El Gobierno inicia la campaña electoral atravesado por varias internas que se agudizaron

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«Bajo presión, es decir en campaña, funcionamos mucho mejor. Si no cometemos errores, estamos bien». El funcionario, uno de los más jerárquicos del entorno de Mauricio Macri, y de los pocos optimistas, acomoda sus pies arriba de la silla.

Dice que hay que desdramatizar los intensos chispazos en la coalición de gobierno y el descalabro en la interna cordobesa. Y que al Presidente no le fastidiaron los trascendidos de las últimas semanas que dieron cuenta de un supuesto plan de emergencia en caso de que los números no le alcancen para intentar buscar la reelección. Sí resalta, sin embargo, que el jefe de Estado tomó nota del entusiasmo del círculo rojo por la eventual candidatura de Roberto Lavagna. Macri, agrega su asesor de extrema confianza, es perfectamente consciente de que la mayoría del establishment le perdió la confianza desde hace rato.

La radiografía trazada por el funcionario es apenas un atisbo de los verdaderos cortocircuitos en el corazón de Cambiemos en el inicio de la campaña. Ruidos molestos en el vecindario oficial que existieron desde el inicio de la gestión pero que en los últimos tiempos se agudizaron por la severidad de la crisis del programa económico y la debilidad de la coalición de gobierno.

No es casual que el funcionamiento de la mesa chica que alternó reuniones en los primeros años de la administración, y en la que convivían Marcos Peña, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y Jaime Durán Barba con las intermitencias de consejeros como Carlos Grosso o Nicolás Caputo, se haya discontinuado.

Coincidió, incluso, con el encierro al que Macri se sometió junto a su jefe de Gabinete, el funcionario más decisivo e influyente y, tal vez, el más resistido por el sistema político en general, y por el macrismo en particular.

Es cierto que la triada integrada por Peña, Vidal y Rodríguez Larreta opera atravesada por la desconfianza desde hace años. Trabajó de esa manera durante los ocho años del gobierno porteño en los que Peña y Rodríguez Larreta sostenían a Macri con funciones completamente distintas pero complementarias.

Pero no es menos cierto que, ahora, el vínculo entre Vidal -y su padrino político, el jefe de Gobierno porteño- y el jefe de Gabinete está en su peor momento.

Los reportajes que Peña concedió el domingo, con los que levantó su veda del último semestre, no cayeron bien en el macrismo bonaerense. En particular, en la respuesta en la que el jefe de ministros se manifestó «conmovido» por el «compromiso» y el «coraje» de la mandataria que, según contestó Peña, cumplirá «su palabra» de no utilizar la Provincia como «un trampolín».

«Estuvo de más», mascullaron en la gobernación.

La gobernadora está cansada. Es consciente de que un segundo mandato la desgastará tanto como este, si es que logra ser reelecta. Por eso en su entorno dejaron correr la idea del desdoblamiento que Jaime Durán Barba, un fanático de la mandataria, ni siquiera se ocupó en analizar en profundidad. Antes de ese globo de ensayo, Vidal había dejado trascender que no le disgustaba la posibilidad de acompañarlo a Macri como candidata a vicepresidenta, según pudo reconstruir este medio de fuentes oficiales. Eso ni siquiera estuvo en análisis.

En La Plata hay una preocupación extrema, a pesar de los esfuerzos por concentrarse en la campaña. «¿Del 1 al 10, cuán mal está la relación entre la gobernadora y Peña?», le preguntó Infobae esta semana con estilo lúdico a un importantísimo colaborador de Vidal. «10», contestó el dirigente con no demasiada exageración. «¿Y cuántas chances tienen de perder la provincia de Buenos Aires?», insistió este medio. «9», confió la fuente.

De todos modos, a los estrategas de la campaña bonaerense no les desagrada instalar la idea de que Vidal podría perder la provincia de Buenos Aires en manos del kirchnerismo para generar un efecto contrario. Aún cuando los números que se desprenden de las encuestadores más serias arrojan resultados inquietantes. El temor de perder crece. La gobernadora, razonan en su entorno, debe apuntar a convertir la primaria de agosto en la primera vuelta y las generales de octubre en una virtual segunda vuelta. En la provincia de Buenos Aires no hay ballotage. Se gana o se pierde por un voto.

