El Padre y yo somos una sola cosa

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Por Facundo Gallego, especial para LA BANDA DIARIO

Martes IV de Pascua 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (10,22-30)

Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los Judíos lo rodearon y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente».

Jesús les respondió: «Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa».

Palabra del Señor

Introducción

Hermanos y hermanas: hoy, finalizamos esta catequesis sobre la vocación cristiana y las vocaciones particulares.

El domingo pasado, habíamos contemplado a Jesús como la puerta de las ovejas, la entrada a la vida de gracia, el que nos lleva al Padre en el Espíritu Santo con el bautismo que recibimos, que nos identifica con Él y nos hace hijos de Dios. Ayer, el Evangelio iluminaba el sentido más profundo de la vocación a la santidad y de las vocaciones particulares: la caridad, que nos mueve a dar la vida en el servicio cotidiano a los demás. Hoy, finalizaremos haciendo hincapié en las distintas vocaciones particulares.

Matrimonio

La Iglesia administra siete sacramentos, es decir, signos sensibles y eficaces de la gracia de Dios, confiados a esta institución para la salvación de los hombres. Entre ellos, encontramos los dos sacramentos llamados “de servicio a la comunidad”. El primero que abordamos es el del matrimonio.

El matrimonio es el sacramento que administran los esposos: varón y mujer se entregan mutuamente su vida para vivir el amor que Dios ha sembrado en sus corazones. La Iglesia nos enseña que Dios ha creado al hombre y a la mujer por amor. Y, como fuimos creados a imagen y semejanza de este Dios que es Amor (1 Jn 4,8), por lo tanto, también estamos llamados al amor. La unión que forman el varón y la mujer al dar su consentimiento matrimonial, es una de las imágenes más perfectas del Amor que Dios tiene hacia la humanidad.

El matrimonio también es imagen de la unión que forma Cristo con su Iglesia: Él es el esposo que se une a su esposa, ambos unidos en amor y fidelidad.

Contraer matrimonio es también una vocación de Dios, un llamado a vivir el amor dentro de una relación concreta, ordenada al bien de los esposos, a la procreación y al cuidado y educación de los hijos. Un padre y una madre son los “primeros buenos pastores” de la familia que forman.

Orden sagrado

El segundo sacramento de servicio a la comunidad es el orden sagrado: es la participación ministerial en el único sacerdocio de Cristo. Jesús, el único y verdadero Sumo Sacerdote ante el Padre, por su cruz, nos ha consagrado a todos. Por eso, somos un “pueblo sacerdotal”, en el que todos los bautizados estamos en condiciones para ofrecer oraciones y sacrificios en favor de la Iglesia y del mundo entero. A esto llamamos sacerdocio de los fieles.

Sin embargo, el que ha recibido el orden sagrado no solamente participa del sacerdocio de los fieles, sino que, actuando en persona de Cristo Cabeza, practican la caridad ejerciendo el sacerdocio ministerial: gobierna las comunidades, enseña la fe con su predicación y el ejemplo de vida, y santifica a todo el pueblo con las acciones litúrgicas y con su oración.

Los “curas”, como solemos llamarlos, son quienes han recibido este sacramento. Algunos, han recibido el primer grado del orden, y son diáconos. Otros, han recibido el segundo grado, y son presbíteros; y otros han recibido el tercer grado, y son obispos.

Vida consagrada

Por último, tenemos la vida consagrada. Si bien no es un sacramento, forma parte de la vida de la Iglesia y de su santidad. Es propiamente un estado de vida, que está enraizado en el bautismo y está orientado a una unión íntima y particular con Dios.

La Iglesia nos enseña que, en la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.

Los religiosos son los llamados, en fin, a ser profetas del Reino que viene; y además, testimonian la cercanía y el amor profundo que Cristo tiene con su Iglesia.

Conclusión

En fin, estas vocaciones particulares son una forma concreta de ir por el camino de la santidad, que es nuestra vocación primera. Nuestra tarea, como cristianos, es buscar esa santidad. Por eso, pedirle a Dios que nos ilumine el camino se vuelve algo importante. Pidámosle el Espíritu de sabiduría para saber discernir, y el de fortaleza para perseverar con la ayuda de su gracia.

¡Que Dios los bendiga a todos!

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