Gordo Valor: «La calle está peligrosa hasta para mí: cualquier pibito te mata por un celular»

0
444

A los 14 años se juntaba en un baldío con un grupo de jóvenes que se dedicaba a robar autos. Le decían Vaca o Cachito. Cinco años después lo detuvieron por primera vez, acusado de robar un Ford Farlain modelo 60, un vehículo largo de cuatro puertas. Creyó que robar no estaba tan mal y que iba a sacar de la pobreza a sus padres. Desde ahí no pudo parar: robó fábricas, industrias, bancos y blindados. Se fugó de la cárcel y se tiroteó con la Policía. Por esos golpes audaces se convirtió en un mito de la delincuencia y en el enemigo público número uno de la Policía Bonaerense.

El grueso prontuario AP 389822 lo identifica como Luis Alberto Valor González, de 63 años. Se hizo famoso como El Gordo Valor: apodo que recibió cuando era un alfeñique y al que hizo honor engordando a la par que su cuenta bancaria. El ex líder de la superbanda que asaltó más de cincuenta camiones blindados y bancos en las décadas del 80 y 90 jura que retiró del delito y anuncia que pronto estará en libertad.

«La calle está peligrosa también para un ladrón como yo. Hoy cualquier pibito te mata por un celular o un reloj trucho. El delito es pasado para mí», dice Valor a Infobae desde la cárcel de Urdampilleta, donde está detenido por intentar robar el country Olivos Golf Club de Pablo Nogués el 31 de julio de 2009.

—Todos los ladrones cuando caen dicen que están retirados. Usted lo dijo varias veces y volvió a robar. ¿Por qué creerle esta vez?

—Porque tengo 63 años. Y no quiero robar más. A esta edad un tipo con un arma en la mano es decrépito. Siempre pensé que un ladrón nacía y moría ladrón, pero me equivoqué. Quiero disfrutar mis últimos años con mi esposa Nancy, con mis hijos y con mis nietos.

—¿Podría volver a robar como robó en el pasado?

—Hoy robar es muy difícil. La tecnología va contra el viejo ladrón. Hoy se destaca más el que sabe de alarmas y de computación que el que sabe empuñar un arma o tirar una metralleta o un FAL. Yo no podría robar un blindado como lo robaba hace 30 años. Además la calle está durísima. Hoy para robar un blindado tenés que saber de tecnología como Bill Gates o estar en complicidad con el chofer y los custodios. Se acabó el romanticismo.

—¿Qué opina del caso del policía Chocobar, que le disparó por la espalda a un ladrón que había apuñalado al turista?

—Pienso dos cosas: que el policía tiró a matar. Y que el muchacho quiso matar a la víctima por una cámara de fotos. Los dos quisieron matar. Yo me tiroteaba con policías pero cara a cara. Me preocupa que la cana esté tirando a matar. Y me preocupa que los ladrones salgan a matar. Es una guerra en la que pierden todos.

Valor se convirtió en integrante de la superbanda en 1986, cuando el líder era el Cabezón Carlos Soto. La tarea del ex tornero de San Fernando era reclutar miembros en las villas del conurbano. Soto murió en un tiroteo con la policía; lo reemplazó Pedro Tato Ruiz, que también murió asesinado por las balas policiales. Valor no desaprovechó la oportunidad. En 1991 pasó a liderar un ejército de más de cincuenta hombres que sabían disparar fusiles FAL, ametralladoras, Itakas y escopetas. La superbanda robó más de cincuenta bancos y camiones de caudales. Cada golpe llevaba varios días de planificación, pero se ejecutaba en menos de diez minutos.

—Robábamos cinco blindados por mes. La superbanda respetaba los códigos de la calle y la vida de la gente. No mataba, no violaba, no secuestraba. No le afanábamos a un pobre. Robamos mucho dinero: como decía Cacho Sosa, teníamos para vivir en un cinco estrellas, pero lo hacíamos en un fitito bajo el puente. Había que vivir oculto. La superbanda es pasado. Es irrepetible. Estoy arrepentido de haber robado tanto, pero ya pasó y no puedo cambiar el pasado.

—¿Es verdad que militó en Montoneros?

