El «supermartes» ya es historia. Los temores sobre las dificultades para renovar Lebac quedaron atrás gracias a una maniobra del Central, que liberó una millonaria suma a los bancos para que reemplacen a los minoristas y empresas, que prefirieron hacerse del efectivo en vez de volver a comprar a un mes. La movida fue complementada por el Tesoro, que colocó dos bonos en pesos y logró que un grupo de fondos encabezado por Templeton ingresara dólares para adquirirlos. Así pudo al menos momentáneamente equilibrar la oferta y la demanda de divisas.
Con todo esto y el avance de las negociaciones con el FMI, Mauricio Macri se animó a decir que la «turbulencia» cambiaria quedó atrás. Y al menos en el corto plazo todo indica que tuvo razón y el Gobierno consiguió lo que precisaba imperiosamente: que el dólar saliera de la tapa de los portales de noticias y de los principales noticieros de la TV. Cierto atisbo de «psicosis» que se estaba generando con gente yendo a los bancos a sacar los dólares ante el temor de un nuevo «corralito» -sin fundamento alguno- quedó rápidamente atrás.
El contexto internacional sigue siendo peligroso para para economía argentina. Las tasas siguen aumentando en Estados Unidos, el real se depreció un 20% y el petróleo superó los 80 dólares
Pero sería un error confiarse. El viento de frente sigue soplando afuera y condiciona al mercado local. La tasa del bono del Tesoro americano cerró el viernes en 3,06% y presiona sobre las monedas emergentes. El real brasileño viene acelerando su ritmo de depreciación cuando todavía faltan varios meses para la elección presidencial. Llegó a 3,73 por dólar y acumula una caída de 20 por ciento. En la medida que no se tranquilice, terminará contagiando al peso y aparecerán las presiones para una nueva ronda de devaluación, sin que necesariamente se trate de una «corrida». Y, por último, el barril de petróleo tocó los USD 80, el precio más alto en tres años, lo que presagia nuevos aumentos de los combustibles a nivel interno. El atraso ya estaría rozando el 20%, desde que las petroleras pactaron con el ministro de Energía, Juan José Aranguren, una tregua de dos meses.
Las fuertes tensiones vividas en las últimas semanas no serán gratuitas para la economía ni mucho menos. La corrida pudo haber quedado atrás, pero el panorama quedó condicionado para adelante. El Gobierno perdió un activo muy importante en las últimas semanas, en especial en relación a los inversores: la confianza. Por eso precisó acudir al Fondo Monetario, que será un bastón para seguir caminando hasta las elecciones presidenciales del 2019.
No hay motivos reales para pensar que esta vez la devaluacion no se trasladará a precios. Mantener un tipo de cambio real alto que vuelva a la economía más competitiva no podrá conseguirse con una devaluación nominal
De la devaluación a los precios
El salto de 20% que pegó el dólar en menos de un mes tendrá un fuerte impacto en los precios. El último martes el titular del BCRA, Federico Sturzenegger, insistió en que «el proceso de desinflación continúa en marcha» y se mostró confiado por la caída de los índices de inflación en mayo, luego del pico de 2,7% registrado en abril.
Sin embargo, hay pocos motivos para pensar que esta vez el aumento del dólar no se trasladará en esta oportunidad precios. Sucedió en la devaluación de enero de 2014, cuando el Central controlado por Juan Carlos Fábrega llevó la divisa de 6,50 a 8 pesos. También cuando se salió del cepo en diciembre de 2015 y el dólar llegó a 16 pesos en febrero del año siguiente. En ambos episodios, la mejora del tipo de cambio duró un suspiro, porque la inflación se «comió» en menos de seis meses aquella suba.
La pregunta, en todo caso, es cuánto tiempo llevará ese salto de la inflación que se viene por el aumento de los productos e insumos importados. El único motivo que podría demorar este fenómeno es la caída del consumo ante la pérdida de poder adquisitivo. Esto provoca que el comerciante demore más en trasladar la suba de precios al mostrador por medio a perder ventas.
El Fondo Monetario fue explícito el viernes sobre las condiciones que le pide al Gobierno para apoyar. Una trayectoria descendente de la deuda y un programa macroeconómico claro.
