Francisco sigue mal informado sobre Venezuela

0
372

Tras la visita a Panamá, el papa Francisco hizo dos planteos que quisieron ser neutrales y equilibrados sobre la situación venezolana: dijo que no iba a reconocer a Juan Guaidó porque “en su rol pastoral no podía apoyar a ninguna de las partes en conflicto” y que su prioridad era evitar “derramamiento de sangre”. Sus dos definiciones de neutrales no tuvieron más que la apariencia.

En lo que se refiere a la legitimidad de Gauidó para asumir la presidencia en forma provisional, porque Francisco olvidó que El Vaticano sí había enviado, pocos días antes, un representante a la asunción de Nicolás Maduro. Cosa que hicieron muy pocos Estados más en el mundo, casi ninguno democrático, dado que implicaba legitimar unas elecciones a todas luces fraudulentas y negar el carácter abiertamente anticonstitucional de todos los pasos que el régimen ha dado en los últimos cuatro años, desde sacarle todas sus funciones y hasta la provisión de electricidad a la Asamblea legislativa, a inventar un método ad hoc de elección para el engendro con que la reemplazó, la Asamblea Constituyente.

Lo único que se le reclamaba ahora a Francisco era que se mostrara un poco menos parcial, y también tuviera un gesto con la oposición, con Guaidó en particular, que legítimamente ocupa la primea magistratura porque está tercero en la cadena sucesoria y quienes lo preceden en ella han quedado invalidados, y por tanto con lo que queda en pie de la democracia venezolana, es decir la Asamblea Legislativa, la única institución en que todos los partidos tienen representación, nacida de elecciones que todos avalaron.

Pero por algún extraño razonamiento, el Papa interpretó que eso era pedirle demasiado, que le soltara la mano a Maduro y su banda de gángsters o cosa por el estilo. Así que solo repitió el mantra de que debe haber diálogo, lo que en sus término implicaría que una vez más los opositores se sometan a la buena voluntad de Maduro, a su disposición a ceder y reconocer en alguna medida sus errores y horrores. Cosa que nunca ha hecho en estos años, ni piensa hacer, claro.

Francisco completó su deslucida intervención con una frase de ocasión sobre la importancia de evitar derramamiento de sangre que resulta aún más difícil de aceptar: ¿acaso ignora que el régimen ha vuelto a asesinar manifestantes con total impunidad?, ¿o que en su negativa a aceptar la ayuda humanitaria que se le ofrece está condenando todos los días a más y más venezolanos a muertes de otro modo fácilmente evitables?, ¿o que está provocando un éxodo que no tiene comparación con lo sucedido ni en la peor de las dictaduras militares de la segunda mitad del siglo XX en la región?

A principios de los años ochenta, Juan Pablo II se comprometió con la lucha democrática en Polonia, su país natal, y contribuyó así a terminar con el totalitarismo soviético en el este de Europa. Lo ayudaron sus afinidades ideológicas con los disidentes polacos, claro, pero también una clara percepción de lo que la época le reclamaba a la Iglesia y en particular a la política vaticana.

Francisco no tiene la sintonía ideológica necesaria para converger, ni siquiera para cooperar en buenos términos, con buena parte de los actores democráticos de la región de la que proviene. Pero eso no es tan grave como su carencia total de olfato político para colocar a la Iglesia que conduce en una posición medianamente digna y útil para resolver los conflictos políticos en danza en ese territorio. Que se vanagloria de conocer muy bien y que pretende recristianizar. Pero que por este camino va a terminar enajenando del todo a la Iglesia romana.

Después que no se sorprenda si los evangélicos de derecha barren del mapa a sus curas y obispos “pobristas” de las zonas más postergadas de América Latina, hablándole a sus habitantes de sus problemas y sus alternativas reales, en ocasiones con un mensaje ideológico extremista para el otro lado, pero seguro con bastante más sentido común.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here