El domingo 1º de mayo será beatificado en una multitudinaria ceremonia en El Vaticano. El llamado «Papa viajero» recorrió el continente más católico del planeta de un extremo al otro, del Caribe a la Patagonia, de Chile a México, de Brasil a Guatemala, de Paraguay a Nicaragua.
Algunos de estos viajes fueron polémicos, por las circunstancias que se vivían en la región en las décadas de 1980 y 1990, cuando la mayoría de las giras pontificales tuvieron lugar.
Fue recibido por presidentes legítimos y de facto, pero sobre todo por multitudes que colmaron estadios y plazas.
En el que él llamaba «continente de la esperanza» tuvo palabras de aliento para los indígenas y mineros explotados, campesinos perseguidos, políticos maniatados ideológicamente y contra las dictaduras y se empeñó en luchar por conseguir mejores condiciones para los pobres.
Pero también condenó la Teología de la Liberación, tildando de «rojos» a los obispos que adherían a ella, y fue criticado por sus visitas al Chile del dictador Augusto Pinochet. Pero, sorprendiendo a quienes lo encasillaban en una tendencia conservadora, años más tarde visitó a otro dictador, Fidel Castro, en este caso de izquierda, tendiéndole la mano a un régimen aislado y a un país empobrecido y en crisis.
«Deben tener una mejor relación con los gobiernos de sus países», había dicho el Papa a los obispos de la región, en los años en que la mayoría de los países de América Latina estaban siendo gobernados por dictaduras militares o regímenes de derecha.
Pero durante su pontificado, Wojtyla se enfrentó por igual al ateísmo comunista y a los excesos del capitalismo. Su vocación pastoral universal lo llevó a relacionarse con todos pero, con conciencia de estar por encima de lo coyuntural, desafió las reglas de los gobiernos temporales, democráticos o dictatoriales. Visitó la Argentina de los militares durante la guerra con Inglaterra por las Malvinas (1982) y más tarde la de la democracia restaurada, la Guatemala del general Efraín Ríos Montt (1983), el Chile del general Augusto Pinochet (1987) y el Paraguay del general Alfredo Stroessner (1988).
Con Pinochet y los dictadores argentinos protagonizó uno de sus mayores éxitos diplomáticos al mediar entre ambos países, a través de su enviado, el Cardenal Samoré, para evitar una guerra entre ambos países hermanos por el diferendo limítrofe referido al Canal de Beagle.
Visitó cuatro veces Brasil, el país con más católicos del planeta, y sus últimos viajes en el continente fueron a México y Guatemala, a mediados de 2002.
Su visita a América Central en 1983 también desató polémicas cuando en Nicaragua reprendió en vivo y en directo por televisión al entonces sacerdote y ministro revolucionario, el poeta Ernesto Cardenal, por el cargo que ocupaba en el gobierno sandinista.
Uno de sus viajes más emblemáticos fue el que realizó a Cuba en 1998, ya anciano y enfermo, cumpliendo el sueño de visitar el último bastión del comunismo, pese a su acérrimo desprecio al marxismo.
Con el entonces líder máximo de la revolución cubana, Fidel Castro, estableció una cordial relación pero sin concesiones en ningún terreno. Por esos días pudo verse al jefe comunista asistir a misas y ceremonias en actitud de recogimiento.
El Papa condenó duramente el embargo pero también el bloqueo político e ideológico que el propio régimen le impone a los cubanos: «Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba».