La adversidad, esa gran aliada de Palermo

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Martín Palermo es un actor que juega al fútbol. La cancha, su set de grabación. El arco y la pelota, sus objetos de conquista. Su vida una película que, como en aquellas de los buenos guiones, transcurre en escenas de conflicto que necesitan resolución y que, al final, cierran como el televidente espera, lo complacen.

En 1999 entró por primera vez al Libro Guinness de los Récords cuando erró aquellos inolvidables 3 penales ante Colombia en la Copa América de 1999. En la previa del certamen fue tan grande el clamor por su convocatoria como profunda la desazón tras ese episodio que significó su exclusión del equipo nacional por más de 10 años.

Todo el mundo habló y se mofó de él. Los programas de TV recreaban con personajes bizarros la noche fatal del goleador. Los diarios imprimían páginas y páginas que hablaban de los yerros del «Titan», quien supo esperar…hasta volver.

Lo hizo en 2009 de la mano de Diego Maradona para jugar las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica 2010. El pobre desempeño de los dirigidos por «El Diez» puso en peligro la clasificación, que tuvo su pináculo emotivo una tarde de sábado en el estadio Monumental de Núñez. La Selección debía vencer a Perú para llegar a la última fecha dependiendo de sí misma. El 1-1 parecía decretado. La desazón era total y hasta el clima formaba parte de la escena. Lluvia torrencial. Charcos al por mayor. Tiempo de descuento. Córner. Rebotes. Un buscapié y…Martín. Un gol que sólo él podía convertir.

Se ganó el pasaje al Mundial de Sudáfrica. Era de los últimos en las prioridades de los delanteros después de Lionel Messi, Gonzalo Higuain, Carlos Tevez y Sergio Agüero. En el último partido de la fase de grupos Argentina estaba 1-0 frente a Grecia, tenía la clasificación a la siguiente ronda ya asegurada pero el equipo no sentenciaba el marcador. Entró Palermo a poco del final. El reloj marcaba 43:30 del segundo tiempo. Messi quiso hacer un gol a lo Messi pero el arquero rechazó. El rebote buscó a Palermo. Y fue gol. Fue tan obvio como increible.

En 1999 sufrió su primera lesión ligamentaria. Se jugaba la 13ª fecha del Apertura y llevaba convertidos 13 goles en 12 partidos. Boca visitaba a Colón en Santa Fe y Palermo se lesionó la rodilla derecha. Y esa, sin embargo, no fue la nota de la jornada. «El Titán» cambió sufrimiento por gol, ese que convirtió con los ligamentos rotos y que significó su 100º tanto en Primera. Único.

Los seis meses de inactividad a los que tuvo que someterse para su recuperación le frustraron un pase a la Lazio de Italia, lo que podría haber significado su primera experiencia en Europa.

Pasó medio año. Y Palermo volvió otra vez. Fue en la Copa Libertadores de 2000 y ante River, cuando faltaban menos de 15 minutos para el final de un partido que tenía destino de definición por penales. Carlos Bianchi lo mandó a la cancha. Él recibió una pelota en el área. Cuando buscaba pase, se encontró con que el defensor apenas lo miraba. Con la convalecencia aún encima miró el arco, eligió el hueco, pateó y gol. Aún se festeja.

La revancha europea le llegó en 2001, cuando el Villarreal de España lo fichó en lo que fue una de las operaciones más caras que el club había hecho en toda su historia.

Comenzó bien. Con 3 goles en 5 partidos. Y luego de una mini racha negativa de sequía, fue a festejar con los hinchas un tanto que le hizo al Levante. Cuando volvía del abrazo de sus compañeros, se le derrumbó encima una pared de contención y le fracturó el tobillo derecho.

Se recuperó pero estuvo lejos de su nivel y, luego de dos transferencias sin buenos resultados deportivos, regresó a Boca en 2004. Volvió al gol por duplicado, contra Racing, pero su tanto más recordado fue en la final de la Copa Sudamericana, cuando en el partido de vuelta ante el Bolívar marcó su 100º gol con la camiseta «xeneize».