En el corazón del Conurbano bonaerense, la impopularidad del Presidente es alarmante. En Florencio Varela, por ejemplo, Cristina Kirchner lo aventaja por 50 puntos. El panorama para Pablo Alaniz, el candidato de Peña a quedarse con el municipio, es desolador. Solo depende de un milagro. Los casos se multiplican.

El escenario incluso es complejo para los actuales intendentes del PRO del conurbano. «María Eugenia puede perder y hasta nosotros podemos perder, pero podemos meter a Mauricio en segunda vuelta», explicaba en la tarde del viernes un intendente del PRO del Gran Buenos Aires que participó del encuentro en Olivos con la gobernadora y el jefe de Estado, la cuarta arenga de Macri en poco más de una semana.

La última medición que el jefe comunal contrató, de fines de enero, lo daba primero cómodo por más de 40 puntos, con Vidal en torno a los 35 puntos, pero con Macri muy por debajo de 30.

La situación de Rodríguez Larreta en ciudad de Buenos Aires es mucho menos dramática que del otro lado de la avenida General Paz. El larretismo solo imagina un escenario preocupante con una corrida bancaria en medio de la campaña. O con la oposición aglutinada detrás de un candidato de la talla de Martín Lousteau. Al macrismo porteño le conviene tanto o más que a Macri la polarización con el kirchnerismo. El jefe de Gobierno sigue con atención los movimientos del diputado y ex ministro de Economía K.

Rodríguez Larreta todavía tiene que decidir, como Vidal y como Macri, quién será su compañero de fórmula. Diego Santilli tiene cada día menos margen para rechazar la propuesta. La decisión ya no depende solo de sus futuras ambiciones personales. Al vicejefe y ministro de Seguridad también lo seduce trabajar después de diciembre en la candidatura presidencial de Rodríguez Larreta si es que es reelecto.

Los ruidos molestos en el barrio de Cambiemos también complican la relación con los vecinos radicales. Infobae publicó el miércoles que Elisa Carrió, que detesta a la cúpula de la UCR tanto como la cúpula de la UCR detesta a ella, estuvo hace nueve días en Olivos reunida con Macri para avanzar en el quiebre de la interna cordobesa, a pesar de que desde la Jefatura de Gabinete se esforzaron en explicar de que la ruptura obedeció a una lógica local.

En la Coalición Cívica hubo extremo hermetismo en torno al encuentro, que podría haber sido entre Carrió y Peña. Los radicales están en alerta. Miran de reojo a la diputada y a la Casa Rosada. En enero, en el cónclave de Villa La Angostura que reunió a Macri y a Rodríguez Larreta con Gerardo Morales y Alfredo Cornejo, los gobernadores de la UCR ya habían planteado su molestia con el rol de «Lilita».

A la Casa Rosada no le sienta mal: cada protesta radical acerca a Carrió un poco más a Macri.

Más allá de la campaña y la eventual reelección del mandatario, en el seno de Cambiemos empiezan a preguntarse por la viabilidad de un segundo mandato si eso sucede, con un Congreso partido y un cúmulo de leyes de máxima conflictividad que la Casa Rosada pretendería aprobar, como las reformas laboral o previsional. ¿Con qué equipo y aliados seguiría el Presidente en una potencial segunda gestión?

Ante ese escenario, la denominada «ala política» del Gobierno atraviesa la campaña con la mayor dignidad posible. Rogelio Frigerio, abocado a la estrategia nacional, depende del humor de la Jefatura de Gabinete. Emilio Monzó está afuera de cualquier decisión estratégica. Solo ocupado con las sesiones en Diputados antes del cierre de la actividad parlamentaria de este año. En busca de la resolución de su futuro político. Por las dudas, mandó a medirse en la provincia de Buenos Aires.

El presidente de la Cámara baja, enemistado con el jefe de Gabinete, planeaba empezar a resolver su salida en el viaje por Asia que compartió con Macri a mediados de febrero. Como en la gira por China, en mayo del 2017, esperaba reforzar su relación personal con el Presidente. Le fue peor de lo que esperaba.

«Sentí como que estaba hablando con Marcos», se resignó Monzó ante sus colaboradores.

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