A algunos les costó cuatro años darse cuenta de que el manual de campaña elaborado por el jefe de campaña Marcos Peña había quedado desactualizado en el mismo momento que ganaron, en el 2015. A pesar de que en 2017 Cambiemos triunfó por mayor diferencia de votos, ya eran visibles los signos de recuperación del peronismo, que en cada rincón de la República intentaba ponerse a tono con las nuevas demandas del elector, un ciudadano con creciente vocación de protagonismo aún en las barriadas muy pobres, donde -sin importar edad ni sexo- todos tienen un celular desde donde ejercer una democracia cada vez más horizontal.
Pero así como los nuevos medios no reemplazan del todo los viejos, tampoco las nuevas técnicas de campaña están en condiciones de eliminar la experiencia vital de la vida de las personas que van a votar. Y como no tenía otras opciones, Mauricio Macri rompió con sus propios límites y se lanzó a una campaña inédita en su propia historia política, apelando a la emoción y al diálogo entre el líder y sus votantes, a la vieja usanza de la Argentina peronista.
Algo parecido hicieron cada uno de los intendentes que lograron reelegir en sus distritos, peronizando su vínculo con los vecinos, haciéndolo más cercano y empático y desplegando tácticas de militancia tradicional que antes se habían despreciado porque “degrada la política y molestan a la gente”, sin negarse absolutamente a algún tipo de clientelismo, que en cualquier otro momento hubieran despreciado.
En las PASO llamó la atención que el oficialismo fuera con la guardia baja, sin una organización sólida en materia de fiscales, ni presencia de los candidatos en la vía pública, y casi sin pedirle el voto a los vecinos, como si hubiera alcanzado con los mensajes vía WhatsApp que se enviaron con frialdad, sin conciencia de que se trataba de una elección donde el peronismo se jugaba el regreso al poder después de cuatro años de abstinencia no solo en la Nación, sino en la mismísima provincia de Buenos Aires.
Peña hizo algunas reuniones en Olivos con los intendentes y sus equipos de comunicación, les explicó que había que intervenir en las conversaciones reales de las redes sociales, instalar algunos mensajes subliminales y que eso, por añadidura, derramaría en un respaldo a los candidatos del oficialismo. “Estamos gestionando, con las obras alcanza, hacer campaña será mal evaluado por la gente, que tiene mala opinión de la política», es la síntesis de lo que transmitió.
Tan seguros estaban en la cúspide del poder de que ese era el camino, que ni siquiera creían en sus propios focus group, donde aparecían mínimas historias dramáticas de los últimos años, que se repetían más allá del voto que habían depositado en las dos elecciones anteriores. Más un enojo penetrante, una defraudación que crecía y se expandía, dejando el campo orégano para la sólida campaña del Frente de Todos y el peronismo unido: “Argentina de pie”.
Pero ya las elecciones generales, y sin ponerse de acuerdo, cada intendente diseñó su propia campaña, se olvidó del manual diseñado por el equipo de Peña, desoyeron los consejos, se reunieron varias veces con el secretario de Medios de la provincia, Federico Suárez, además del jefe de gabinete y de campaña de María Eugenia Vidal, Federico Salvai, y se lanzaron a la conquista del territorio.
Pusieron gigantografías propias adentro y en los ingresos de cada ciudad, carteles de papel en los circuitos urbanos y hasta aceptaron la realización de pintadas en los barrios más periféricos. “Recién en esta campaña entendí que la militancia necesita demostrar que ganan la calle”, le dijo a Infobae un intendente que perdió en las PASO y ganó por amplia diferencia en las generales.
No solo eso, si no que los vecinos de esas ciudades, que tenían buenas valoraciones de los intendentes de Juntos por el Cambio por la gran cantidad de obras que se hicieron y el esfuerzo en materia de ordenamiento de los estados municipales, la seguridad y la lucha contra el narcotráfico, por primera vez se encontraron con los jefes comunales en la calle o en los actos, pidiendo al borde de la desesperación el voto “para no perder lo hecho hasta aquí».
Otro intendente, en este caso de una ciudad del interior, reconoció: “Hicimos corte de boleta, pero nunca cortamos a (Mauricio) Macri ni a María Eugenia (Vidal), sino que a vecinos que ya habían decidido votar a Alberto Fernández y a Axel Kicillof, les cortamos el candidato a intendente y le sumamos nuestra boleta, para que voten por nosotros, ya que sabíamos que estaban a favor de nuestra gestión”.
