“El costo político lo pagamos nosotros mientras los gobernadores miran para otro lado”, reflexionó, con cierto fastidio, un funcionario del gobierno nacional en unos de los pasillos más caminados de la Casa Rosada. Estaba cansado, cursando las últimas horas del día. Celular en la mano y lengua filosa: “Después van a venir a pedir respiradores y camas de terapia. Pero ahora no hacen nada”.
El enojo que asomó entre esas palabras era el mismo que acuñaba Alberto Fernández en su último día de aislamiento en la Quinta de Olivos. Pretendía que los mandatarios y el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, tomaran más medidas restrictivas y ejercieran mayores controles para cortar la circulación. Nadie se movió ni un paso. Se ajustaron al DNU presidencial que se publicó el último jueves y descansaron en la comodidad de no perder ni ganar.
Para el Gobierno los gobernadores dejaron que la Nación se haga cargo de tomar las medidas antipáticas y levantaron el pulgar a la distancia para aprobarlas de compromiso. En parte, es verdad. Ninguno pensó ir un centímetro más allá del decreto que, en su artículo 17, los facultaba para poder ampliar las restricciones. Ni antes, ni ahora. Porque los mandatario provinciales tampoco se adhirieron a las nuevas medidas que tomó el Presidente. En Balcarce 50 ahora piensan lo mismo que antes.
El miércoles por la tarde Alberto Fernández cambió la estrategia. Ya tenía sobre la mesa los 27.000 casos de coronavirus que habían perforado todas las métricas el día anterior, y la necesidad imperiosa de tomar nuevas medidas para frenar la ola de contagios. Pasado el mediodía terminó de asumir que ni los gobernadores ni Rodríguez Larreta iban a moverse de las posiciones que ya habían adoptado y decidió tomar medidas duras para cortar la transmisión del virus.
A la noche, después de dialogar con Santiago Cafiero y Carla Vizzotti, anunció un paquete de medidas para el AMBA que contenía la extensión en la restricción de la circulación nocturna, la suspensión de clases presenciales por dos semanas y la prohibición de todas las actividades deportivas, culturales, religiosas y recreativas que se hagan en lugares cerrados.
Cometió varias torpezas en su discurso público. Una de ellas pedirle a los gobernadores que se adhieran a las medidas sin haberles comunicado su voluntad antes de la emisión del mensaje.
No los contactó. La mayoría se enteró por televisión, cuando Fernández les dijo: “Espero que los gobernadores entiendan que deben acompañarme en este momento difícil y lo hagan”. Fue un mensaje filoso, con destellos de ironía.
“Debería haber hablado en privado con los gobernadores. Era previsible que no acepten cerrar las aulas”, razonó la mano derecha de un mandatario de peso en la liga de gobernadores peronistas. Las formas no cayeron bien en algunos mandatarios.
Fernández le pidió a los gobernadores que se adhieran a las medidas de su nuevo DNU. Veinticuatro horas después, solo Axel Kicillof siguió ese camino. Unos días antes Raúl Jalil, gobernador de Catamarca, había decidido suspender la presencialidad de las clases. El resto se mantuvo con las medidas restrictivas que ya estaban en vigencia. La autoridad presidencial se desmoronó. Les pidió a los propios y a los rivales que lo apoyen. No lo logró.
Un dirigente cercano al núcleo presidencial asumió, horas después de ese mensaje, que Fernández había absorbido el costo político casi en soledad. “Tomó la decisión porque nadie la quería tomar. Le decían títere de Cristina, ahora también lo cuestionan porque decide solo”, sostuvo.
Esa misma voz, con llegada al poder real, apuntó contra el jefe de Gobierno porteño, quien acusó al Gobierno de tomar medidas unilaterales sin dialogar. “No lo consultó porque ya no le cree. Larreta no cumplió con nada de lo que habíamos pactado”, afirmó, en referencia a las modificaciones del líder opositor sobre la primer batería de medidas.
Los gobernadores no quieren tener problemas con la Casa Rosada. Ninguno. Pero aseguran que nadie del Gobierno los llamó antes de que se anunciara la medida. Ni el ministro del Interior, Eduardo “Wado” De Pedro, ni el propio Presidente. “Antes había un zoom y discutíamos las cosas. Ahora se encerraron. En ese mensaje grabado Alberto se peleó con todo el mundo”, sostuvo un gobernador de la oposición ante la consulta de Infobae.
