La devolución del segundo servicio, forzada y de revés, parece lanzada por un aficionado en una cancha subterránea. No es propia de una leyenda, la más grande del tenis. Pasa en la vida misma: no siempre ganan los buenos. Hasta los genios demuestran, de vez en cuando, que son de carne y hueso: algo de eso le está pasando a Roger Federer que, tal vez todavía mareado por la derrota en la final de Indian Wells frente a Juan Martín Del Potro, trastabilla en su presentación en Miami frente al australiano Thanasi Kokkinakis, de apenas 21 años, por 3-6, 6-3 y 7-6 (7-4).
Representa un impacto mayúsculo, el que acaba de ocurrir en el Masters 1000 de Miami, ya que el rey debe devolver la corona a Rafael Nadal, que más allá de vivir abrumado por las lesiones, volverá desde el lunes de la semana próxima como número 1 del mundo. Del Potro, tan lejos, tan cerca, olfatea la herida: el circuito es un volcán a punto de eclipsar.
De 36 años, envuelto en una sublime primavera que lo devuelve más joven y talentoso que nunca, luego de un fin de temporada de fiesta y con un 2018 de colección, en el que había retenido Melbourne, conseguido Rotterdam y recuperada la cúspide mundial, sólo había sido frenado en la finalísima con Delpo en Indian Wells, por 6-4, 6-7 y 7-6.
Viajaba en primera en avión, con 17 triunfos en serie y, de pronto, cayó en desgracia en dos definiciones en tie break con el pulso nervioso. Juan Martín lo hizo primero y un joven poco conocido completó la faena. Estados Unidos -la semana pasada, y ahora- no disfrutó de la renovada juventud del Gran Roger, que se guarda para Wimbledon, allí en donde comenzó todo: no irá a Roland Garros, la tierra de su enemigo íntimo. No se ensuciará en arcilla: tampoco jugará Montecarlo, Roma y Madrid. Es un campeón, también, en el arte de la pausa: volverá en Halle, en la antesala de Londres.
Del Potro está sobre el caballo, al galope. Cabalga a todo ritmo rumbo a la llegada con la convicción de los 12 triunfos en serie, con la clase de los títulos de Acapulco y Indian Wells, su bautismo en un Masters 1000. Instalarse en el Top 3 no parece una aventura: su talento, que está de vuelta, allí lo señala. Jugará hoy contra el japonés Kei Nishikori, no antes de las 15 de nuestro país, en otro esfuerzo por mantenerse, crecer y no claudicar. El retiro de Roger representa una excelente medida, aunque Delpo suele jugar con las palabras. «Estoy cansado, me está costando, pues llevo muchos partidos, hace mucho tiempo que estoy de gira. Estoy un poco agotado ya», reconoce. Es un debate interno, entre el agotamiento físico y mental y la historia rubricada con letras de molde.
Federer, primer preclasificado y ganador del certamen en 2005, 2006 y 2017, cayó ante Kokkinakis, surgido de la clasificación y ubicado en el puesto 175 del ranking, luego de dos horas y 21 minutos de juego. El pibe de oro de un sábado primaveral le pega a la pelota, de modo profesional, desde 2013, cuando el Gran Roger ya era un monumento. En junio de 2015 logró su mejor versión: en el puesto 69. Luego, vaivenes emocionales y lesiones inoportunas, lo bajaron de su propio pedestal.
El lunes 2 de abril, un día después de la final de Miami, Nadal -que no juega desde el Abierto de Australia- volverá a ser el número uno del mundo, en la antesala de los certámenes de polvo de ladrillo, allí en donde suele ser el rey. Federer no perdía en el debut de un torneo desde Stuttgart 2017 (ante el alemán Tommy Haas) y, en el caso de los Masters 1000, desde Shanghái 2015 (frente al español Albert Ramos). Miami, un día, descubrió su lado terrenal.