Un intendente que no logró la reelección por poca diferencia explicó que “el esfuerzo por hacer lo que nunca se había hecho en Cambiemos en materia de campaña, buscando cada uno su propio camino, fue descomunal y dio resultados en casi todos los distritos, en nuestro caso no alcanzó pero estoy seguro de que tendremos una muy buen representación en el concejo deliberante y seremos respetados, lo que nos da la chance para volver en cuatro años si no hacen las cosas bien”.
Hay quien dice que un referente evangélico llamó a dos intendentes para ofrecerles sus votos celestes a su candidatura. No eran muchos votos, pero 5000 en el caso de La Plata y 3000 en el caso de Pilar. “Julio Garro contestó enseguida y se reunió con nosotros. Nicolás Ducoté no contestó nunca y perdió por 2000 votos», aseguraron.
Un experto en tecnología electoral contó que un focus group que se hizo en La Plata, se le preguntó a los entrevistados cuál había sido su recuerdo más feliz en la ciudad desde que vivían en ella. Cada uno relató casos diversos, cuando nació su hijo o se recibieron, cuando ganó Estudiantes de la Plata o Gimnasia. Eran todos recuerdos muy nítidos de experiencias gratificantes, pero distintas. Cuando se preguntó en ese mismo focus group cuál había sido el recuerdo más ingrato en La Plata, todos tuvieron el propio y una coincidencia: el día que inundó la ciudad, esa dramática jornada donde murieron más de 50 personas y que está grabada en la vida de cada uno de los platenses.
Pero no alcanzaba con lo que sucedió en esos grupos de análisis, había que traer ese recuerdo al presente y transformarlo en un issue de campaña, no solo en algún debate televisivo, sino en carteles, panfletos, pintadas y redes sociales, también, pero sobre todo, con candidatos que repitieran una y otra vez lo que para el que está dentro de la política es bastante obvio, como es el conocimiento de lo que se hizo, pero no lo es tanto para el electorado mayoritario, que tiene otros asuntos más importantes en los que pensar durante su vida.
Las anécdotas que hay sobre esta campaña en las intendencias de Juntos por el Cambio que se ganaron son infinitas y solo las cuentan bajo la promesa del off the record. Desde un candidato que hizo poner pasacalles con el nombre del candidato opositor al lado de un intendente que está muy mal visto por los vecinos, lo que hizo que muchos se confundieran y creyeran que estaba en la lista. Hasta el reparto de lámparas LED’s que el Estado nacional compró en licitaciones nacionales y fueron distribuidas como parte de la campaña de candidatos oficialistas. Pasando por el apoyo a algún candidato que podía dividir el voto del opositor y así incrementar las chances del oficialista.
Ganaron la reelección Diego Valenzuela (Tres de Febrero, que había perdido en las PASO por 46% contra 34% y ganó en las generales por 47% contra 43%), Néstor Grindetti (Lanús, que había perdido en las PASO por 47% contra 34% y ganó en las generales por 49% contra 43%), Julio Garro (La Plata, que había perdido en las PASO por 47% contra 37% y ganó en las generales por 48% contra 40%), Héctor Gay (Bahía Blanca, que ganó las PASO por solo tres puntos y volvió a ganar en las geneerales, pero por 51% contra 41%), Ezequiel Galli (Olavarría, que ganó en las PASO por un punto y mejoró su diferencia a 11 puntos en las generales). Y Guillermo Montenegro, en Mar del Plata, no reeligió (el intendente, Daniel Arroyo, había llegado con Cambiemos pero rápidamente se distanció de Vidal), aunque ganó una dura partida al superar a la camporista Fernanda Raverta por una diferencia de tres puntos.
También Jorge Macri (Vicente López, que logró la diferencia más grande en la provincia de Buenos Aires a favor de Juntos por el Cambio, con 62.54% contra 26.88%), Gustavo Posse (San Isidro, que obtuvo el 48% de los votos contra 30% de su opositor), Jaime Méndez (San Miguel, que ganó en las PASO y le sacó el 17% de diferencia en las generales a su contrincante del Frente de Todos) y Javier Martínez (Pergamino, que había ganado en las PASO y ahora obtuvo una diferencia mayor con 56% contra 33%).
Aun los que perdieron (Ramiro Tagliaferro de Morón, Nicolás Ducoté de Pilar y Martiniano Molina de Quilmes), cada candidato de Juntos por el Cambio se aferró al territorio y peronizó su campaña, porque estaban convencidos de que había que defender el esfuerzo que hicieron en cuatro años de gestión. Aprendieron chicanas de la política, se volvieron pragmáticos y protegieron a su militancia como solo un jefe peronista lo hace.
Sobrevivieron. Y dejaron mojones desde donde intentarán volver a ganar la provincia y la Nación en el 2023.