Estados Unidos, un país signado por los atentados, 15 años después

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Foto Web

En esta ocasión, el aniversario vuelve a caer en la recta final hacia las elecciones presidenciales, y tanto la candidata demócrata Hillary Clinton como el republicano Donald Trump harán una pausa en sus campañas ese día, tal como se acostumbra desde los ataques.

Pero ninguno de los candidatos, los dos primeros neoyorquinos, por nacimiento o adopción, en competir por la Casa Blanca tras los atentados, tiene previsto asistir a la conmemoración anual en el memorial de la Zona Cero (Ground Zero) de Nueva York, como se llama al lugar donde se alzaban las Torres.

El presidente estadounidense, Barack Obama, dará un discurso en el Pentágono en su última conmemoración del 11-S como mandatario antes de dejar un cargo desde el cual autorizó la operación de 2011 que terminó con la muerte de Osama Ben Laden, el ideólogo de los atentados, en Pakistán, informó la Casa Blanca.

Además de su impacto geopolítico, los atentados de la red islamista Al Qaeda con cuatro aviones de pasajeros secuestrados, que dejaron 2.996 muertos y más de 6.000 heridos, tuvieron profundos efectos en la política, la economía, la sociedad y la cultura de Estados Unidos.

La estructura del gobierno, la legislación antiterrorista, la sensación de seguridad y la percepción de las minorías musulmanas; la forma de viajar en avión y de relacionarse, los hábitos religiosos, el cine, la literatura, la música y hasta el lenguaje, nada escapó al trauma.

La paranoia y la angustia respecto de futuros ataques se extendió entre los estadounidenses de todo el país, en línea con un sentimiento de temor e indefensión, un incremento de la vigilancia y una mayor demanda de seguridad que la policía aceptó gustosa.

De paso, la militarización policial fue otra de las fuertes consecuencias del 11-S, ya que cientos de vehículos blindados usados por el Ejército en las guerras de Afganistán e Irak fueron a parar a las manos de las policías de diversos estados -y luego sacados a las calles para contener protestas raciales, por ejemplo-.

El miedo que se apoderó de la población justificó y legitimó ése y otros retrocesos en las libertades civiles y los derechos humanos que acompañaron a la «guerra contra el terrorismo» que Washington impuso al mundo -y a los propios estadounidenses- después de los atentados.

La apabullante cobertura mediática, incluyendo la difusión permanente de imágenes perturbadoras como las de los aviones chocando contra las Torres y las de gente arrojándose al vacío, y el interminable relato periodístico sobre los ataques en general contribuyeron con la atmósfera de aprensión en Estados Unidos.

Según un estudio de enero de 2002 revisado en junio pasado, en los primeros meses tras el ataque las farmacias registraron un acusado aumento de la demanda de ansiolíticos y las prepagas una suba de un 25% en las llamadas por consultas.

Un 62% de los consultados en una encuesta incluida en el estudio dijo que tenía dificultad para conciliar el sueño y un 57% afirmó que había empezado a tomar inéditas medidas para protegerse, como abrir el correo con cuidado o evitar eventos en lugares públicos.

También se documentó un gran impacto del 11-S en la creencia religiosa de muchas personas; en algunos casos se vio reforzada como forma de hallar consuelo ante la pérdida de seres queridos, mientras que en otros hubo fuertes cuestionamientos e incluso pérdida de la fe ante la incapacidad de reconciliar la perversidad de los atentados con la existencia de Dios.

Favorecido por sus interminable reproducción en los medios y la cultura popular, los atentados más grandes de la Historia también generaron un potente simbolismo iconográfico, debido al hecho de que las Torres Gemelas y el Pentágono representaban el poder económico y militar, respectivamente, de Estados Unidos.

Así, muchos vieron al 11-S como un ataque a la supremacía económica y militar estadounidense, además de un símbolo de la «guerra al terrorismo». Aunque no se sabe a ciencia cierta, se cree que el avión que se estrelló en Pensilvania se dirigía contra la Casa Blanca o el Capitolio, símbolos del poder político del país.

Los atentados sirvieron también como telón de fondo o narrativa central de numerosos libros y de algunas canciones y películas.

Innumerables filmes debieron ser editadas para evitar mostrar imágenes de las Torres Gemelas o para eliminar referencias a atentados o explosiones. Otras debieron demorar su estreno. Radios y canales de TV dejaron de pasar algunas canciones y videos musicales porque incluían imágenes asociadas al 11-S.

En el plano político e institucional, los atentados derivaron en la mayor reestructuración del gobierno de Estados Unidos de los tiempos modernos, con la creación del Departamento de Seguridad Interior, mediante la Ley de Seguridad Interior, de 2002, para coordinar los esfuerzos antiterroristas.

El Congreso también sancionó una ley antiterrorista, la Ley Patriótica, que dio a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) y a otras el poder de espiar, sin permiso de un juez, las comunicaciones, los email y el uso de Internet de los ciudadanos estadounidenses e incluso de millones de personas en el extranjero.

Los ataques también cambiaron para siempre la rutina de los aeropuertos.

La Administración Federal de Aviación (FAA) ordenó que se reforzaran las puertas de las cabinas de los aviones y asignó a los vuelos agentes de seguridad encubiertos.

Además, la Ley de Seguridad de la Aviación y el Transporte, de noviembre de 2001, traspasó de los aeropuertos al Estado la responsabilidad de la seguridad en las estaciones aéreas.

La ley creó la Administración de Seguridad de Transportes para revisar a los pasajeros y su equipaje, derivando en largas demoras para tomar un vuelo y en preocupaciones para la privacidad de los pasajeros.

Fuente: Telam

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