La noche inaugural del Festival de Doma y Folclore prometía mucho chamamé y buenos referentes del género. El regreso de Chango Spasiuk, tras casi dos décadas de ausencia, fue un acierto. Un exquisito, talentoso, y muy bien acompañado acordeonista que demostró que el buen gusto no tiene por qué ausentarse del escenario Martín Fierro. Dejó la vara bien alta para lo que vendría y así debiera ser cada noche.
Poco después, los muchachos de Alborada que debutaron en estas tierras con un fresco que invitaba al abrigo liviano, también dejaron una buena sensación con este estilo que en este festival no brilla todo lo que podría.
Los correntinos abrieron su set con un clásico instrumental, antes de dar lugar a Balsa de recuerdos y A los bravos jinetes, dos buenas piezas del género, tocadas sin frenesí, pero con notable buen gusto. Las referencias a los ríos Uruguay y Paraná: inevitables.
El momento curioso fue cuando invitaron a Masajiro Aoki, acordeonista japonés, para el final con la segunda versión de la noche del clásico Kilómetro 11.
En la espera de la serenata Mansera, una buena cuota de folclore trajeron los Ceibo desde Cosquín que pisaron fuerte desde el arranque con Piel morena de Guarany. Aunque el repertorio que acercaron esté bastante transitado, se las arreglaron para mantener entretenido al público. Juan de la calle, La chacarera del rancho, Luna tucumana o Zamba de Alberdi sirvieron a ese propósito. Después de todo, había que preparar el clima para lo que vendría momentos después.
Después, vinieron unos cuantos porrazos y guapeadas arriba de los reservados para dar por finalizada la primera noche de jineteada y transformar el campo de la doma en una enorme pista de baile.
A las dos de la madrugada estaba todo dispuesto para una linda fiesta.
Como todo fenómeno social, el éxito de Manseros Santiagueños en Jesús María no tiene explicación. Son lo que queda de la vieja guardia del folclore. Y así como a nadie se le ocurriría discutir la importancia de Mick Jagger o Keith Richards para el rock. Con Onofre Paz, pasa lo mismo.
Son sobrevivientes y vigentes, mientras el público siga diciendo presente.
Con las primeras estrofas de Para los ojos más bellos, comenzaron las ovaciones. Tras Piel chaqueña, se largó una tenue llovizna en suelo jesusmariense. Nadie pareció preocupado por el agua y nadie se movió de su lugar.
Onofre no pudo con su genio y se refirió a la ausencia de sus hijos Martín y Florencia dentro de la programación de Jesús María de este año. Como al pasar, sin cuestionar. Se lo notaba de excelente humor.
Entre a mi pago sin golpear sirvió para que el público ensaye su niprimer “Manseros, Manseros”. Y, acto seguido, pasaron a su primer clásico Canto a Monte Quemado.
El anfiteatro era un mar de luces de teléfonos móviles registrando la presentación tan ansiada, tras la ausencia del año pasado. Palmas, coros, gritos, improvisados bailes en la grama y en las gradas, y pedidos de fueron alternando entre las tribunas y el escenario.
La organización informaba que se habían cortado 11 mil entradas, una cifra pocas veces lograda en una noche inaugural.
Eterno amor puso otro momento alto en la presentación con coros etéreos bajados de los cuatro puntos cardinales del José Hernández. Y la fiesta se fue prolongando con Añoranzas, de Julio Argentino Jerez, y Desde siempre y para siempre.
Con Manseros la sensación es que puede prolongarse la noche hasta el infinito, mientras haya repertorio y un buen vino para compartir.
Entra a mi hogar, Desde el Puente carretero, Chacarera de la vuelta, y Chacarera del Rancho le pusieron el moño a una noche para ilusionarse, aunque sea mucho lo que resta por venir.
Fuente: Claudio Minoldo, la voz del interior