Por Facundo Gallego especial para LA BANDA DIARIO
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas (21,5-19)
Como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas
piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no
quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».
Ellos le preguntaron» «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal
de que va suceder?». Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque
muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: «Soy yo»; y también: «El tiempo está
cerca». No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es
necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin».
Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá
grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos
aterradores y grandes señales en cielo.
Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las
sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi
Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien
presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia
y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán
entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a
muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni
siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas
Palabra del Señor
Comentario
Hermanos y hermanas: ¡buen domingo! Que la esperanza que Dios infunde en
nuestros corazones nos aliente a vivir cada día mejor nuestra vida cristiana, y que el
amor de la Virgen María nos lleve de la mano hasta el Cielo. Amén.
Hoy, celebramos el vigésimo tercer domingo del tiempo ordinario: estamos a
una semana de celebrar a Cristo Rey y a dos de comenzar el tiempo de preparación para
la navidad: el Adviento. Los textos del Evangelio nos iluminan en estos días con un tinte
escatológico, es decir, nos hablan ya del Día Final, en el que Cristo aparecerá con gloria
y pondrá fin a la historia.
Este fragmento del Evangelio que nos propone hoy la Iglesia, es parte de un
discurso de Jesús sobre la ruina de Jerusalén. El pasaje comienza con la admiración de
los discípulos ante el tamaño y la belleza del Templo, y concluye con un mensaje de
esperanza ante las futuras dificultades que deberán afrontar los discípulos.
El Templo: un repasito histórico
El Templo de Jerusalén era el orgullo del pueblo judío. Muchos años antes de
Cristo, el Rey David había enfrentado demasiadas guerras y no había podido construir
un Templo dedicado a Dios. Cuando hubo asumido su hijo Salomón, éste dijo al rey de
Tiro: “mi Dios me ha concedido tranquilidad a mi alrededor. No tengo adversario
alguno ni se producen acciones hostiles. Me propongo construir un templo al Nombre
del Señor mi Dios” (1 Re 5,18-19). Así, el Rey Salomón pidió que le trajeran maderas
de cedro del Líbano y enormes piedras para construir el Templo dedicado al Señor. La
construcción tuvo lugar en el año 960 a. C. El Templo gozaba de enormes estructuras e
imágenes de querubines (sí, imágenes, según lo señala 1 Re 6,23-30).
Mucho tiempo después, el profeta Jeremías hubo profetizado sobre la ruina del
Templo. Causó tanto enojo entre los sacerdotes y los profetas que lo amenazaron de
muerte y lo mandaron a apresar (Jr 26,1-24). El rey Sedecías “no se humilló ante el
profeta Jeremías, que le hablaba por boca de Dios” (2 Cro 36,12). Así, Nabucodonosor,
rey de Babilonia, invadió y destruyó Jerusalén. Un mes más tarde, Nebuzaradán
destruyó el Templo de Jerusalén. Estamos hablando del año 587-586 a. C.
Sin embargo, Ciro y los persas (el rey y sus súbditos, no los rockeros)
derrotaron a Babilonia en la guerra en el año 539 a. C. Entonces, “el Señor movió el
espíritu de Ciro, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: ‘el Señor,
Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le
edifique un templo en Jerusalén, en Judá. Quien de ustedes pertenezca a su pueblo,
¡sea su Dios con él y suba allá!’.” (2 Cro 36,23). Un grupo enorme de judíos regresaron
para reanudar el culto ese mismo año.
Dos años más tarde del regreso de la deportación, comenzaron la obra de
reconstrucción. La Escritura relata la escena de la colocación de los cimientos: “cuando
los albañiles echaron los cimientos del santuario de Dios, estaban presentes los
sacerdotes, revestidos de lino fino, con trompetas, y los levitas con címbalos, para
alabar a Dios (…) Muchos sacerdotes, levitas y jefes de familia, ya ancianos, que
habían conocido con sus propios ojos el primer templo, lloraban a voz en grito, mientras que otros lanzaban gozosos clamores.” (Esd 3,10-12) El Templo terminó de construirse
en el año 515 a. C. Era una construcción más pequeña que su predecesora.
Herodes comenzó una ampliación del Templo en el año 20 a. C., procurando
una infraestructura colosal y llamativa, maravillosa, atractiva… Quería que el Templo
fuera mucho mejor que el de Salomón y más grande que el del regreso del destierro.
En este panorama, situamos la escena del discurso de Jesús sobre la ruina de
Jerusalén: los discípulos estaban embobados con semejante construcción, y procuraban
apreciarla lo mejor que podían. Sin embargo, Jesús es terminante: “De todo lo que
ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido” (v. 6).
En efecto, en el año 70 d. C., Tito, comandante en jefe de los romanos, sitiaron
Jerusalén e incendiaron el Templo el día 29 de agosto. Los judíos nuevamente quedaron
sin el orgullo y el fundamento de su vida espiritual.
Los mártires
Los discípulos, preocupados por esta profecía del Señor, le preguntan cuándo iba
a suceder todo eso y cuáles eran las señales que les indicarían la proximidad de la ruina.
Jesús les responde que, ante todo, sobrevendrán turbaciones en el corazón de los
hombres: guerras y revoluciones, peleas entre naciones y reinos. En segundo lugar,
vendrán catástrofes naturales. “Pero antes de todo eso, los detendrán, los
perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados”. (v. 12) Es decir,
antes de que las naciones y la naturaleza se vuelvan locas, primero tendrá lugar la
persecución.
