La Iglesia celebra este domingo la Solemnidad de la Santísima Trinidad

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Por Facundo Gallego. Especial para LA BANDA DIARIO 

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juna (3,16-18)

Dijo Jesús a Nicodemo: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.”

Palabra del Señor

Comentario

Hermanos y hermanas: ¡feliz domingo para todos! La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros (2 Co 13,13); y que la Virgen María nos lleve de la mano hasta el Cielo. Amén.

Hoy, la Iglesia entera celebra la solemnidad de la Santísima Trinidad, es decir, celebra al mismísimo Dios, que nos ha revelado su nombre tan cercano y querido para nosotros: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La Encarnación

El Evangelio que la Iglesia nos propone hoy puede ayudarnos mucho a tratar de comprender, aunque sea en lo más pequeño, de qué se trata este misterio de la Trinidad.
Jesús, en una entrevista que tiene con un fariseo llamado Nicodemo, le afirma:

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna” (v. 16).

Esta entrega del Hijo tuvo su punto máximo en la muerte en la cruz; pero para poder morir por nosotros, primero hubo de nacer. Esta primera “entrega” del Hijo es su Encarnación en el vientre de María, verdadera Madre de Dios. La Escritura nos explica que el Ángel, al anunciar a María, le dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso será santo, y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).

Pues bien, el Espíritu Santo obró en la Virgen María, y la sombra del Padre se derramó sobre ella. Y el Hijo se encarnó en su seno. Aquí tenemos la actuación maravillosa de un Dios Único que, a la vez, es Tres Personas que obraron en la Virgen María para hacerla morada suya, verdadero templo de Dios. Porque el Espíritu Santo, con su poder divino, logró que la Virgen concibiera sin tener relación con hombre alguno; porque el Padre así lo había dispuesto y la había preparado desde siempre; y porque el Hijo, el “Dios-con-nosotros”, puso su morada en medio de su pueblo.

La intimidad

Ser Tres Personas no significa ser tres dioses distintos. Aquí radica la novedad de la propuesta cristiana de los primeros siglos, y la perplejidad de los cristianos de hoy y de siempre. Tres Personas distintas, un solo Dios Verdadero parece algo impensable.

Pero observemos cómo la Escritura misma nos enseña que así es, ha sido siempre, y
será.

Los judíos ya creían en Dios como un Padre, aunque sólo porque era el creador y el que había dado la Ley. Pero Jesús, el Hijo, viene a revelar que Dios es Padre en relación a su Hijo único. Así lo dice el Evangelio de Mateo: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

Este Hijo no es una creación de Dios Padre, no es simplemente un hombre lleno de bondad y mansedumbre: es Dios, que se ha hecho hombre para redimirnos. Así dice el Evangelio de San Juan: “En el principio existía la Palabra (el Hijo también es llamado Palabra), y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” (Jn 1,1).

Este Hijo, Jesucristo mismo, ascendió al Cielo días después de haber resucitado, para presentar al Padre nuestra naturaleza humana redimida. Y el reencuentro amoroso del Padre y del Hijo se manifiesta en el Amor que se derrama sobre la Iglesia en Pentecostés: el Espíritu Santo, que actuó en el principio del mundo (Gn 1,2; 2,7); que es el mismo espíritu que da vida al hombre, y el que consagra jueces (Jue 3,10), habla por los profetas (Ez 11,1-5), y reposa sobre el retoño de Jesé (Is 11,2).

Así, vemos por la Escritura misma que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, aunque son Tres Personas distintas, no dejan nunca de ser el Único y Verdadero Dios en quien creemos.

El tesoro

Cuando San Gregorio Nacianceno, un santo de los primeros siglos, bautizó a unos adultos que pedían el sacramento, les dijo: “Ante todo, guarden esta buena herencia, por la cual vivo y combato, con la cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo”.

Éste es el mayor tesoro de los bautizados: cuando la trinidad habita en nuestra alma, nuestra alma se convierte en un verdadero Cielo. Hagamos el compromiso de fe de custodiar esta fe con nuestro corazón y nuestras obras, y un día podamos vivir plenamente lo que ahora solamente podemos experimentar un poquito.

Los grandes santos y pensadores de muchos siglos nos han obsequiado cientos de miles de páginas acerca de estas especulaciones, y casi parece una burla querer decir algo acerca de la Santísima Trinidad en tan sólo un par de párrafos. Pero el misterio es para contemplarlo, vivirlo, gustarlo… y luego comprenderlo.

Que María Santísima, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y Esposa de Dios Espíritu Santo, interceda por nosotros para que nunca perdamos la fe en este Dios Uno y Trino.

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