La dolorosa e increíble historia de un sobreviviente del Holocausto que en Bariloche fue vecino de dos ex jerarcas nazis

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A sus 90 años, vecino de Bariloche hace un cuarto de siglo, habitante de una casa levantada por sus manos de hábil carpintero –oficio que le borró las huellas de sus dedos–, casado con Yolanda, dos hijos, tres nietos, es uno más entre lagos, árboles, montañas…
Apenas un nombre en su DNI: Herman Bacer.

Pero no hay hombre en el mundo que no tenga una historia secreta. Larga o de un instante, pero que revele su vida…

En su caso, ni tres accidentes cerebrales ni las nueve décadas que carga sobre sus hombros han esfumado un solo minuto de su calvario. Que empezó, paradoja, en un paraíso: Veliki Dol, ignoto y bucólico pueblo, sur de Eslovenia –ex Yugoslavia–, de parras, de uvas como redondos cristales, de silencio…

Poco hay para contar de sus primeros años. El golpe al corazón, el plot point que cambia el rumbo de su nave, llega al morir 1944, a sus 16 años.

Los nazis han entrado a sangre y fuego en Polonia el primer día de diciembre de 1939, avanzan… y una patrulla cae sobre la aldea y sobre Herman.

Lo suben a un camión. Lo llevan a un regimiento italiano con otros prisioneros. Destino: Struthof–Natzweiler (Herman suele repetir ese nombre, todavía, con un temblor), único campo de exterminio en Estrasburgo, tierra francesa.

En el trayecto, su historia pudo terminar. El camión sufrió una avería, un soldado apuntó a Herman con su fusil para matarlo –era común y fácil elegir una víctima porque sí… un diabólico deporte–, pero una mujer se para frente al soldado, pide piedad… y logra que el fusil espere otro momento.

Seis meses allí. Orden I: pelar papas. Orden II: herrería. Orden III: llamado a comer. Menú criminal: agua con pan duro y cáscaras de papa…

No es extraño: ese campo, levantado en 1940 por un ingeniero, un tal Blumberg, sirviente de las SS, tenía una gran cantera de piedra explotada a martillo, pico, pala y sangre por miles de prisioneros. Atroz escena que recuerda a las canteras de Carrara y a la espalda de Espartaco cruzada por el látigo, hasta que dijo basta…

Según una estadística que Herman tiene grabada a fuego, más de 120 mil eslovenos gimieron en ese infierno hasta que las tropas aliadas rompieron los portones…, y Herman descubrió cuántos quedaban vivos: ¡apenas 7 mil!

A él y a sus compañeros les tomó dos días decidirse a escapar: el miedo, el fantasma de los verdugos, las balas destrozando corazones y cabezas, era demasiado fuerte…
¡Pero salen! Caminan sin rumbo: la libertad no tiene brújula ni fronteras. Herman renguea: una esquirla se ha clavado en uno de sus pies. La infección lo ronda, pero no lo jaquea con su peor y mortal versión: la gangrena.

La caminata, infinita, termina (a medias) en un puesto de la Cruz Roja. Los curan y les dan de comer. Herman sube a una balanza: la aguja a duras penas alcanza el número 40…

El periplo sigue. De Suiza a Milán. En Milán, el tirano Benito Mussolini y su amante, Clara Petacci, muertos a balazos por los partisanos –la Resistencia– cuelgan como reses sangrantes, boca abajo. Fecha: 28 de abril de 1945, y final de otro sueño de eternidad en el poder…

Sigue. Venecia, Trieste, 20 días de marcha agotadora, y de pronto, hasta donde alcanzan sus ojos azules… ¡Veliki Dol! Su aldea.

Pasa tres años, a la fuerza, en las milicias yugoslavas. Pero quiere poner miles kilómetros detrás. Huir. Le escribe a una tía que vive en la Argentina y que le paga el pasaje. Se embarca. Llega en diciembre de 1954. ¡América, por fin!

Empiezan otros trabajos y otros días. Herman es carpintero en una fábrica de Salta. Obrero de mantenimiento en un hotel de Mar del Plata, luce el oficio aprendido en Salta reparando puertas, ventanas, mesas, sillas… Y al tiempo y por fin, una gran ciudad: Buenos Aires.

Consigue trabajo en otra fábrica de muebles: Artysur. Y alguna pieza salida de sus manos llega a las de una clienta muy poderosa: María Eva Duarte de Perón.

No le va mal. Pero no es carne de cemento, asfalto, autos, colectivos, muchedumbres. Lo atenaza la nostalgia de aldea…. Y cierto día, en la oscuridad de un cine, ve en la pantalla (propaganda turística) un planeo sobre San Carlos de Bariloche.

Mete cuatro prendas en una valija. En la estación Constitución compra el boleto y pregunta dónde tiene que bajarse:

–No puede errarle. Bájese donde terminan las vías…

Es joven: no ha cumplido los treinta. Consigue trabajo: carpintero, por supuesto. La felicidad le muestra la punta de su zapato cuando empieza a levantar su casa Made in Propia Mano.

Pero aún habrá de estremecerse –los fantasmas jamás se van del todo– cuando se entera de que el hombre que le vendía fiambre, un alemán que cree inocente y apacible, es Erich Priebke, criminal de guerra.

Mucho después descubierto, deportado a Italia y condenado a cadena perpetua por la masacre de las fosas ardeatinas: diez italianos asesinados por cada alemán de los 33 muertos por bombas en un atentado de comunistas de la Resistencia. Fueron 335 hombres y niños fusilados por los nazis.

Los llevaban a las fosas, los hacían entrar en tandas de a cinco, con las manos atadas en la espalda, los obligaban a arrodillarse sobre los cadáveres y les pegaban un tiro en la nuca.

Para guardar el secreto y, por si alguno podría haber sobrevivido, los nazis mandaron sellar las fosas con explosivos.

Condenado en Italia a prisión perpetua, el ex capitán de la SS murió a los 100 años (2013) sin arrepentirse ni pedir perdón.

Segundo encuentro con el pasado. Un vecino, Juan Mahler, le encarga un trabajo de carpintería en su casa. Todo bien. Todo normal. Un hombre educado. Buena paga…

Pero en 1993, la larga mano de Simon Wiesenthal y su Agencia Judía de Viena lo desenmascaran: es Reinhard Kopps, criminal nazi, hombre de la Abwehr, aparato de contraespionaje del Tercer Reich y verdugo de muchos hombres de la Resistencia en Albania, Bulgaria y Yugoslavia.

Terminada la guerra y radicado en Roma, fue miembro de la «Ruta de las ratas»: una secta que salvó a jerarcas nazis con documentos falsos para que se dispersaran por el mundo… Cuando lo identificaron, ¡delató a Priebke y huyó a Chile!

Hace unos años, Herman volvió a Europa. Quiso ver por última vez su aldea, aquellas parras, aquellas uvas como joyas.

No fue fácil: las herramientas y la madera le habían borrado casi por completo sus huellas digitales. ¿Quién era? Pero lo logró…

Es cierto. No hay hombre ni mujer en este mundo que no tenga una historia secreta.

Fuente: infobae

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