La Iglesia primitiva está llena de mártires, es decir, hombres, mujeres, niños y
niñas que dieron testimonio de Cristo derramando su sangre. Ellos, perseguidos por
“alterar la Paz Romana” con su impiedad, fueron asesinados por abrazar la fe en Cristo.
En los últimos siglos, incluso, muchos siguen siendo perseguidos a causa de
Reino de los Cielos. Los beatos Angeleli y compañeros mártires en Argentina, los
seminaristas mártires de Barbastro en España, el obispo Óscar Arnulfo Romero en
El Salvador; y tantos misioneros y misioneras asesinados en los países bélicos, en los
continentes adversos y por los sistemas políticos anticristianos… Muchos hermanos,
incluso no católicos, siguen hasta el día de hoy derramando su sangre por Cristo.
Pensemos, por ejemplo, en los países del medio Oriente, donde los martirios son hasta
trasmitidos en vivo por internet. Ellos han sido entregados por familiares y amigos, hansido apresados y llevados ante las autoridades, han sido escarmentados y han recibido el
disparo letal que los ha llevado al encuentro de Aquel que siempre permanece fiel.
El Templo Nuevo
Como hace veinte siglos ha sucedido con el Templo, hoy sucede también con las
iglesias en distintas partes del mundo. Tenemos el caso de Chile: ya van dos parroquias
destruidas por manifestantes. En Argentina sucede a cada rato: cuando hay marchas,
sabemos que las iglesias serán blanco de destrozos. De vez en cuando hay robos y
asaltos en nuestros templos, profanaciones de todo tipo… En todo ello debemos
aprender a ver aquello de “no quedará piedra sobre piedra”.
Nuestros templos son casa de oración, son el lugar donde Jesús reside, ocupando
el Sagrario. Son el lugar del encuentro de quienes profesamos la misma fe y hemos
recibido el mismo bautismo. Muchas son las razones para cuidar siempre de nuestros
templos.
Sin embargo, no podemos perder de vista que hay un “Templo Nuevo” que se
está construyendo hace ya veintiún siglos, y que todavía continúa elevándose. Hablamos
de la Iglesia Cristiana Católica, fundada por el mismo Señor Jesucristo, con el
cimiento puesto sobre los Doce Apóstoles y construida con verdaderas piedras vivas:
cada uno de nosotros, los bautizados, somos los que vamos elevando la Iglesia hasta el
Cielo.
¿Cómo sabemos que este Templo Nuevo no habrá de derrumbarse nunca?
¿Acaso no la destruirán los escándalos, la pedofilia de algunos clérigos, el mal ejemplo
de un puñado de laicos, “la riqueza del Vaticano”, la “relación Iglesia-Estado”, la
“Iglesia basura, vos sos la dictadura”? Terminantemente NO, porque Cristo mismo ha
dicho: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del
infierno NO prevalecerán contra Ella” (Mt 16,18). Una Iglesia humilde, que
reconoce sus gravísimos errores y sabe enmendarse, corregirse y acusarse a sí misma,
será la que derrote a las puertas del infierno.
Piedras vivas
Por tal motivo, si estamos llamados a cuidar de las piedras perecederas de los
templos, por una cuestión de piedad y respeto al lugar que Dios ha elegido para habitar;
con mayor razón estamos llamados a cuidar de las piedras vivas que hacemos la
Iglesia. Debemos cuidarnos a nosotros mismos, procurando recibir los sacramentos,confesándonos y comulgando regularmente; y debemos cuidar también a los
hermanos, rezando por ellos y auxiliándolos en sus necesidades espirituales y
materiales. Así, seguiremos formando parte de un edificio que no se destruirá nunca.
No olvidemos el ejemplo del Cardenal Francisco Javier Van Thuan, obispo de
Vietnam, quien fue apresado por los comunistas durante el Siglo XX, y pasó trece años
en cautiverio. Le destruyeron todas las Iglesias de la diócesis y, durante cinco años, él
mismo se convenció de que su diócesis eran los presos, y que su Catedral era ese
pequeño recinto de cautiverio. Durante ese tiempo, celebró la Eucaristía a escondidas
para los compañeros de celda, y escondía las formas eucarísticas en sobrecitos de papel
aluminio sacado de los paquetes de cigarrillos. Y hasta había recopilado su propia
“Biblia” con versículos que se sabía de memoria. El templo físico no estaba, pero el
templo espiritual se había hecho bien visible.
Invitación
La invitación para esta semana es pensarnos a nosotros mismos como piedras
vivas: construimos la Iglesia, pero debemos aprender a cuidarnos para no caer. Si hace
mucho que no rezo a Dios, que no le converso de mí y de mis asuntos; o si hace tiempo
que no le saco el polvo a la Biblia y empiezo a leer los Evangelios; e incluso si llevo
demasiado ya sin confesarme y comulgar: HOY ES EL DÍA PARA VOLVER A
HACERLO.
Y pensemos también en algún hermano que esté necesitando oración y ayuda.
¿Estoy enterado si un familiar, un amigo, un conocido está necesitando de mi oración o
de mi colaboración material? ¡APROVECHEMOS HOY PARA REZAR POR ÉL,
PARA VISITARLO, PARA SACARLE UNA SONRISA!
El cemento más excelente que tenemos para unirnos a las demás piedras vivas es
la caridad: el amor desinteresado y gratuito que todos nos debemos por ser hijos de
Dios. Sólo así podremos construir una Iglesia que refleje el amor de Dios. “Que su
única deuda sea la caridad”.
¡Feliz domingo para todos!