A mediados de 1941 llegó a la terminal del ferrocarril de Mendoza un militar de 45 años, quien ya contaba con vasta experiencia europea, con la misión de instruir a tropas locales. Su arribo pasó prácticamente desapercibido; una reducida comitiva militar recibió al teniente bonaerense, que fue enviado a tierras cuyanas casi como castigo.
Unos cinco años más tarde, ese militar que llegó a la ciudad de las acequias como un desconocido, se convertiría en el presidente de la República Argentina. La estadía en esta provincia marcaría a fuego a Juan Domingo Perón.
Si bien su paso por Mendoza es por muchos ignorado, marcó a Perón en varios aspectos: consolidó su liderazgo militar, se enamoró (de varias mujeres y de los paisajes de montaña), hizo amigos y regresó a Buenos Aires con la intención de volver. “Cuánto daría por estar en Mendoza, recordando viejos tiempos. En especial esas caminatas con mochila”, le confesó en 1969 a su amigo y colega el teniente Pedro Lucero en una de las cartas que le envió.
“Una mano atrás y otra adelante“
Perón llegó a la provincia en mayo de 1941 y en 1942 fue trasladado nuevamente a Buenos Aires, confirmó a Los Andes Beatriz Bragoni, doctora en Historia (UNCuyo-Conicet).
Arribó con una “mano atrás y otra adelante”. Casi sin dinero, el Ejército le adeudaba varios meses de sueldo, y sin un hospedaje pactado con anterioridad. Luego de una breve estancia en la casa de un médico, de casualidad alquiló una vivienda en la calle Perú al 860 (frente a la plaza Italia).
Ocho décadas más tarde, ese domicilio se transformará en un hostel y turistas podrán descansar bajo el mismo techo que cobijó al expresidente.
Una tarde, el por entonces desconocido militar se dirigía hasta su nuevo trabajo. Había sido designado como director del Centro de Instrucción de Montaña y su despacho estaba donde hoy funciona el Liceo Militar (sobre la avenida Boulogne Sur Mer).
Perón y su colaborador en Mendoza, el teniente Pedro Lucero, pasaron en auto por calle Perú. El flamante director de Montaña miró sobre su hombro izquierdo y una modesta casa le llamó la atención. “Frená acá”, ordenó.
En ese mismo momento, el propietario estaba desocupando el inmueble, los últimos inquilinos lo acababan de deshabitar. Sin rodeos, Perón encaró al italiano Vicente Drago, dueño de la casa, e intentó rentar la propiedad. La respuesta de Vicente fue tajante: “No, ya la tengo comprometida”.
Pese a la negativa, Perón tenía dos “ases bajo su manga”: su carisma sobresaliente y que sabía hablar italiano. En el idioma nativo del propietario, Juan Domingo cerró el trato. Se mudó a los pocos días.
“Era chico cuando venía a casa para hablar con mi papá. Me acuerdo que hablaban en italiano. Era un hombre muy correcto y simpático. Me quedó la imagen del uniforme y las botas cuando entraba”, dijo Luis Drago, hijo de Vicente en una nota publicada en Los Andes en 2003, que recordaba aquella anécdota.
La estancia de Perón en tierras cuyanas no se limitó solo al ámbito militar: “Perón pudo apreciar en Mendoza el modo de integración de los trabajadores en el sistema político e institucional que los gobiernos conservadores habían construido, el cual venía a ratificar lo que había podido observar en la Italia de Mussolini”, remarcó la historiadora Bragoni.
Un “koala peronista”
La casa, construida en un terreno de 270 metros cuadrados, es tipo “chorizo”. Cuando Perón vivió allí, contaba con una gran sala de estar, dos habitaciones de grandes puertas ventanas, que conectaban directamente a un enorme patio, un baño y cocina.
Con el pasar de los años, poco cambió en la estructura de la propiedad. Sin embargo, ahora, en medio de trabajos de remodelación, la vivienda terminará con seis habitaciones y siete baños para recibir un máximo de 20 turistas en los actuales 189 metros de construcción del futuro Koala Hostel.
“Andaba buscando una casa de este estilo para abrir un hostel. Pesé por el lugar, vi que la alquilaban. Primero pensé que no me serviría, desde el frente parece chica, pero algo me llamó la atención y llamé a la inmobiliaria. Cuando la conocí por dentro, enseguida me pareció la indicada”, aseguró a este diario Luciano Sanjurjo (31), el dueño de Koala Hostel.
Luciano argumentó la elección del nombre para su negocio, Koala, como algo netamente “marketinero”. “Es corto, fácil de recordar y se pronuncia igual en español y en inglés”, explicó. “Pero más allá esto, que Perón allá vivido acá le da un condimento especial al hostel y es una historia que vamos a compartir con todos nuestros huéspedes”, anticipó el joven emprendedor.
Ávido lector y aventurero
El “Perón antes de Perón” podría definirse con pocos adjetivos: carismático, locuaz, ávido lector, aventurero, social y meticuloso. El por entonces teniente llegó a la provincia tras su gira europea.
“La Guerra Mundial se nos viene encima. Pero la información con la que contamos es deficiente. Usted es profesor de estrategia, guerra total e historia militar. Me parece el hombre indicado para enviarme los datos que necesito. Elija un destino”, recordó Perón que le dijo en 1937 el ministro de Guerra, el general Carlos Márquez, en una de las entrevistas que le realizó el periodista tucumano Tomás Eloy Martínez, luego volcadas en el libro “Las Memorias del General”.
Perón eligió Italia porque “allí se estaba produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional: el fascismo”. A su regreso, a fines de 1940 (además estuvo en Francia, España y Portugal) algunos “generales cavernícolas” lo tildaron de comunista y decidieron sacarlo de circulación. “Fui a parar a Mendoza como director del Centro de Instrucción de Montaña”. Luego fue nombrado en la Inspección de Tropas de Montaña.
El teniente Pedro Lucero (luego, en 1944, fue su secretario privado) recuerda en un documento plasmado en el libro de Eloy Martínez: “Venía de Italia. Reemplazó al coronel Edelmiro Farrel como director del Centro de Instrucción de Montaña. Realizaba marchas de esquí con su grupo de hasta 60 kilómetros. Su recorrido preferido era desde Puente del Inca hasta el refugio Matienzo”.
Rodrigo Cuello/Los Andes