«No nos dijimos nada, solo nos abrazamos. Es muy fuerte esto». José Torello, uno de los amigos más íntimos del Presidente, apenas podía hablar mientras apilaba decenas de sillas a un costado del Salón Blanco de la Casa Rosada para facilitar el paso. Mauricio Macri había recibido la banda y el bastón presidenciales un par de minutos antes en un salón colmado de funcionarios, familiares, amigos e integrantes de la farándula, en una ceremonia en la que no hubo cánticos ni marchas partidarias, símbolo de un fuerte cambio cultural.
«Años y años y años… no se puede explicar en palabras», confesaba con los ojos brillosos otro de los funcionarios que acompaña a Macri desde los inicios, al fondo de la sala. Toda una novedad para Cambiemos –el PRO originalmente–, todavía incrédulos por el desembarco en la Rosada.Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del ex jefe de Gobierno porteño, fue el primero en llegar al Salón Blanco. Se sentó en la séptima fila, acompañado por su pareja, Agustina. El empresario estuvo varios minutos fotografiando el salón con su teléfono celular. Cinco filas más adelante, sentada sola, Bárbara Diez, mujer de Horacio Rodríguez Larreta, miraba firme el enorme espejo frente a la sala.
El Presidente tardó unos cuantos minutos hasta llegar a su despacho. Acompañado por sus más cercanos, y visiblemente emocionado, dejó el saco y se acomodó en la mesa de reuniones de la oficina presidencial, ya despojada de imágenes familiares y partidarias de su antecesora, Cristina Kirchner. Se sentó junto a su ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, y recordó la última vez que estuvo sentado en ese lugar como jefe de Gobierno porteño, hace unos años. En voz alta rememoró los retos que en ese entonces le prodigó Aníbal Fernández.
Eran casi las 14. Macri ya había jurado más de dos horas antes frente a la asamblea legislativa, había recibido los atributos presidenciales de parte de Federico Pinedo y la antesala de su despacho era una romería. Mandatarios latinoamericanos junto a ministros nacionales. Familiares, como sus padres y su hermano Mariano, y deportistas, como el ex corredor Osvaldo «Cocho» López –uno de los más efusivos en el Salón Blanco–. Mezcla de farándula y política, como Miguel Del Sel –muy bronceado–, que un rato antes bromeaba con Susana Giménez en medio del Salón Blanco. «¡Vuelve la ‘Tota’!», gritaba abrazado a la diva televisiva.
Al pasar, el presidente boliviano, Evo Morales, dialogó brevemente con Infobae, uno de los medios presentes en la intimidad de la jura presidencial. Aseguró que estaba abocado a la búsqueda de acuerdos para la implementación de tratamientos oncológicos de nuestro país en Bolivia en coordinación con el Ministerio de Producción.
Cuando este medio lo consultó por la asunción de Macri y el cambio ideológico respecto al gobierno saliente, Morales contestó elegante: «Estamos obligados a entendernos por el bien de nuestros pueblos». Media hora atrás, en medio de un salón colmado, el presidente boliviano mantuvo un cordial diálogo con el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, por negociaciones entre ambos países vinculadas al transporte público. Cerca suyo, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, también se acomodaba ante la prensa a la nueva realidad argentina.
El Presidente había arrancado el día conmovido. Temprano, mientras viajaba en camioneta –post helicóptero– a la jura de la gobernadora María Eugenia Vidal, bromeó emocionado junto a Rodríguez Larreta por la despedida porteña de ayer en la Usina del Arte, del barrio de La Boca. Tanto el ex jefe de Gobierno como sus funcionarios más íntimos se mostraron emocionados. Todos confluyeron en un Salón Blanco que mostró diversidad. Todos los ministros, los ex presidentes Ramón Puerta, Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa y los integrantes de la Corte Suprema; la familia del Presidente –sus padres y su mujer, Juliana Awada, y su pequeña hija Antonia–, los principales presidentes de la región –Dilma Rousseff llegó sobre la hora y no estuvo en el Congreso– mezclados con amigos como Caputo, Torello o el actor Martín Seefeld, y extrapartidarios como Enrique «Coti» Nosiglia, sentado en la cuarta fila, una más atrás que Susana Giménez.
Cerca, el periodista Fernando Niembro, que hizo su primera aparición pública tras el escándalo vinculado a polémicas contrataciones con el Gobierno porteño, le aseguraba a Infobae que seguirá cerca del Presidente: «Voy a acompañar con el corazón». Jaime Durán Barba, más flaco, contempló la ceremonia desde la anteúltima fila.
Cuando Macri, su mujer, su hija y sus más íntimos se asomaron al balcón de la Rosada, la Plaza de Mayo ya estaba repleta. Atiborrada de militantes de Cambiemos, radicales y de organizaciones sociales y sindicales y de apartidarios que volvieron a llenar la emblemática plaza, como ayer lo hicieron los fanáticos K que despidieron a Cristina Kirchner. La ex presidenta para dar su último discurso; el Presidente entrante para bailar, en su primera aparición en la Casa de Gobierno.
En los pasillos del primer piso, el flamante secretario general, Fernando de Andreis, se mostraba eufórico por la movilización y comentaba, satisfecho, que el operativo de seguridad había sido exitoso. Volverían a reunirse en la tarde, mientras Macri dialogaría con mandatarios extranjeros en el Palacio San Martín, para continuar con la coordinación de las medidas de seguridad y del protocolo.
Por la noche, el Presidente será el anfitrión de una cena de gala en el Teatro Colón. Mañana participará de una misa interreligiosa en la Catedral metropolitana y luego recibirá a los principales ex candidatos presidenciales que compitieron en las últimas elecciones. Al primero que recibirá, pasadas las 10:30 de la mañana, será a Daniel Scioli, el único de los integrantes de peso del Frente para la Victoria que participó de la jura en el Congreso.