En la Copa de África, donde cada pisada puede ser tan firme como incierta, Costa de Marfil redibujó su destino. Arrancó el torneo bajo el halo de favorita, una etiqueta que parecía respaldar con solidez tras vencer a Guinea-Bisáu por 2-0, pero que se desvaneció con derrotas imprevistas ante Nigeria (0-1) y una inesperada goleada por parte de Guinea Ecuatorial (4-0).
Emergieron entonces retos y decisiones críticas. La Federación contactó con la federación francesa para solicitar la cesión para lo que restaba del torneo de Hervé Renard, quien ya había llevado a los Elefantes a ganar el título en 2015. El organismo galo desestimó la petición. Sin éxito y, en un giro inesperado, obligados a buscar una solución, promovieron al hasta entonces ayudante técnico, Emerse Faé. Con escasa experiencia (solo había dirigido a los juveniles del Niza y al filial del Clermont), pero cargado de determinación, tomó las riendas del equipo.
El agónico camino a la final
El camino trazado no fue sencillo. Senegal se adelantó rápidamente en el minuto 4, pero Costa de Marfil, resiliente, encontró en Kessié a su héroe, quien igualó el marcador en el 87 y, finalmente, tras mantener la igualdad en el tiempo extra, Kessié marcó el gol en la tanda de penaltis que aseguró el avance a cuartos. Contra Mali, el guion fue igual de dramático: la expulsión de un jugador, un gol en el último suspiro para forzar la prórroga y, en el último aliento del tiempo extra, un taconazo de Diakité selló otro triunfo agónico.
El ‘castigo’ de sus antepasados
Cierto es que la destitución del entrenador y tener que avanzar hasta la final sin la figura del técnico no es comparable con lo que sufrieron sus compañeros en la Copa de África del año 2000 tras ser eliminados en la fase de grupos. Con una victoria, un empate y una derrota, la selección no encontró a sus ‘superhéroes’ y no consiguieron superar la primera fase, suponiendo el fin a su presencia en la Copa de África. Sin embargo, el viaje de vuelta a casa estuvo marcado por un giro dramático y, sobre todo, inesperado.
Durante la celebración de la competición, se había producido un Golpe de Estado en el país. El vuelo que trasladaba a los jugadores cambió su rumbo, y en lugar de aterrizar en Abiyán (la capital), su destino previsto, hizo su aterrizaje forzoso en Yamusukro, lejos de los focos y las cámaras que habían seguido el torneo. Acto seguido, fueron metidos en camiones militares y trasladados a un campamento en Zanbrako a 30 kilómetros.
Los integrantes de la selección se vieron obligados a cambiar sus móviles y balones por libros de patriotismo y entrenamiento militar. Bajo la sombra del líder Roberto Guéi, los jugadores —sin distinción— fueron sumergidos en un programa destinado a inculcarles “civismo y disciplina”.
La repercusión de su situación trascendió las fronteras de Costa de Marfil, y el eco de su infortunio llegó a Europa y al resto de equipos aun compitiendo en la Copa. La solidaridad del mundo del fútbol no se hizo esperar: compañeros, aficionados y clubes pedían su liberación, lo que finalmente surtió efecto como para garantizar su regreso a la libertad.
Fuente Infobae