“Creo que merezco otro estilo de vida, éste dejó de tener sentido para mí”, le dijo Lucila Costantini a sus jefes en una compañía multinacional en la que, hasta ese momento, había trabajado durante 17 años y ascendido al cargo de Gerenta de Marketing. Tuvo temor, pero una experiencia en Costa Rica durante el último verano le había permitido darse cuenta de que era posible trabajar y desarrollarse en su carrera de otra manera. Luego partió a Bali y descubrió que la vida que siempre había soñado era posible.
Alejada del trabajo corporativo, repleta de entusiasmo por la que cree que será la nueva manera de trabajar, desarrollarse y alcanzar el éxito profesional y personal, contó a Infobae cómo pasó de vivir para su profesión a trabajar sólo cuando desea y a unirse a la comunidad de nómades digitales que reúne a los CEOs más importantes del mundo.
Romper con todos los paradigmas
Lucila Costantini (37) estaba de viaje y una publicidad llamó su atención. Era la de una compañía creada por un grupo de amigos que planteaban un nuevo paradigma de vida acorde al Siglo XXI y que parecía hablarle a ella e invitarla a pensar: “Hiciste todo lo que te dijeron en algún momento y ahora no podrás evitar preguntarte: ¿Esto es todo? Tienes la innegable sensación de que hay algo más”.
“Yo venía con 17 años de trabajo sin parar en empresas multinacionales y hace unos años, estando de viaje, me llegó un anuncio de la compañía Be Unsettled, la más grande del mundo, que tiene unas reflexiones fuertes que -si estás dudando de todo- te obliga a pensar que es posible vivir de otra forma y ser exitoso”, recordó.
—¿El anuncio contaba que una compañía proponía cambiar de vida y aseguraba que había personas que lo hacían y algo se movió internamente?
—Esa idea quedó en mi cabeza unos tres o cuatro años. Después hice un máster y me certifiqué en Coaching, y con eso te preguntás todo. Este verano estuve en Santa Teresa, Costa Rica, que es un pueblo muy chiquito lleno de argentinos. La mayoría son familias, pero también hay personas solas que se cansaron del estilo de vida de Buenos Aires y se fueron a vivir allá, pero dejando de lado la parte profesional. Ahí viven de rentas, no hacen nada. Uno de ellos me contó: “Vendí mi departamento en Buenos Aires, compré una tierra acá que ahora vale 10 veces más y vivo de rentas, hago surf, yoga y nada más”. Había mucha gente con posgrados y un perfil muy parecido al mío.
—¿Qué pasó por tu cabeza?
—¡No lo podía creer! Pensaba: “¡No puede ser real que gane 10 veces más que yo y no hacen nada! ¡Y que disfrute de su tiempo!”. Cuando les preguntás cómo lo hicieron, dicen que cuando vivimos en este paradigma pensamos que no hay otra forma, al punto que cuando vas por los Bosques de Palermo a las 10 de la mañana y ves que hacen yoga, decís: “¿Qué hace esta gente?”. Es como un juicio de valor, porque te parece que eso es hacer nada. Cuando veía que vivían así me decía: “¡No, no puede ser que sean felices y que se hayan animado!». Por mi forma de ser yo no me veía en un estilo de vida así, de no hacer nada. Entonces seguí investigando a la compañía del anuncio que hablaba de profesionales que vivían de otra forma y ese fue el primer disparador y me dije: “¡Esto se tiene que terminar”. Cuando regresé a Buenos Aires había una reestructuración en la compañía para la que trabajaba y me pidieron que hiciera una propuesta de desvinculación de personas… Fue un instante. Me miré al espejo y dije: “¡Soy yo! Es ahora o nunca”.
—¿Cuál era tu rol en la compañía en ese momento?
—Era gerenta de Servicios de Marketing, que es la parte de Comunicación, para siete países del Cono Sur.
—¿Y cuál era tu ritmo de trabajo?
