La historia del Superclásico relatada por 170 años de experiencia

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La conversación en un café situado en el barrio de Recoleta arrancó con alguna chicana. «Debe ser terrible para el hincha de Boca pasar por el Monumental y ver semejante cancha», dice uno, pero el otro retruca casi instantáneamente: «Acuérdese que River se tuvo que ir de La Boca por haber perdido un partido». A Horacio y Pedro les pasan los años, pero no las mañas…

Estos dos socios vitalicios de River y Boca disfrutaron de una entretenida charla futbolera en la que se acomodaron en la vereda de enfrente, pero demostraron que comparten la misma pasión. Horacio Ferreccio tiene 91 años y está ligado al Millonario desde 1934. «Mi padre José Manuel y mi tío Néstor me hicieron fanático. Pero cuando no podía ir con ellos a la cancha, iba solo», dice.

El hombre que no aparenta su edad se dedicó toda su vida a la administración de propiedades, pero los ratos libres siempre fueron para el fútbol y River. «Me he agarrado a piñas en la cancha, incluso con hinchas de River, por el fanatismo y la locura que tenía. Y cuando íbamos de visitante con Boca, era el primero en entrar», sacó pecho.

Pero Pedro Vio, con 78 años y treinta de vitalicio, no se queda atrás y exhibe su estirpe azul y oro: «Mi papá me hizo socio de Boca el día que nací. Vivíamos a una cuadra y media de la cancha y nunca me mudé del barrio». Se jubiló como bancario, pero sigue trabajando como inspector del Sindicato de Empleados de Comercio de Zona Norte y mencionó sus labores como cadete del Xeneize cuando tenía 14 años.

Por tradición familiar, el boquense asoció a sus dos hijos y cuatro nietos el día que nacieron, como había hecho su padre. Y en el último caso, se anticipó: «Mi último nieto iba a nacer a las 8 de la noche por cesárea y a esa hora el club iba a estar cerrado. Por eso fui a las 3 de la tarde y lo hice socio antes de que conociera el mundo». Para Pedro, los colores en la familia no se negocian.

Horacio confesó que dejó de acudir al Monumental por la comodidad que aporta la televisión, aunque también por temor a padecer problemas de salud debido a los nervios que lo invaden cuando rueda la bola. A pesar de que la mayoría de los hinchas preferiría ganar la Copa Argentina antes que el Superclásico, él opina que «sacrificaría la final con Central con tal de ganarle a Boca». Y agrega: «Si fuera Dios, hago que ganemos 7 a 0… Pero la verdad agarraría viaje con un empate».

Y al mismo tiempo que Pedro implora por sumar los tres puntos y desea que se recupere Darío Benedetto –finalmente quedó descartado-, su adversario lo cruza socarronamente: «Ojalá que no». Igualmente, el de Boca tira algunas fichas sobre la mesa al nombre de Walter Bou y se alegra por el regreso de un jugador importante como Fernando Gago: «Creí que no iba a jugar más, pero volvió muy bien».

Luego de mojarse los labios con un poco de gaseosa, la voz de la experiencia de River se ríe y relata una anécdota de sus años de juventud: «Un día me equivoqué y me metí en la tribuna de Boca. River ganó con un gol de Roberto Zárate y yo no sabía cómo gritarlo… Vi que pasaba un heladero, entonces lo agarré, lo abracé y festejé». El haberse tomado esa atribución tuvo consecuencias: «Me pegaron de atrás y me arrancaron una cadena».

El oriundo de La Ribera es uno de los representantes de la institución en el Civit (Comisión Interclubes Vitalicios), que conecta a los socios más antiguos de varios clubes y espera la aceptación de la AFA. Acude con mucha frecuencia al club y no se pierde ningún compromiso: «Somos más o menos 400 vitalicios los que vamos a cada partido. Y además hacemos eventos con jugadores y ex figuras».

Ferreccio admite que cuando Mario Boyé agarraba la pelota en Boca «me hacía encima porque era peligrosísimo». Y Vio se acuerda de un rival que les complicaba la vida: «(Juan Carlos) Muñoz era terrible». El que será anfitrión en el Superclásico rememora los buenos viejos tiempos de La Máquina; el otro pone nombres sobre la mesa como los de Antonio Roma, Antonio Rattín, Ángel Clemente Rojas, Pierino González y Silvio Marzolini y también uno más contemporáneo: Martín Palermo.

«Tengo nietos de Boca, Racing y River. A mi último bisnieto ya lo hicimos socio. Los que no son de River están todos desheredados, desde ya», expresa entre risas Horacio. En tanto, Pedro afirma que trata de inculcar en su familia que la rivalidad debe ser meramente futbolística y que afuera de la cancha hay que ser amigos: «Tenemos que poder sentarnos a tomar un café».

Para matar la ansiedad, uno aprovechó la semana en el gimnasio, algo habitual en su rutina. El otro no deja nunca sus caminatas y disfruta haciendo gimnasia acuática. Y después de resongar un poco por la prohibición del público visitante y la violencia que reina hoy en día en nuestro fútbol, Horacio y Pedro, que suman casi 170 años entre ambos, se dan la mano y demuestran que sus valores están intactos.

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