Tommy G. Thompson. Ese es el nombre de uno de los cazadores de tesoros más famosos del mundo. Y su fama es tal gracias a uno de los hallazgos más importantes que se hayan realizado en las últimas décadas. Y a su aventurera vida que incluye submarinos nucleares, robot acuáticos, una fortuna escondida y una condena insólita.
Buceando en las profundidades del Océano Atlántico, Thompson encontró lo que nadie creía que sería posible: el botín que estaba abordo del S.S. Central America -conocido como el Barco de Oro– que naufragó en la costa de Carolina del Sur, en septiembre de 1857 luego de enfrentar los vientos de un huracán categoría 2. Como consecuencia de ello 425 personas, entre pasajeros y tripulación, murieron. Unos 50 sobrevivieron. El oro se hundió junto a la embarcación que había partido de Panamá.
Con su barba negra y su audacia, Thompson decidió encontrar el oro. Fue así que se sumergió en las profundidades del Atlántico en 1988. Su expedición submarina fue un éxito gracias a la ayuda de inversores que apostaron por su aventura. Sin embargo, años después, sería acusado de cometer delitos federales por estafar a quienes le habían confiado su dinero para recuperar el tesoro del S.S. Central America.
Thompson escapó. De vivir en una mansión y una vida de lujos que había conseguido en Florida, el buceador y cazador de tesoros debió pasar a la clandestinidad. Recorrió años registrándose con nombres falsos en hoteles de nula categoría para huir de las autoridades.
Hoy vive confinado en una celda de un penal federal de Ohio. Tras dos años de multas y reveses judiciales, se niega a confesar dónde escondió las dos toneladas de monedas preciosas que halló en los restos del Barco de Oro.
Cuando el cazador decidió sumergirse para recuperar el tesoro, reunió a 160 inversores que confiaron en su proyecto. Luego de 130 años de hundido, nadie había intentado seriamente llegar hasta lo más profundo del barco. Con una mente brillante y audaz, Thompson -ingeniero y obsesivo- diseñó y construyó un robot submarino al que bautizó Nemo. Esta máquina debería «bucear» 2.400 metros hasta dar con el S.S. Central America.
Cuando Nemo alcanzó la profundidad adecuada, recuperó monedas del siglo XIX y «barras de oro 15 veces más grandes que las conocidas en California hasta ese entonces», reportó en 1989 el Chicago Tribune. El país se detuvo ante la magnitud de lo que estaba sucediendo.
Todavía quedaban por recuperar materiales por un valor cercano a los 400 millones de dólares. Todos querían saber quién era ese hombre con barba negra, misterioso y que había dedicado su vida al estudio y al trabajo en submarinos nucleares, y que ahora era un cazador de tesoros.
Pero diez años después de que su fama lo convirtiera casi en un héroe nacional, sus dos principales inversores lo denunciaron por estafa. Lo acusaron ante una corte federal de haber vendido casi todo el oro y haber obtenido ganancias sólo para sí. La Justicia le reclamó que se hiciera presente para una declaración en 2012, pero el hombre ya había desaparecido.
Nadie conocía su paradero. Ahora, la cacería era contra él. Y los investigadores lo catalogaron como uno de los «fugitivos más inteligente» de la historia de los Estados Unidos.
Cuando la Policía pudo saber dónde quedaba su mansión –Thompson no tenía registrada su vivienda, en la cual vivía con su novia y pagaba todo en efectivo- encontró pocas evidencias de dónde podría estar. Teléfonos celulares descartables, cintas de dinero con la inscripción de 10 mil dólares y una curiosa guía para eludir la ley: «Cómo ser Invisible».
Finalmente, en enero de 2015, lo hallaron en un hotel de poca categoría luego de rastrear a su novia. Los investigadores de Ohio que lo capturaron afirmaron en aquel entonces que debieron «aplicar todos los recursos y el ingenio» para detenerlo. Pero el tesoro no estaba con él.
Los inversores le dijeron a los detectives que seguramente el cazador cazado debería tener cientos de monedas de oro en cuentas a nombre de sus hijos. Pero la búsqueda fue infructuosa. Thompson se declaró culpable de desacato en abril de ese año y «confesó» que el resto del tesoro estaba en Belice y que revelaría el lugar exacto. Pero nada de eso ocurrió.
En noviembre pasado, el abogado del ingeniero que alguna vez diseñó submarinos nucleares y fue el único capaz de recuperar un tesoro a 2.400 metros de profundidad dijo que su cliente padecía una pérdida de memoria repentina y que no recordaba a quién le había dado el oro. Un juez federal que interviene en el caso no le creyó y lo acusó de estar simulando su falta de memoria. Fue por eso que decidió dejarlo en la celda un año más. Podría ser confinado allí hasta que indique dónde está el tesoro y hasta trabársele una multa de mil dólares diarios mientras tanto.
Insólitamente, el oro del S.S. Central America permanece otra vez «perdido», salvo que esta vez sólo un hombre conoce dónde se encuentra. Y no quiere confesarlo.