—Trabajaba todos los días en la oficina, unas 8 o 9 horas, pendiente del teléfono todo el tiempo, y cuando terminaba mi horario el celular quedaba abierto.
—¿Siempre fue así?
—En los últimos tres años yo había cambiado mucho mi perfil, que antes era más corporativo a uno un poco más para afuera. La empresa MMA, con la que sigo vinculada, es una organización que me permitía conectarme con temas de tecnología y comencé a ver cómo estaba cambiando el mundo, a dar charlas y clases sobre estos temas que estaba viendo, pero que entonces no me animaba. Así fue el último año y medio de mi vida corporativa, cuando ya tenía conciencia de que algo tenía que cambiar.
—¿Cómo terminó todo en la empresa? ¿Directamente renunciaste?
—Cuando me propusieron que hiciera ese proyecto de “desvinculación”, hablé con el presidente de la compañía y con mi jefa y les dije que la mejor opción era irme porque ya había dado todo lo que podía dar desde lo corporativo y que tenía otros proyectos en mi cabeza. Les dije: “Creo que merezco otro estilo de vida, éste dejó de tener sentido para mí”. Lo entendieron y terminamos bien.
A principios de mayo de este año, Lucila dejó la vida que llevó durante 17 años y se embarcó a la aventura de conocer a fondo ese mundo que le habían presentado mediante un anuncio que le aseguraba que seguiría trabajando, pero a su tiempo, con sus deseos sobre la mesa y de cara a sus propios proyectos.
“Creo que merezco otro estilo de vida”
“Me fui bien, feliz”, asegura Lucila a Infobae sobre el día en que dijo adiós a la que había sido su vida laboral. “Cuando salí de la compañía tenía un montón de planes, entre ellos irme a Bali. Lo había decidido cinco años antes”, resume.
—¿Era tu sueño conocer Bali?
—Nunca había ido, pero había leído sobre el nuevo “Sillicon Bali”, una comunidad muy grande. Antes hice unas entrevistas por videollamadas muy amenas, lo necesario para ver si tenés el perfil para estar ahí, no es que directamente vas y ya está. Ellos me ofrecieron comodidades tanto de viviendas como de coworking para estar allá. Y fui durante todo septiembre para planificar lo que haría en el futuro. Me tomé el mes para pensar, pero pensar y proyectar de verdad.
—¿Qué encontraste al llegar?
—Me encontré con mucha gente que estaba pasando por lo mismo que yo, conocí personas de todo el mundo y la pregunta clave no era “¿de dónde sos?” sino “¿qué viniste a buscar?”. Había conversaciones trascendentales, muy profundas. Bali es un lugar con mucha conectividad y a la vez muy espiritual eso hace el balance perfecto.
—Y el trabajo, ¿cómo fue?
—Se trabaja mucho y muy intensamente, pero después está la otra la vida que, obviamente, depende de qué le gusta a cada uno. Se hace yoga, meditación y todo ocurre en un paraíso. El lugar de coworking es hermoso, está ubicado entre palmeras, es todo de madera y además hay animales y un montón de actividades de descanso, masajes todos los días, eventos todas las noches. Organizan una agenda para quien quiera participar donde hay cine temático, charlas sobre cómo cuidar el Planeta, debate sobre cómo podemos ganar tiempo y habilidades para alguna organización que necesite, cómo devolverle a la sociedad todo lo que nos dio desde un punto de vista maduro. Y todo es muy colaborativo. Hay familias que se instalan una temporada ahí, CEOs de grandes firmas que se quedaban a desarrollar proyectos desde Bali para una compañía con sede en Nueva York…
—¿Qué te sorprendió?
—Que no hubiera latinos. Eran todos de Estados Unidos, Europa, Asia, pero yo era la única latina. Después conocí chilenos que se quedaron a vivir allá.
