La ceremonia de beatificación de los mártires del Zenta se realizó en el Predio de la Familia en Orán y contó con la presencia del gobernador Gustavo Sáenz y fue presidido por el cardenal Semeraro, enviado del papa Francisco.
Con la participación de alrededor de 20 mil fieles y peregrinos, la ceremonia fue presidida por el cardenal Marcello Semerano, que en Roma se encarga de las Causas de los Santos y vino especialmente para hacer esta beatificación, junto al obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Vicente Ojea y monseñor Luis Antonio Scozzina OFM, obispo de Orán.
Durante la celebración, el Obispo de Orán agradeció especialmente al gobernador Sáenz “que se puso la camiseta de los Mártires” para hacer realidad esta causa y la beatificación en la tierra donde los beatos vieron, han crecido y dado testimonio de su fe y testimonio con la sangre.
Al referirse a esta fiesta histórica para la comunidad diocesana de Orán y todos los argentinos, Sáenz manifestó su emoción por la beatificación de los Mártires del Zenta, que confirma la devoción del pueblo del noroeste argentino.
El 13 de octubre S.S. el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar los Decretos relativos al martirio de los Siervos de Dios Pedro Ortiz de Zárate, sacerdote diocesano, y Juan Antonio Solinas, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús.
Desde ayer por la noche, cuando comenzaron algunas celebraciones la ciudad de Orán mostró un gran movimiento de gente. Un equipo de El Tribuno viajó hacia ese municipio del norte de Salta para realizar una cobertura en vivo Facebook. La expresión de alegría de los habitantes debido a la importancia y magnitud del evento, pobló la ciudad de buen clima y alegría que se vio plasmado en la gran cantidad de público que asistió al Predio de la Familia para no perderse la beatificación.
Beatificación de los mártires
El presbítero salteño Javier María Llorente explicó qué es un mártir: ‘La palabra mártir proviene del griego y significa testigo. El Catecismo de la Iglesia enseña que ‘el deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cfr. Mt 18, 16)‘.
El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte.
En esta época la Iglesia y el mundo necesitan muchos testigos que con su ejemplo y con sus palabras muestren a Jesucristo. La beatificación de los Mártires del Zenta nos recuerda que la necesidad del testimonio cristiano sigue siendo de enorme actualidad.
No debemos pensar que es mártir exclusivamente quien recibe la muerte por la fe, de mano de los enemigos de Dios, sino también el que sabe morir a sus pasiones y egoísmos sirviendo a la Iglesia y a las almas, y envejece sonriendo, y pasa inadvertido… un martirio sin espectáculo que quizá es más heroico y es el que podemos y debemos vivir los cristianos cada día. (Cfr. San Josemaría E, Vía Crucis VII,4).
Pero, ¿quiénes son los Mártires del Zenta? Fue un grupo de cristianos asesinados en su afán de acercar a la fe a los nativos del Valle del Zenta.
De estos solo se conocen los nombres del sacerdote jujeño Pedro Ortiz de Zárate y del jesuita de Cerdeña, Juan Antonio Solina. Del resto solo se sabe que había un cacique llamado Jacinto, 2 españoles, un negro, un mulato, una mujer indígena, 2 niñas y 16 indios‘.
La historia del martirio
El presbítero Llorente destaca que “en su deseo de llevar el Evangelio a los nativos de los valles orientales, don Pedro y el padre Juan Antonio Solinas solicitaron la colaboración de otro misionero jesuita y sin demora se dirigieron a esta región.
En octubre de 1683, los dos sacerdotes y algunos acompañantes: dos españoles, un mulato, un negro, una mujer indígena, dos niñas y dieciséis indios, estaban en su capillita en medio de una pradera rodeada de bosques, en las cercanías del río Bermejo y del río Santa María, esperando una caravana que traía provisiones desde Salta. Entonces se presentaron 500 indios o más con armas y pinturas. Unos 150 eran Tobas, el resto eran guerreros motovíes con 5 caciques. No había entre ellos niños ni mujeres. Durante unos días les rodearon. La mañana del 27 de octubre de 1683 los sacerdotes oraron y celebraron misa. Por la tarde, los indios, al parecer azuzados por hechiceros, arremetieron con flechas, lanzas, garrotes y macanas, contra los misioneros y todos sus acompañantes. Los mataron, los desnudaron y les clavaron una flecha a cada uno, ya muertos, y les cortaron a todos la cabeza para llevárselas”.
El Tribuno Salta