El plan de reformas de Macri avanza, pero el escenario está lejos de ser el ideal

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Nada de Corea del Centro o de suponer que no estar decididamente a favor o en contra de lo que sea es pararse en un «no lugar». Comprender lo que es la realidad supone a huir del prejuicio y el alineamiento automático, mirar en 360. Hacerse cargo del todo. La verdad suele tener dos caras y afrontarla implica reconocer las  contradicciones e intereses enfrentados. No hay magia. Los datos de lo real suelen ser inflexibles, irreductibles.

Miguel Angel Pichetto lo puso en palabras con una sinceridad brutal: «Nos toca la ingrata tarea de votar esta ley porque acompañamos a los gobernadores… está todo vinculado, nadie fue sorprendido ni le pusieron un arma en la cabeza. Todos sabían lo que firmaban». Pichetto fue duro con todos, los propios y los ajenos.

En un día que fue cruel, descarnado, el Senado hizo honor a los acuerdos que los gobernadores abrocharon con el Gobierno y votó en una sesión ultra express las tres reformas que más urgen al Ejecutivo: pacto fiscal, responsabilidad fiscal y, la más resistida, la reforma previsional. Lo que algunos festejaron como la consolidación exitosa de la política de consensos, otros lo vieron y vivieron como un vergonzoso acto de traición y entrega.

El cambio en la cláusula de movilidad sumerge a los jubilados aún más. Los arrastra más allá del talud. El ajuste será trimestral e incluirá un 70/30 combinando la inflación y el índice que mide la remuneración imponible del promedio de los trabajadores estable. Los números dicen más que las palabras en este caso: se llevaron el aumento a marzo. De movida les comen un trimestre. En lugar del 12%  del semestre solo se contempla el 5,7% acumulado. Apenas  $413 más para  los que reciben la mínima de $7246. Considerando que el 70% de los pasivos está en la categoría más baja, el punto de partida para los cálculos es extremo.

A los que se esperanzan con la garantía del 82% móvil, hay que aclararles que es solo se aplicará para los que tienen los 30 años de aportes efectivos y solo sobre la mínima. La nada misma. Es lo que hay, aseguran los más pragmáticos. La medida alcanza a 1.400.000 personas que quedan afuera de la fórmula con $600 arriba.

Afuera, en la calle, en el último día de noviembre, ya diciembre empezaba a arder. La ruidosa presencia de Pablo Moyano acompañando la movida de protesta y advertencia desnudó otro dato: el arreglo con la CGT es endeble, precario y nada augura que se vaya a plasmar en las leyes que el Gobierno pretende.

Si a eso sumamos que los Moyano que le pusieron el cuerpo a la calle fueron dos (también estuvo Facundo activando),  la sombra del jefe de la familia terminó siendo un fantasma omnipresente. Hasta dónde se sabía Hugo Moyano, acompañaba la reforma laboral, largamente conversada con el triunviro cegetista.

Todo tiene que ver con todo. La relación entre el número de los trabajadores activos en blancos y los pasivos está en el centro del problema. Hoy 1 de cada 3 trabajadores son informales, están en negro, no aportan. El déficit de la ANSES es de $200.000 millones y representa 1 de casa 3 pesos del PBI.

«Esto va a garantizar que la Argentina no explote en 20 o 25 años», asegura el senador Federico Pinedo para fundamentar el asunto.  Está claro que está pensando en las generaciones futuras. Todo sea por los nietos.

En algo todos coinciden: el sistema previsional no da para más. Con alrededor de 9.500.000 trabajadores en blanco sobre 6.500.000 beneficiarios de jubilaciones y pensiones los números no cierran.

Hoy atender estos magros haberes en tiempo y forma compromete casi el 50% de presupuesto nacional, si no se hacen cambios de fondo en, a lo sumo, cuatro años todo vuela por el aire.

La expansión jubilatoria en años K elevó el número de beneficiarios de manera exponencial. Ingresaron al sistema cientos de miles de personas que nunca aportaron o que no aportaron lo suficiente y que se sumaron a sucesivas moratorias.Se los hizo entrar y ahora no se los puede contener sin que el resto tambalee. Eso, sumado a la prolongación de las expectativas de vida, convirtió al sistema en algo inviable.

La realidad es que hay que achicar el gasto, bajar el déficit fiscal, asegurar la sustentabilidad del sistema previsional y a la vez no arrojar por la borda a los miles que entraron al régimen de previsión sin haber trabajado ni aportado. Los argumentos son atendibles. Hace falta plata y se decidió que la pongan los viejos. Es corta. El hilo siempre se rompe por lo más delgado.

El arreglo de las cuentas provinciales viene atado a la colaboración de los gobernadores a que sus legisladores voten esta ley y allá fueron sin respirar y sin soplar. Nada augura que los diputados logren incorporar modificaciones o frenar la ley. Los gobernadores saben bien que no les queda otra que hacer respetar los pactos. Salvar los recursos provinciales restando ingreso a los jubilados. Al pan, pan y al vino, vino.
La reforma de la de movilidad permitirá al Gobierno un ahorro de alrededor de 80.000 millones. No es poco. Alguien tiene que hablar claro, decirlo con todas las letras. Los discursos motivacionales inspirados en los gurúes de la marketing, los sacerdotes del optimismo permanente, son muy gratos, pero los sacrificios al límite demandan explicaciones crudas, convincentes.  A nadie le gusta dar malas noticias,  pero alguien tiene que hacerlo.

El miércoles fue difícil y el jueves tampoco fue un día feliz. El  capitán de navío Enrique Balbi, un hasta aquí hábil comunicador, necesitó recurrir a la metafórica figura de un «cambio de fase»,  estampada en un comunicado que se emitió por escrito,  para decir lo que ya todos suponíamos: que no hay expectativa alguna de encontrar con vida a los tripulantes del ARA San Juan. A 36 horas de ese momento, los familiares no terminan de entender ni aceptar lo que se les pretendió decir.

Los 44,  convertidos en héroes de la patria,  descansan desde ayer y para siempre en las insondables profundidades del Atlántico Sur. Aquí, en la superficie, también se ingresa en otra fase, trabajosa y complicada,  la de la búsqueda y rescate de la verdad, ese insumo básico de la confianza y la justicia. La verdad que nos cuesta ver y reconocer porque casi siempre duele.

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