Reunía todas las características de la «raza aria». O la raza superior, según pregonaba el nazismo desde comienzos de la década de 1930 hasta su final en 1945. Y fue la máquina propagandística del Tercer Reich la que se dedicó a resaltarla por sobre los demás habitantes de Alemania primero y de Europa después. Esa creencia provocaría el mayor genocidio del que se tenga memoria.
Hoy Gerhard Bartels tiene 83 años. Pero cuando tenía cuatro años cobró fama por posar junto a Adolf Hitler en una serie de fotos que tenían como objetivo mostrar al dictador en una escena natural acompañando a niños de pureza aria. Fue cuando Hitler fue a visitar a su amigo Isidor Weiss -tío de Bartels- a quien conoció durante la Primera Guerra Mundial. Ambos, veteranos de guerra, tenían una gran amistad. Sin embargo, Weiss no se involucró con el partido nacionalsocialista ni con el régimen. Nunca fue nazi.
En Berghof, en los alpes, Weiss tenía un hotel que aún conserva la familia. Hasta allí se dirigió Hitler y su fotógrafo personal Heinrich Hoffmann comenzó a capturar las imágenes junto a Gerhard. «Una mujer me preguntó qué me había dicho. ‘Nada inteligente’, le respondí», señaló en una entrevista hecha por el diario español El Mundo. «Ella se escandalizó. El Führer siempre tenía algo interesante que decir. Puedes ver que desde crío sabía algo de política», añadió.
«Hitler tenía curiosidad en saber qué quería ser de mayor. Todt respondió por mí: ‘No cabe duda de que tú serás Erbhofbauer’, dijo y todos rieron. Al principio no les pareció tan gracioso que me presentara con un informal Grüss Gott en lugar de con el preceptivo Heil, mein Führer», recuerda Bartels. «Erbhofbauer» era una figura legal por la cual el primer hijo se quedaba con todas las propiedades familiares. Todt era nada menos que Fritz Todt, uno de los mayores jerarcas nazis.
David Granda, el periodista que encontró a Bartels y realizó la entrevista le consultó acerca de los derechos de imagen por las famosas fotos con Hitler, que fueron explotadas por el Tercer Reich. «Nada. Una de las foto de Hoffmann en las que Hitler me está abrazando es la portada de la novela Siegfried, de Harry Mulisch. Intenté ponerme en contacto con la editorial pero todo resultaba muy farragoso».
Años después, durante su educación oficial, Bartels debió visitar un gueto judío de Riga. El jovencito pertenecía a las Juventides Hitlerianas como parte de su educación obligatoria. Pero se quejaba de la comida que conseguía. Fue por eso que consiguió de sus padres cupones para el pan, los que vendía a los judíos, actividad absolutamente prohibida. «Yo llevaba uniforme, era el alemán, no tenía miedo de nada», recuerda.
Cuando volvió por tercera vez ya no había gente en el gueto. «Nos dijeron que habían sido reasentados. No sabíamos dónde. No lo podíamos saber. No podíamos imaginarnos que los habían asesinado o enviado a un campo de exterminio», relata a El Mundo. Fueron 14 mil judíos los de Riga que fueron masacrados.
Bartels también rememoró cómo su familia ayudó a una mujer judía de nombre Meister. Casada con un ario logró mantener su ciudadanía alemana. Sin embargo su temor era que su marido falleciera a causa de su edad y que ella quedara librada al azar. En mayo, murió y ella debió ser ayudada por los vecinos de Alpenhof -entre los que estaba el padre de Bartels- para escapar de las últimas purgas nazis. «La acompañaron en más de una ocasión a ocultarse en un granero en el bosque. Había un único teléfono en Hintersee, en el hotel de mi tío, pocos coches en el valle y la gasolina estaba racionada: era fácil saber cuándo venía la Gestapo de Ramsau a nuestro pueblo y nos avisaban por teléfono. Entonces ella, de puro miedo, se recogía en el bosque».
Diez años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Bartels se reunió con sus compañeros de «Juventudes». Consultado acerca de si sabía qué estaba ocurriendo en Alemania durante esos infames años, replicó: «Ya había leído sobre la tragedia del Holocausto. Fue un golpe terrible. Mientras ocurrió nunca imaginé que algo como eso estaba sucediendo».