Entre la mañana y la tarde del jueves la mayoría de los gobernadores sentaron posición sobre las medidas tomadas por el Gobierno. Salta, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Tucumán, Ciudad de Buenos Aires, Chubut, Jujuy, San Juan, Tierra del Fuego, Ente Ríos, La Pampa, Corrientes y Neuquén, son algunas de las que entendieron la medida presidencial, pero no la acompañaron. Quedaron bien. Se mostraron comprensivos. Pero no cumplieron con el pedido del Presidente. Sea del color político que sea.
En el entorno de un histórico gobernador peronista fueron más duros con la decisión unilateral de Fernández y la falta de consulta a los gobernadores. “Se olvidaron de hacer política. Faltó consenso. La realidad del AMBA es distinta a la de las provincias. Es otro país. ¿Por qué tendríamos que seguir los mismo pasos?”, le aseguraron a este medio.
En una provincia gobernada por el radicalismo fueron terminantes con la jugada político sanitaria del Presidente. “Lo peor que le puede pasar a un gobernante es que no acaten sus órdenes. Después de eso no hay más nada. El miércoles Alberto jugó su autoridad en la lotería. Se la timbeó”, reflexionó, con un ejemplo mundano, el portavoz del mandatario de la UCR.
En los dos frentes políticos más importantes del país giró la misma idea. Si Fernández quería el respaldo de los gobernadores, entonces tendría que haber convocado a un encuentro virtual con todos, marcar el camino a seguir y pedir el respaldo institucional en un contexto sanitario grave. Pero no lo hizo y terminó tomando una de las decisiones más importantes de este 2021 en soledad.
Los gobernadores no entienden por qué el Presidente eligió ese camino, si cada vez que pidió apoyo en los zoom que hizo, consiguió amplio respaldo para avanzar con las medidas. En esta oportunidad se mimetizó con Axel Kicillof y, juntos, avanzaron contra Rodríguez Larreta, a quien volvieron a poner en el centro del conflicto.
Apelaron al conflicto y victimizaron al jefe de Gobierno porteño. Le dieron una nueva oportunidad para ocupar el centro de la escena.
En la política el pragmatismo es una práctica que se valora. Los gobernadores son abonados a ese movimiento. La gran mayoría decidió expresar un respaldo público a las medidas presidenciales, pero mantener su autonomía en la aplicación. Equilibrio. En esa acción quedaron protegidos en sus reductos provinciales y desnudaron la falta de estrategia política de la Casa Rosada.
Parte de esas fallas, que los mandatarios vieron claramente, pero que jamás expondrán en público, está vinculada al desorden en que se tomó la decisión de avanzar con nuevas restricciones. Sobre todo lo expuesto que quedaron los ministros Carla Vizzotti (Salud) y Nicolás Trotta (Educación), quienes en las horas previas al anuncio habían asegurado que las clases no se iban a suspender.
Fernández necesitaba, y aún necesita, el respaldo de los gobernadores. En los próximos 15 días juega un porcentaje importante de la autoridad presidencial y de la credibilidad del Gobierno. Hasta ayer, día en que se empezaron a implementar las medidas, la sociedad parecía no haber entendido la gravedad de la segunda ola.
De ahora en adelante quedará a la luz el nivel de acatamiento y la llegada del mensaje presidencial, muy respetado en el inicio de la pandemia, y desvalorizado en el final del 2020. El cumplimiento efectivo de las medidas podría renovar el capital político del Gobierno. Y, sobre todo, el de Fernández. Justo en los meses previos a las elecciones, en las que todos piensan y esconden detrás de sus acciones.
El Presidente asumió el enorme costo político de avanzar con un paquete de restricciones bien duras y que cayeron mal en una parte importante de la sociedad. Esperó que los mandatarios lo respalden y no fue retribuido. Se enfrentó con Rodríguez Larreta en una ida y vuelta de mensajes públicos que solo lograron elevar, aún más, la tensión con la oposición.
Fernández se desgastó al lado de su único aliado real en este tiempo: Axel Kicillof. Lo podría haber evitado. Era posible.
La relación con los gobernadores seguirá siendo buena, normal, institucional. Pero en la Casa Rosada quedó el sabor amargo de la falta de iniciativa de los mandatarios en un momento tan importante para el Gobierno. Esta vez no todos se subieron al barco timoneado por Alberto Fernández. Muchos no tomaron dimensión real del impacto de la segunda ola. Quizás, en algunas semanas, terminen replicando sus decisiones.
Joaquín Mugica Díaz/Infobae