Lucila volvió con la agenda llena de nuevos contactos, con sus ideas forjadas y con la claridad de quien encontró lo que buscaba y más: “¡Allá la gente está tan contenta y tan feliz! Además, hace plata sin sentir que está trabajando”, confío.
“Es un estilo de vida, en el que no se divide la vida en estar de vacaciones o no. Estás en el paraíso trabajando. Yo me puse seis horas diarias, pero allá todo es ‘hoy tengo tiempo libre porque no tengo excursiones o no tengo ganas de ir al mar y bueno ¡voy a trabajar!’ ¡Es al revés!”, cuenta.
—¿Cómo te sentiste el primer día a llegar y empezar a ser parte de esa comunidad y de ese estilo de vida?
—Siempre soñé con un lugar en el que pudiera hacer un tipo de consultora manejada por estudiantes del mundo que vengan aprender y que sean felices. Allá lo vi. ¡Existe! ¡Hay un lugar donde la gente es feliz y exitosa! No del exitismo capitalista, es exitosa en todos los sentidos y ante eso estaba maravillada porque lo anhelaba. Realmente estaba feliz porque esa siempre fue mi idea de cómo trabajar, sin presiones.
—En Argentina se conoce poco este estilo de trabajo y concepto de “nómade digital”.
—En Argentina no tenemos idea de que hay otra forma de trabajar, por eso siento la responsabilidad de contarlo, de mostrarlo.
—Contaste que trabajás seis horas por día y que esas horas las definiste vos, y que después hay actividades varias para hacer en el día y en la noche. ¿Cómo fue tu relación con la comunidad?
—¡Asombrosa! Estábamos juntos después del trabajo, a veces íbamos de excursiones o a la playa, casi siempre todos a comer y en esos lugares hay bandas todo el tiempo y tocan música balinesa. Se hacen muchos eventos en lugares abiertos, paradisíacos, siempre con música. En Bali no hay drogas, hay poco alcohol, el 90% son veganos y si no comés vegano te miran raro. Hay mucha gente que va a tener un estilo de vida saludable, consciente con el ambiente, y eso es parte de sentirse bien. Para ellos, la alimentación, el contacto con la naturaleza, con los animales, es importante y ahí te relacionás con personas que admirás, que cuentan cómo viven en total coherencia.
—¿Creés que Argentina podría ser un lugar para desarrollar algo así?
—¡Sí! Totalmente. Lo importante es que haya infraestructura y conectividad, porque son requisitos para estos lugares. Creo que en fuera de Buenos Aires se ofrecen un montón de cosas a las que nosotros no estamos todavía acostumbrados. En el sur, Villa La Angostura o Bariloche porque tiene infraestructura y conectividad; y porque todo el mundo conocen esas ciudades.
—Las personas que deseen sumarse a este nuevo concepto de trabajo ¿qué características deben reunir?
—Deben hablar en inglés sí o sí porque la comunidad se maneja en inglés. Si no, no te podés comunicar. Se debe llegar con alguna idea o un proyecto para dedicarle tiempo porque si vas sin nada para crear hay algo está faltando. Como decía, yo fui a pensar y decidir cómo quiero trabajar de ahora en más. Llevé una lista de cosas para hacer y para pensar. Tenía seis horas para trabajar en ellas. Lo económico no es impedimento porque en Bali se vive con 200 dólares al mes.
Con el deseo de animar a los lectores que no están conformes con su presente para dar ese paso en sus vidas y piensan en esta opción, Lucila concluye: “Tiene que haber una inquietud de querer cambiar y pensar que al dar este paso no se va a perder algo porque esto es para ganar. Es indispensable ver la posibilidad de que hay un mundo mucho más grande y que se puede vivir haciendo lo que a cada uno le gusta, pero de una manera distinta. Hay que abrir la cabeza porque las personas que no se corren del lugar al que están acostumbrados no ven las otras posibilidades. Debemos saber que merecemos otra cosa, querer algo distinto y empezar a buscarlo”.