«Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero»

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO

1. Oración inicial
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Señor, te doy gracias por tu amor y tu misericordia. A ti te consagro mi vida y mi corazón. Que tu Espíritu Santo se derrame sobre mí en este momento de oración, para que pueda vivir tu amor y tu gracia leyendo la Sagrada Escritura y poniéndola en práctica en mi vida. Amén.

2. Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan (17,1-11a)

Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: «Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú les has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera.

Manifesté tu Nombre a los que separaste del mundo para confiármelos. Eran tuyos y me los diste, y ellos fueron fieles a tu palabra. Ahora saben que todo lo que me has dado viene de ti, porque les comuniqué las palabras que tú me diste: ellos han reconocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me enviaste.

Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y en ellos he sido glorificado. Ya no estoy más en el mundo, pero ellos están en él; y yo vuelvo a ti.

Palabra del Señor

3. Meditación

En estos días, la Iglesia nos ofrece un pasaje del Evangelio muy hermoso, llamado “oración sacerdotal de Jesús”. En la Última Cena, Jesús levantó los ojos al cielo y dejó que su Sagrado Corazón se desbordara de amor en una oración única al Padre.

Era la hora en la que Jesús iba a entregarse para salvarnos, iba a dejarse humillar hasta la muerte en la cruz para rescatarnos del pecado y hacernos libres para vivir la vida eterna. La glorificación del Hijo encuentra aquí su raíz: en su rebajarse a sí mismo hasta sufrir la muerte por nosotros. Y en su entrega amorosa, Jesús también glorifica al Padre: no solamente ha manifestado su Nombre al mundo, sino que también ha realizado la obra de salvación. Por eso, el Padre glorifica al Hijo y el Hijo glorifica al Padre.

Esa gloria de Dios es también la parte de nuestra herencia: nosotros hemos creído en ella. Nuestra gloria no consiste en que somos los “perfectitos” y los “excelentes católicos”: Dios es quien nos ha glorificado por la redención que ha obrado Jesús al morir en la cruz. Así, como dice San Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Y no sólo eso, pues también nos gloriamos en Dios mediante nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido la reconciliación”. (Rm 5,8.11)

¡Bendito el Señor, que nos ha hecho partícipes de la vida eterna! ¡Esa es nuestra esperanza! ¡Esa es nuestra paz!

4. Comunión espiritual

Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas, y deseo ardientemente poder recibirte. Pero como no puedo hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiera recibido, te abrazo y me uno en todo a ti. Señor, no permitas que jamás me aparte de ti. Amén.

5. Oración final

Señor, que tu gloria resplandezca en los corazones de todos los creyentes: que nos sepamos salvados y liberados para vivir el amor fraterno, para amar nuestra fe y guardar la esperanza. Ilumina con tu Espíritu Santo a los científicos, para que pronto podamos contar con una vacuna contra el coronavirus. Socorre a los que están enfermos, y dales el descanso eterno a los difuntos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

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