Se acercó al papa Francisco con paso tambaleante al inicio de la audiencia en el salón Paulo VI. No causó la alarma de los funcionarios de seguridad, que no intentaron detenerlo.
Estrechó la mano del Papa, saltando frente a él. Francisco lo tomó de las manos, le sonrió y conversó, hasta que el chico se sentó en una silla reservada a los cardenales ante la mirada divertida del papa argentino.
Cuando se hizo evidente que quería seguir allí por un tiempo, monseñor Leonardo Sapienza, jefe de protocolo, se levantó y le ofreció su silla a la derecha del sumo pontífice.
El niño, que aplaudió con entusiasmo una vez que se sentó junto a Francisco, entró y salió con libertad del escenario, regresando al centro en varias ocasiones mientras continuaba la audiencia con el Papa leyendo su discurso.
El niño apuntó en varias oportunidades al casquete blanco del papa Francisco, conocido como solideo. Los funcionarios lo notaron y le regalaron un casquete similar, lo que motivó el aplauso y las risas de la multitud de varios miles de personas.
«Le agradezco a este niño la lección que nos ha dado a todos. Que el Señor lo ayude con su limitación, a medida que crezca, porque lo que hizo vino del corazón», dijo el Papa.
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