Emilio Monzó estaba tan fuera de sí que Mauricio Macri tuvo que interceder: «Te pido que no le hables así, Emilio».
Eran los últimos coletazos del verano del 2014. Macri había sentado a Monzó y a María Eugenia Vidal de ambos extremos de la mesa en la casona de su padre en Barrio Parque, histórica sede de las cumbres más íntimas del PRO. El encuentro, convocado para acercar posiciones, terminó de la peor manera.
Vidal recién empezaba a pisar territorio bonaerense. «Estoy caminando la Provincia, escuchando a la gente. Las candidaturas se definirán en 2015», declararía a mediados de marzo de ese año durante una visita a Ayacucho por la tradicional fiesta del ternero y la yerra. Ni se imaginaba que casi dos años después sería gobernadora. Monzó tampoco. Macri recién empezaba a consolidar su carrera presidencial.
Vidal había querido impulsar durante esa reunión de Barrio Parque a Gladys González como jefa de campaña por consejo -e imposición- de Horacio Rodríguez Larreta. Fue solo uno de los chispazos del encuentro de Barrio Parque -después hasta habría tiroteos por el control de los fondos de campaña- que el propio Monzó reconocería después, ante su círculo íntimo, que prefería evitar reproducir el contenido del pasaje más duro de la reunión por cuestiones de buenos modales.
Monzó nunca ocultó sus objetivos ni ambiciones. Ni su afición por el peronismo. Había querido influir en ese momento en la campaña de la provincia de Buenos Aires, el territorio en el que se movió desde siempre, con la misma preponderancia que quiso tener en la campaña del año pasado. A pesar de los intentos de acercamiento, las heridas entre Monzó y Vidal, la dirigente más popular de Cambiemos, nunca pudieron ser suturadas.
En los últimos dos años, el presidente de la Cámara de Diputados acrecentó la distancia con la cúpula bonaerense y con el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el funcionario más influyente del gobierno, uno de los principales cerebros de la estrategia política y mediática de la Casa Rosada. Casi que no le dejaron pisar más el suelo bonaerense. Ya no tenía ni voz ni voto en la mesa chica del poder.
El lunes, después de que los medios se hicieran eco de su renuncia anticipada ante un eventual segundo mandato de Macri, Monzó se armó un pequeño texto que reenvió por WhatsApp ante la requisitoria periodística y de la dirigencia política, en el que daba cuenta de su posición frente a la noticia, que movió los cimientos del círculo rojo macrista.
El trascendido sorprendió a buena parte de la cúpula partidaria. Incluso a algunos de los integrantes del círculo más cercano del dirigente de Carlos Tejedor o a varios de los principales dirigentes del PRO, que se enteraron por los portales de noticias.
Lo cierto es que Monzó había avisado del vencimiento de su mandato al menos un mes y medio antes. Primero a Peña, que le palmeó la espalda. Después a Macri, que hizo lo propio. Ni el jefe de Gabinete ni el Presidente lo invitaron a rever su decisión, que el diputado propagó entre empresarios, dirigentes y amigos.
Durante esas semanas se mencionó la idea de recalar eventualmente en una embajada. Se habló de España, la plaza que ocupa hoy Ramón Puerta. Madrid se puede dar esos lujos: el misionero, un viejo amigo de Macri, suele ser crítico de la gestión oficial.
El jueves, antes del almuerzo con la comitiva chilena y después de la rutinaria reunión de coordinación de gobierno, Monzó se mostró aliviado. Se encerró durante un buen rato con su círculo íntimo en la oficina de Sebastián García de Luca, viceministro del Interior, mientras Rogelio Frigerio volaba el exterior en plan de descanso familiar. Los acompañó Guillermo Bardón, uno de los tres diputados bonaerenses que responden al dirigente peronista. Hay otros dos en el Senado de la provincia de Buenos Aires.
Monzó nunca se adaptó al esquema de gerencias del PRO en el que se desprecia a la política tradicional. «En Diputados se habla en español y en Casa Rosada en chino», explica un dirigente de la provincia de Buenos Aires que reporta a Vidal pero que no menosprecia la capacidad operativa del titular de la Cámara baja.
Las viejas rencillas con la gobernadora y los recelos con la Jefatura de Gabinete estuvieron desde el principio al tope de la lista de cortocircuitos entre la cúpula partidaria y el ex ministro bonaerense, que padeció como un calvario personal sus desventuras políticas. Las diferencias de estilo con Peña quedaron al desnudo casi un año después de la asunción de Macri. «(Jaime) Durán Barba tiene muy poca idea, casi nada, de la realidad política argentina», disparó el diputado en noviembre del 2016 en una entrevista. Promovía la incorporación de figuras del peronismo, así como en la campaña del 2015 había propuesto incluirlo a Sergio Massa, aunque no era el único-. Un tiro al corazón del poder macrista, que bombea en gran medida por la maquinaria publicitaria que produce el ecuatoriano.
El titular de Diputados atravesó el verano del 2017 asediado por versiones de recambio en el principal sillón de la Cámara baja, una factura que salió del talonario del primer piso de la Casa Rosada. En abril, hace justo un año, Monzó y Peña sellaron una tregua forzada durante un almuerzo en «El Mirasol de la Recova», en el bajo porteño. Rodríguez Larreta, el menos prejuicioso de la mesa chica del poder, ayudó a aplacar los ánimos. Un mes después, el diputado se subió a la gira presidencial por Dubai, China y Japón. Y recompuso la relación personal con Macri, matizada por el vínculo entre sus esposas. Nunca dejó de frecuentarse con Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del Presidente, paradójicamente también corrido de las decisiones -políticas- del Gobierno.
La renuncia anticipada cayó en medio de una serie de cimbronazos internos impulsados por los aumentos en las tarifas de los servicios públicos, uno de los pilares de la gestión del ministro Juan José Aranguren, respaldado hasta el hartazgo por Macri. En los pasillos de la Casa Rosada circulaban ayer versiones de un cruce telefónico entre Peña y el ex ministro sciolista por esa incipiente rebelión legislativa de un sector del bloque oficialista, algunas semanas después del blanqueo del aumento de sueldos de los diputados. Y de enroque de funcionarios. «Va a haber muchas vacantes en el próximo gabinete» es una de las frases que le atribuyen al jefe de Gabinete, en caso de que el jefe de Estado consiga la reelección.
En medio, además, de un bajón en las encuestas. Según la medición de una prestigiosa encuestadora que suele medir para el Gobierno, la imagen del Presidente tocó su peor piso desde el comienzo de la gestión. Un descenso al que contribuyeron los desatinos de la administración macrista, encabezados por los aumentos tarifarios y los desbarajustes inflacionarios. Ayer por la tarde, la mesa de comunicación del Gobierno se dio cita en el primer piso de Casa Rosada: Durán Barba, su socio Santiago Nieto, el sociólogo Roberto Zapata y el publicista Joaquín Molla dieron el presente.
Pero la futura salida de Monzó también se da ante los primeros indicios de esperanza del peronismo, que ahora empieza a ver algo de luz al final del túnel, aunque todavía difusa. «Y en el peor momento con el círculo Rojo», según un importante dirigente de la provincia de Buenos Aires que se codea a diario con ese selecto grupo.