Toc toc. El sábado 26 de mayo de 1990, mientras una lluvia constante caía sobre Wellington, alguien llamó a la puerta de la vivienda de Marlene Warren, situada en el 14570 de Take off Place, en el próspero vecindario Aero Club de esa ciudad del estado de Florida. Al abrir, la mujer -quien por entonces tenía 40 años- sonrió: frente a sí se presentaba un payaso con un ramo de flores. «Oh, qué lindas», alcanzó a decir. Un instante después, el clown le disparó en el rostro.
Su hijo, Joey (21 años) estaba reunido con amigos en la vivienda que se estremeció por el sonido sordo de la detonación. Corrieron hacia la puerta de entrada. El joven recordaría siempre esa mirada de ojos marrones subiéndose a un Chrysler LeBaron blanco.
Dos días después, Marlene murió.
Según la descripción que Joey alcanzó a hacer a los investigadores, el payaso asesino llevaba una peluca naranja, una prominente nariz roja, guantes blancos, globos, flores y la cara pintada de blanco con una sonrisa dibujada.
La policía se centró en el marido de Marlene, Michael y en Sheila Sheltra Keen, su presunta amante de 27 años, quien había sido contratada para que trabajara con ellos en el exitoso negocio de venta de automóviles. La mujer resultó ser una gran comerciante. Y muy cercana al hombre. Demasiado.
Pero ellos negaron las sospechas. Y las precarias pruebas que por entonces tenían fueron desvaneciendo el caso, minuto a minuto. No había testigos fuertes, no existían huellas dactilares en la escena y el ADN recolectado entonces no podía ser analizado teniendo en cuenta la tecnología forense de entonces.
Empleados de una tienda de venta de disfraces de West Palm Beach indicaron a los oficiales a cargo de las pericias que dos días antes del asesinato una mujer había comprado un traje de payaso, una nariz roja, una peluca naranja, guantes y maquillaje para delinear su rostro. Además, empleados de la tienda Publix de esa ciudad indicaron que una mujer similar a Keen había comprado globos y flores esa mañana., apenas una hora y media antes del crimen.
Los investigadores registraron su casa y encontraron fibras de una peluca naranja que podría ser la que se había utilizado para matar a Marlene. Pero las pruebas no eran contundenets y no hallaron ninguna causa probable para el asesinato, ya que solo tenían las sospechas de que era amante del marido de la víctima.
Hacia el momento del crimen, las cosas en el matrimonio no estaban bien y Marlene tenía pensado dejar a su marido, por las sospechas de que Michael tenía una doble vida con su empleada. La confesión se la había hecho a sus padres y a su hijo. Incluso dijo que tenía un temor recurrente: creía que él sería capaz de matarla. Pero no era tan sencillo. Entre ambos habían conseguido construir una pequeña fortuna gracias al negocio que andaba muy bien. Y el millón de dólares que valían sus propiedades estaban a nombre de ella.
Su pánico era tal que una vez le imploró a su madre Shirley: «Si algo me pasa, fue Mike». Todas estas conversaciones fueron expuestas en el juicio que siguió al crimen, pero ninguna fue tan fuerte como para condenar al hombre.
Doce años después, Michael y Sheila se casaron. Fue en Las Vegas, Nevada. Y se mudaron a Tennessee, donde comenzaron el gerenciamiento de un restaurant. Querían rearmar su vida lejos de la tragedia que los había visto envueltos. Lejos de la culpa.
El caso permaneció cerrado. Hasta 2014.
Ese año, la Policía del Condado de Palm Beach reabrió la investigación. Los testigos fueron nuevamente contactados y una prueba adicional de ADN fue realizada. Ahora no había dudas, quien se había disfrazado como un payaso y había tocado a la puerta de la lujosa mansión en Aero Club había sido Sheila Keen. El martes fue detenida en el Condado de Washington, Virginia.
La madre de Marlene se mostró agradecida y emocionada por haber encontrado justicia al menos 27 años después: «No pensé que esto pudiera suceder; siempre hay esperanza, pero preferiría tenerla a ella. Era una mujer muy especial, era una hermosa joven con un largo pelo rubio», dijo Shirley a The Sun Sentinel.