POR FACUNDO GALLEGO, ESPECIAL PARA LA BANDA DIARIO
Lunes XII del Tiempo Ordinario
San Paulino de Nola, Obispo
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (7,1-5)
Jesús dijo a sus discípulos:
No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.
¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Deja que te saque la paja de tu ojo», si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Palabra del Señor
Comentario
Un corazón puro requiere intenciones rectas. Esa es la enseñanza que Jesús no viene dejando a lo largo de estos días en el que meditamos el hermoso Sermón de la montaña (Mt 5-7). En esta oportunidad, el Señor nos cuestiona sobre nuestras intenciones a la hora de corregir al hermano.
No es fácil discernir nuestras verdaderas intenciones a la hora de hacer algo, y mucho menos cuando se trata de una corrección. A veces, ante las limitaciones, los errores y las miserias de los demás, tendemos a escandalizarnos y a juzgarlos temerariamente.
Lo primero que hay que evitar es el juicio: ninguno de nosotros tiene el historial limpio, y a todos se nos ha perdonado mucho. Hay que saber diferenciar el pecado del pecador; hay que aprender a amar al errado, y odiar el error. Distinguiendo claramente lo que el hermano es de lo que hace, comprenderemos que un hijo de Dios merece siempre lo bueno, y con la corrección amorosa y fraterna, podemos procurárselo.
Nuestra primera intención al corregir, tiene que ser mostrarle al hermano el camino que corresponde, la acción buena, darle una advertencia a tiempo.
Además, hay que tener en cuenta que mirarse a uno mismo es esencial. Reconociendo nuestra debilidad y nuestros pecados, lograremos que la corrección tenga la autoridad del testimonio de la gracia de Dios, que transforma nuestros corazones y nos hace libres del pecado y libres para el amor fraterno.
San Agustín comentaba este pasaje de una manera excepcional:
“Pensemos en primer lugar si alguna vez hemos cometido el error del hermano. Si nunca lo tuvimos, pensemos que también nosotros somos hombres y lo pudimos tener; si lo tuvimos pero ya no lo tenemos, acordémonos con indulgencia de la debilidad que compartimos. Y si nos encontráramos nosotros mismos en el mismo error, no castiguemos y reprendamos; lamentémonos con el culpable e invitémosle a intentar juntos la superación.
La invitación para hoy es grabarnos a fuego en el alma esta hermosa certeza de fe: no hemos sido llamados a ser jueces de los otros, sino hermanos.
Contemplemos al Señor, que teniendo todo el poder y la autoridad para juzgarnos y condenarnos, hizo todo lo contrario: nos perdonó las faltas, nos corrigió el rumbo hacia el Verdadero Camino que conduce a la Vida Eterna.