Sería algo así como tratar de bajar la inflación por las malas, es decir profundizando el proceso recesivo. El Gobierno no fue exitoso en su experimento de bajar la inflación con una economía creciendo, como se intentó en 2017 y parcialmente en 2018. Las causas hay que buscarlas en un déficit fiscal persistente, pero también en otras cuestiones estructurales no resueltas de la economía argentina: alta presión impositiva, altos costos logísticos, rigideces del mercado laboral, gran atraso tecnológico.
Ahora se asiste a un nuevo intento por recuperar el tipo de cambio real, cuyo objetivo principal es suavizar la demanda de dólares y volver al país más competitivo. Pero, de vuelta, las experiencias que se vivieron desde la salida de la Convertibilidad hasta la fecha (más de 17 años) han fracaso una y otra vez.
¿En cuánto puede terminar la inflación de este año? La mayoría de los economistas está revisando al alza sus pronósticos. Pero en general hay fuertes dudas de que termine abajo del 24,8% registrado el año pasado.
La actividad, camino a estancarse
El otro gran impacto del episodio cambiario será sobre el crecimiento. El segundo trimestre ya vino muy afectado por la sequía, pero ahora hacia adelante se suma el gran aumento de la incertidumbre, que de por sí frenará muchas decisiones, desde inversión en compra de maquinaria hasta contratación de empleo.
La tasa de referencia al 40% anual que definió el Banco Central provocó un cimbronazo en el mercado crediticio. Los bancos elevaron el costo del descubierto en cuenta corriente al 80%, pero ya en los últimos días lo habían «acomodado» entre 55% y 60%. Pero se trata de un costo imposible de asimilar para las Pymes, lo que obligaría al lanzamiento de préstamos subsidiados. Pero son paliativos más que soluciones de fondo. Los bancos aplicaron ahora casi toda su liquidez a la compra de Lebac en la última liquidación, con lo que no tienen recursos ni demasiados incentivos para salir a prestarle al sector privado.
Sturzenegger justificó el fuerte aumento del costo del dinero que surgió del último episodio: «Es mucho más reactivante para la economía dejar atrás la turbulencia cambiaria que cualquier otra cosa». Nuevamente, la teoría del «mal menor». Si no se hubiera tomado aquella decisión drástica las consecuencias hubieran sido peores.
El círculo virtuoso que se había armado alrededor del crédito hipotecario también tardará un tiempo para recomponerse, siendo optimista. Por un lado los inmuebles -que cotizan en dólares-quedaron con precios demasiado altos para cualquier familia de clase media. Y del otro los bancos serán mucho más cuidadosos a la hora de salir a prestar a largo plazo. Así se verá resentida la actividad inmobiliaria, uno de los principales motores de la economía en el último año y medio.
Los pronósticos sobre el crecimiento se vienen revisando casi mes por mes a la baja. Del 3,5% previsto para 2018 se pasó rápidamente al 2,5 por ciento. Y ahora es un hecho que la expansión no llegará al 2 por ciento. Teniendo en cuenta que el «arrastre estadístico» que dejó el año pasado fue de 1,2%, la mejor definición de lo que finalmente terminaría sucediendo este años es: estancamiento.
Mientras tanto avanzan las negociaciones con el FMI y la gran incógnita pasa por las condicionalidades. Pero aquí tampoco hay demasiados misterios, más allá que desde Washington aseguran que el Gobierno de Mauricio Macri tiene «plena libertad» para tomar sus decisiones.
El comunicado divulgado el viernes por la titular del Fondo, Christine Lagarde, fue elocuente sobre las exigencias que se vendrán. Menciona la necesidad de un plan «macroeconómico claro» que permita «reducir las necesidades de financiamiento» y que a su vez «encauce la deuda pública en una firme trayectoria descendente».
Salir del gradualismo, ajustar el gasto público y sostener el crecimiento son ahora los enormes desafíos que tiene al gestión macrista. Aquellos que no quiso encarar en su primera etapa y que ahora deberá cumplir bajo fuerte presión y en un contexto global mucho menos benigno para el país.
Fuente: Infobae