En Cuaresma, Francisco llama a «restaurar nuestro corazón de cristianos»

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“La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rm. 8, 19), se titula el Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2019 dado a conocer hoy, 26 de febrero, por la Oficina de Prensa de la Santa Sede. La Cuaresma de este año comenzará el próximo 6 de marzo, Miércoles de Ceniza.

Francisco inicia su Mensaje recordando que cada año a través de la Madre Iglesia, Dios “concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que por las celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser en plenitud hijos de Dios”.

Desde esta perspectiva, el pontífice sugirió algunos puntos de reflexión, para “acompañar el camino de conversión en la próxima Cuaresma”.

La redención de la creación 
La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, señala el pontífice, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo, es un don inestimable de la misericordia de Dios.

Y cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos –espíritu, alma y cuerpo-, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de modo admirable el «Cántico del hermano sol» de san Francisco de Asís.

Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.

La fuerza destructiva del pecado 
Cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas–y también hacia nosotros mismos-, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca.

Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites de nuestra condición humana y la naturaleza nos pide respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea, a quienes no tienen a Dios como punto de referencia en sus acciones, ni una esperanza para el fututo.

La causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo.

El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto.

Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el Dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.

Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre –y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio- lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón 
El camino hacia la Pascua –escribe el Papa- nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.

Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios».

Ayuno, oración y limosna 
La Cuaresma es un signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de devorarlo todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.

Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.

Dar limosna para salir de la necesidad de vivir y de acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece.

Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir, a amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

La Cuaresma del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original.

Que nuestra Cuaresma suponga recorrer este mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que se «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios».

No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión.

Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagamos prójimos a nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales.

Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación. +

AICA

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