En 2006 sufrió su peor experiencia personal. Su hijo Stéfano falleció poco tiempo después de haber nacido antes de tiempo tras un proceso de gestación complicado.

El episodio había marcado fuerte a Martín. Alejado de los entrenamientos por un tiempo, en el regreso se tatuó en su brazo el nombre de su hijo. En la vuelta oficial al fútbol marcó 2 goles en el 2-0 ante Banfield por el Apertura 2006 . En el primero de los tantos se besó el tatuaje y levantó sus brazos al cielo.

En el Superclásico de ese torneo, que River ganó por 3-0, «El Loco» sufrió un problema en los ligamentos internos de la rodilla derecha cuando intentó cabecear un centro y chocó con el arquero Juan Pablo Carrizo. Éste terminó por caérsele encima de la pierna y estuvo un mes afuera.

Volvió una noche, ante Independiente. Iban 26 minutos del primer tiempo cuando un perro entró a la cancha y los hinchas del «Rojo» comenzaron a corear el apellido del «Loco»: «Paleeermo, Paleeermo», cantaban.

Las risas coparon el estadio. Pero Martín esperó. Iban 45 minutos del segundo tiempo. Un defensor del equipo de Avellaneda salió desde su campo y cruzó la mitad de la cancha con la intención de mandar un centro al área para ganar el partido con el último suspiro. Palermo presionó, trabó la pelota, la ganó y pateó desde su propio campo. Golazo. Sin palabras. Sólo festejo. Interminable. Una revancha. ¿Así que perro? Tomá.

En agosto de 2008, nueve años después de su primera rotura de ligamentos sufrió la segunda, en un partido del Apertura ante Lanús, cuando saltó para disputar una pelota dividida. Otros seis meses afuera.

Volvió en el Clausura 2009. Sumó apenas 7 goles en 15 partidos, pero uno valió por la historia misma: el que hizo ante Huracán, el Nº 195 en Boca, con el que superó la marca de Franciso Varallo como máximo goleador «xeneize» en el profesionalismo.

En el Apertura 2009, en tanto, 10 años después de su primer ingreso al Guinness, revirtió el mito. De aquellos 3 penales errados en un partido, al gol de cabeza de mayor distancia en el mundo: 38,9 metros ante Vélez. Estupor.

En julio de 2010, finalmente, anunció tras firmar su renovación con Boca que en junio de 2011 se retiraría del fútbol profesional: «Por diferentes motivos he decidido que en junio próximo me retiro. Sólo algo muy raro tendría que pasar para que cambie mi decisión, que ya está pensada, analizada y tomada», sentenció.

Llegó, entonces, el Clausura 2011, el último de su vida como futbolista. En las primeras diez fechas sólo se habló de la racha de Palermo sin convertir. «¿Qué le pasa a Martín?», «Palermo, a un minuto de igualar su peor racha sin hacer goles», «Palermo igualó su peor racha», «Palermo superó su peor racha», decían los medios, abarrotados de estadísticas, análisis, palabreríos. Casi ninguno de los que escribían o hablaban habían jugado al fútbol como profesionales ni que más no se una vez en sus vidas, pero hablaban de la decadencia del «Titán», quien supo esperar.

La espera, entonces, se cortó a lo Palermo. A partir de convertir el 3º de Boca ante Huracán, Martín hizo 6 goles en 7 partidos. Uno de ellos ante River, en su último Superclásico.

Y como es verdad que el tiempo no para, un día llegó el domingo 12 de junio y el reloj marcó las 20:20. Palermo salió del túnel de La Bombonera para jugar ante Banfield su último partido como local, con la 9 de Boca que quizá nadie más calce tan bien.

No hizo goles. Buscó uno durante los 90 minutos. No lo encontró. Pero tuvo su homenaje. Digno de un ídolo que más que ídolo es un ejemplo: porque para ser grande, realmente grande, se pueden errar mucho más que 3 penales en un partido, se pueden hacer piruetas grotescas para intentar pegarle a una pelota, se pueden dar zancadas en vez de correr, se la puede tirar a la tribuna. Lo que no se puede, nunca, es dejar de creer que la próxima pelota va a ser gol.

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