La tierra tiembla

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Los chicos de Laborde y cercanías también se acercan al malambo.

De repente todo el pueblo de Laborde hace silencio. Todos, de alguna manera, están involucrados en el Festival Nacional del Malambo: o trabajan allí, o reciben en sus casas a los visitantes, o forman parte de la feria paralela al predio. Son unos seis mil habitantes más otros tantos que vienen de todas las provincias argentinas. O sea, el bullicio durante el festival es el propio de las multitudes. Pero de repente se hace un silencio que explica una parte de la misteriosa atracción que ejerce este encuentro desde hace 45 años, un silencio que es como una señal de que algo místico está a punto de pasar: entonces comienza la competencia, el Malambo Mayor en busca del campeón nacional.

El malambista tiene un máximo de cinco minutos para demostrar su destreza y durante ese lapso en el centro de la pampa gringa todo se reduce a él y al ritmo de su zapateo sobre la madera, un retumbe que se expande por el pueblo con una mezcla de cortejo y provocación, mientras en el horizonte del bailarín flamea una bandera argentina que funciona como un fuerte incentivo. El malambista la mira con gesto de extrema seriedad, un rictus que parece exagerar una emoción pero que en realidad la está conteniendo: dentro de él hay un vigor demasiado grande que está siendo, digamos, traducido a un lenguaje de estruendo sincronizado.

Hay un momento de aceleración que provoca el éxtasis de los espectadores, un instante en el que las piernas dibujan algo incomprensible pero que al mismo tiempo no necesita demasiada comprensión: si al ojo inexperto le habrá parecido a primera vista que se trata de una forma ruda de marcar posesión sobre la tierra, en ese instante de veloz entrega del malambista le quedará claro que se trata más bien de una declaración de pertenencia.

Después, si el malambista es del norte, viene un grito de orgullo desbordante, y si es del sur, un movimiento de soberbia elegancia, y -con bota de potro o con bota fuerte- un último paso-golpe sobre el piso que culmina en una postal imponente, el gaucho con la frente alta, el pecho desafiante, la actitud altiva y, si se tiene la suerte de estar lo suficientemente cerca, unos ojos húmedos que le dan una dimensión de ternura sorpresiva. Al fin y al cabo es un humano.

Postergado
Este año el festival debió postergar por primera vez en su historia la jornada inaugural, por la lluvia del martes, y entonces lo de miércoles y jueves fue maratónico, con veladas que terminaron bajo el sol tremendo de las siete de la mañana. Para el viernes la cosa venía más tranquila, pero en los que trabajan en el festival la cara de ligero agotamiento era casi indisimulable. Igualmente, es un esfuerzo que hacen con la conciencia de que así se devuelve, así se responde a la increíble suma de voluntades y fuerzas de cada delegación para participar en el festival: sin el incentivo de algún premio económico (en ninguno de los 22 rubros en competencia hay más premio que el prestigio, el diploma y una artesanía local), los delegados de las provincias reúnen unas 50 personas para competir en por lo menos 10 rubros, y se las apañan para viajar como sea, llegar como sea, y después dormir y comer en colegios de una zona que no se caracteriza ni por los hoteles ni por los atractivos turísticos: pura llanura hacia los cuatro puntos cardinales.

En Laborde, como en muchos pueblos de la pampa gringa cordobesa, la brecha entre los que tienen soja y los que no tienen soja se mide en distancias astronómicas, pero para la fiesta hay cierto espíritu de comunión: el frío de las noches los uniforma en poncho y dentro del predio la oferta gastronómica es lo adecuadamente limitada como para que todos coman más o menos lo mismo. El pueblo vive una pequeña revolución durante los días del festival, con sus brazos abiertos a las delegaciones extranjeras, con familias que se amontonan en una pieza para poder alquilarles a los visitantes el resto de las habitaciones, y con el paso triunfal de los campeones que, aunque no pueden competir, vuelven una y otra vez a Laborde y son tratados con el protocolo de las estrellas, autógrafos y fotos incluidos.

El festival tiene muchas particularidades que lo hacen único. No hay acumulación de artistas convocantes sobre el escenario, porque la mística del encuentro pasa por otro lado: por noche, hay un solo número musical de figuras de renombre, pero el resto de la programación es de competencias en rubros como «cuadro histórico» y «cuadro costumbrista», «recitador gauchesco», «pareja de danzas» y, por supuesto, los de malambo infantil, juvenil, mayor, veterano y cuarteto. El resultado es un desfile de alta carga emotiva por interpretaciones del ser nacional.

El poderoso acto de entrega de cada participante es retribuido por un aplauso que tiene algo especial: no es un aplauso que vaya a consagrar a los artistas en el mercado, es más bien un gesto de agradecimiento y de confirmación de una identidad.

Las familias que integran el público de vez en cuando se mezclan y bailan, alguna moza espera que la inviten y algún gaucho la mide mientras los niños de tres o cuatro años desconocen esas reglas y se lanzan a la imitación de los mayores, mentón en alto, brazos al cielo, dulces y dignos en su zapateo. Dicen los que saben que cada vez son más los chicos que se acercan al malambo. Y que eso augura un futuro promisorio, porque quien se acerca se queda, y que quien se queda quiere más.

Hoy se elige al campeón
Este domingo son las finales, y los tres mejores de cada rubro intentarán convencer al jurado para quedarse con el primer premio. Dicen los que saben que es el mejor día para ir. La elección del campeón nacional será después del recital de Los Sacha (el jueves actuaron Marcelo Toledo y La Callejera, el viernes Los Huayra y el sábado, Raly Barrionuevo). El campeón de 2011, el pampeano Gustavo Molina, le entregará el título a quien será el nuevo integrante de la «Galería de Campeones».

Cómo llegar
Desde Córdoba. En Auto: por Autopista Córdoba Rosario hasta Villa María, después por Ruta 4 hasta Chazón. En la rotonda del cruce con Ruta 11, doblar a la izquierda con dirección a Pascanas. Laborde está a 266 kilómetros, y se llega en unas tres horas de viaje.
En Colectivo: Empresa Córdoba Coata.

Fuente: La Voz del Interior

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