Era una noche de sábado más. Como cualquier otra planificada entre amigos, novios y recién conocidos. Ninguno de los 300 jóvenes que cruzaron la puerta de ingreso de Pulse creyó que sería la más negra de la historia de Orlando. Menos que ellos mismos podrían ser parte de una lista de muertos. Nadie imaginó que ese fatídico día protagonizarían la mayor matanza de los Estados Unidos desde que en septiembre de 2001 dos aviones impactaran contra las Torres Gemelas en Nueva York y otro lo hiciera en el Pentágono.
Hijo de afganos radicados en Nueva York, Omar SaddiqueMateen, de 29 años y en la mira del FBI por sus ideas radicalizadas respecto al islam, fue identificado como el autor de la masacre. Decidido, a las 2 de la madrugada Mateen también cruzó la puerta de Pulse, con un objetivo tan ciego como claro en su mente: matar a todos los que pudiera. Abatió al hombre de seguridad y continuó. Con su rifle AR-15, en total acribilló a 50 personas e hirió a otras 53, algunas de los cuales podrían no sobrevivir. La pesadilla duró tres horas, hasta que un grupo de elite de la policía pudo abatirlo dentro de la discoteca.
El presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, condenó el hecho y fue contundente al hablar de «acto de terrorismo y odio». Horas después, la milicia sunita Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), se adjudicó el atentado, por medio de un comunicado hecho público por su agencia de noticias Aamaq. La misiva indicaba que el ataque había sido cometido por uno de sus «combatientes». Desde hacía tiempo, Mateen apoyaba y alentaba a esa agrupación yihadista en las redes sociales.
Los familiares de Mateen hablaron a lo largo del día. Mientras su padre trató de defender el islam, su ex esposa reveló el calvario que vivió a su lado durante años. «No tiene nada que ver con la religión», indicó Mir Saddique al ser consultado por la cadena de noticias NBC. Su hijo era sólo homofóbico, justificó. Su antigua pareja, en cambio, fue más dura con el terrorista. Bajo anonimato, confesó: «Era una persona inestable. Me golpeaba. Venía a casa y empezaba a golpearme porque la colada no estaba acabada o cosas así», dijo al periódico The Washington Post.
Hace apenas dos semanas, el experto en contraterrorismo Brian Michael Jenkins, había advertido a Infobae que una situación similar podría vivirse en los Estados Unidos. No se equivocó. Entre las opciones que le quedaban al Estado Islámico para subsistir, dijo el miembro de la Rand Corporation, estaba la de cometer atentados a una escala similar a lo ocurrido en Londres en 2005 o en Madrid en 2004.
La de este domingo, es la segunda matanza por motivos religiosos que soportan los Estados Unidos en poco más de seis meses. La segunda, además, con sello de ISIS. La última había sido el pasado 2 de diciembre en San Bernardino, California, en donde una pareja de extremistas islámicos abrió fuego contra residentes del Centro Regional Inland. El resultado: 14 personas perdieron la vida.
La historia del autor de la masacre es una más entre los jóvenes norteamericanos que se creen o pretenden ser yihadistas. «Lobo solitario» -la modalidad adoptada por los yihadistas que no tienen forma o recursos para adentrarse en Irak o Siria, pero comulgan el mismo odio-, Mateen no se habría vinculado con otros fundamentalistas para cometer el ataque.
Minutos antes de masacrar a quienes bailaban o bebían en Pulse, habría llamado al 911. Allí, según el reporte de varios medios norteamericanos, indicó que cometería un asesinato masivo en nombre de ISIS.
Las primeras crónicas de la mañana se referían a la masacre como un «tiroteo» en un club gay de Orlando. A lo largo de día, los títulos comenzaron a cambiar. Ya no era la típica irrupción de un «loco» con su rifle en un campus universitario u otra institución -en lo que va del año se llevan contados 170, aproximadamente-, sino un acto de terrorismo: el más sangriento de los últimos 15 años.