en la cita de la OMC sobraban interlocutores, pero en rigor, la situación es mas compleja que coordinar una mesa de deliberaciones con tantos protagonistas poderosos. La prueba final está en la negociación postergada entre el Mercosur y la UE. En este caso, dos partes y múltiples intereses: Macri empujó hasta el final, a pesar de cierta reticencia de Brasil, que marcha hacia un proceso electoral que puede convertir al presidente Michel Temer en desocupado. Al otro lado de la mesa, España acompañó el ahínco del presidente argentino, mientras Francia jugaba con las intenciones de la Casa Rosada y protegía al lobby agropecuario que sostiene el proyecto político de Emmanuel Macron. No hubo acuerdo y todo pasó para el 2018.
El G20 reúne al poder mundial y se transformó en un escenario que sirve para exhibir los proyectos de poder de las potencias y las aspiraciones de ciertos estados que defienden sus intereses nacionales y que no quieren quedar a la zaga en el siglo XXI. Ángela Merkel, por ejemplo, terminó su G20 en Hamburgo condicionada por Trump y los militantes antiglobalización que coparon la atención de los medios de comunicación.
Macri aprendió la lección y busca redactar un documento final consensuado que proponga una nueva dinámica al mundo, basada en aumentar el empleo, la inversión, las exportaciones, la educación y la ciencia. «Nuestra visión para el G-20 es la de un grupo de países que cooperan para generar crecimiento inclusivo», adelantó el presidente.
Esa propuesta de Macri se pondrá a prueba hoy cuando comiencen las deliberaciones en el Llao Llao. Estados Unidos dinamitó el acuerdo de París sobre Cambio Climático y condicionó el documento final del G20 en Hamburgo. China juega al libre comercio y asegura que su llegada a la cima será pacífica. Europa busca su lugar en el mundo y América Latina reclama un espacio más amplio para comerciar sus productos vinculados a la industria y al campo. Piezas de un rompecabezas global que buscan un método plausible que imponga un orden y un sentido.
A diferencia del Everest, que está ahí desde siempre, el poder mundial es un fenómeno inasible que terminó con cientos de escaladores conocidos por su voluntad, experiencia y voracidad. Basta un segundo, para encontrar sus nombres en Google.