—Es posta. En mi juventud apareció un mundo nuevo para mí y me capturó: los sindicatos y la izquierda, en 1970. Conocí a gente de Montoneros y las FAR, trabajaban con armas y me las mostraron enseguida. Eso sí me interesó de verdad. Fue un viaje de ida. Yo creí en todo eso. Fui un tipo con buenas ideas e idealista. Me conmovían los pobres, me apasionaba charlar con la gente, meterme en los barrios, militar. Estaba lleno de vida. Pero tampoco era Gandhi: también me gustaban la buena música y los bares. La diversión. Así viví durante un tiempo. Vienen a mi memoria las noches de militancia y las reuniones: nos juntábamos en las sociedades de fomento y armábamos un cine clandestino. Se podía ver La hora de los hornos, La masacre de José León Suárez y Operación Masacre. Escondíamos las cintas como si fuera oro. Yo veía entrar tantas chicas lindas, gente comprometida, además. La vida tenía que ser eso, yo quería que fuera eso.

—Pero no fue eso…

—No. El país estaba muy pesado. El peronismo proscripto. Si tenías una foto de Perón en tu casa, ibas preso un par de días. Los trabajadores estaban muy complicados, la gente joven también, con muy poca libertad. Había como un caldo de cultivo ahí. Mucha gente nerviosa, con ganas de expresarse, de ganar la calle, que no los exploten más. Y ahí me quise meter yo. En esa pelea. Nunca elegí para mí una vida monótona. Además había algo que me enamoraba y que escuchaba en las charlas: «Vamos a recuperar lo nuestro». O nos decían «vamos a dar un golpe a la oligarquía gorila» y yo no podía dejar de pensar en mi papá, en su vida de laburante, en toda la piel rasgada por los juncos que cortaba; la piel quemada por vivir bajo el sol. Quería recuperar lo que le sacaron, lo que nunca tuvo.

—¿Qué rol ocupaba usted en la lucha armada?

—Laburábamos con los más necesitados, en las villas. Tratábamos de cumplirles las necesidades básicas. Así me alisté en la Regional 1 de la Juventud Peronista de San Fernando. Conocí a muchos patriotas que daban la vida por un ideal. En esa época conocí a grandes dirigentes, gente muy culta, que me enseñó mucho. Aprendí a manejar armas largas y cortas, explosivos, granadas, primeros auxilios.

—¿Y qué pasó para que el joven idealista mutara en un pistolero pesado que robaba blindados con fusil?

—Yo me dedicaba a robar autos. Nunca maté. Y cuando caí preso me tomaron como un delincuente común, aunque me torturaron. En el penal de Olmos conocí a grandes pistoleros que me enseñaron el oficio. Robaban con traje y gomina. Eran señores del hampa. Eso me salvó porque me terminé haciendo ladrón. Y cuando salí no volví a militar. Me dediqué a robar. Pero para mí y mi familia.
Valor es el ladrón más famoso del país. En la Argentina, decir Gordo Valor es sinónimo del hampa. Hasta los políticos lo usan como adjetivo descalificativo. Elisa Carrió «Gordo Valor» al fallecido ex presidente Néstor Kirchner.

—¿Qué hará cuando salga en libertad?

—Si Dios quiere saldré este año. A partir de las gestiones del abogado Juan Manuel Casolati voy a colaborar en la Fundación Comprometerse Más, en San Miguel. Quiero estar con los más pobres, que es una manera de redimirme y de volver a mis ideales. Los que tenía de joven. Además saldrá mi libro. Con un prólogo de lujo.

—¿Lo puede decir?

—Sí. Lo escribió Andrés Calamaro, un músico al que admiro. En la superbanda escuchábamos a los Abuelos de la Nada. Era una manera de ir relajados a cometer el golpe. Y con el tiempo me fue gustando Calamaro. Otro que me gusta es el Indio Solari, creo que es entrerriano como yo. Estos dos tipos hacen felices a mucha gente.

—¿Le gustaría que se filmara una película sobre su vida?

—Sí, es otro de los proyectos. Quiero que la dirija Luisito Ortega, el mejor. Y con música de Calamaro. Y si Solari se prende, adelante. Hoy si tuviera que elegir compañeros de la nueva superbanda, elijo a ellos. Hoy la plata la buscaré en el libro y la película. Se gana más que robando un blindado. Y salimos todos vivos, aunque como dice Calamaro: nadie sale vivo de aquí.

—¿Se arrepiente de algo?

—De muchas cosas. De haber pasado poco tiempo con mi familia. De que dos de mis hijos hayan seguido mi camino. De todo lo que pasó mi Nancy para verme en la cárcel. Llegó a acampar la noche anterior para ser la primera. Me arrepiento de no haberle hecho caso a mi vieja Rosa y a mi viejo Cirilo cuando me dijeron que fuera un hombre decente. Sé que robar está mal. Pero no pude parar. Robar es como una droga. Creo que soy el último ladrón de mi especie.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here