Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que tenga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día».
Palabra del Señor
Introducción
Hermanos y hermanas: ¡buen día para todos! Hasta ayer hemos contemplado un poco más profundamente a Jesús como el pan de sabiduría que nos entrega el Padre. Él, siendo la Palabra Encarnada, permanece a nuestro lado, como fiel compañero de camino, en la Sagrada Escritura. Por eso, hemos aprendido a abordar la lectura de la Biblia desde la Lectio Divina, el método de lectura espiritual de la Palabra más extendido entre los cristianos.
Hoy, finalizaremos esta primera parte de esta catequesis, refiriéndonos a la Biblia en tanto libro, que hoy tenemos en nuestras manos y al que podemos acceder incluso a través de internet.
“He bajado del Cielo”
Jesús les insiste a los judíos que habían creído en él, que era el pan vivo bajado del Cielo. A lo largo de este discurso que Jesús pronuncia en Cafarnaún, repite varias veces esta realidad: es el enviado del Padre. Así, el Señor es el gran signo del Padre: “quien me ve a mí, ve también a mi Padre” (Jn 14,9).
Haber bajado del Cielo es una clara referencia a la Encarnación: verdadero Dios y verdadero hombre. Y la Iglesia nos enseña que así como Jesús se ha hecho carne, así
también la Palabra de Dios ha encontrado un soporte en el lenguaje humano.
La Biblia
Muy pocas veces en la Iglesia nos cuestionamos cómo la Biblia ha llegado a nuestras manos. Muchas opiniones aseveran que es un libro que ha caído del cielo, y otros hacen conjeturas bastante equivocadas sobre un origen misterioso y hasta marciano.
Pero es cierto también, que hay una noción muy bien difundida: los textos sagrados han sido escritos por autores humanos. Así, tenemos “las cartas de Pablo”, o “el Evangelio de Juan”, o “los Libros de Moisés”, o “la profecía de Isaías”…
Hay que dejar en claro que todos los textos de la Sagrada Escritura tienen un autor principal: Dios. Pero también tenemos autores instrumentales: los escritores sagrados, o hagiógrafos. Ellos, como les gustaba explicar a los primeros santos de la Iglesia, son como la flauta en manos del flautista: para hacer un sonido, se necesitan mutuamente. Por eso, la Iglesia nos enseña que los escritores sagrados son también verdaderos autores de la Sagrada Escritura. La inspiración que vino de lo alto, desde Dios, ha movido a escritores humanos que, en pleno uso de sus facultades, han puesto por escrito solamente lo que Dios quería.
Así, los hagiógrafos escribieron en hebreo, arameo y griego; y una interminable cadena de copistas y traductores han hecho que podamos contar con una pequeña biblioteca compendiada en un solo ejemplar: la Biblia.
¿Religión de libro?
Muchos suelen referirse al judaísmo, al islamismo y al cristianismo como religiones de libro; puesto que las tres religiones rinden culto, leen con devoción y tienen como norma de fe y moral a la Sagrada Escritura.
Sin embargo, tenemos que dejar en claro que el cristianismo que profesamos no es una religión de libro, sino una religión de vida. El Corazón de Jesús late en cada palabra de la Sagrada Escritura; la presencia y la providencia del Padre está en cada uno de los textos sagrados; la inspiración del Espíritu Santo, que ha movido en otro tiempo a escribir, ahora mueve a comprender.
Jesús es el Pan Vivo, por eso, al acercarnos a la Biblia, no estamos simplemente leyendo un libro: estamos escuchando a un Dios que nos habla aquí y ahora.
Además de la lectura orante y cotidiana de la Sagrada Escritura, la Iglesia nos propone la escucha y meditación en comunidad, sobre todo en la Misa y en las demás acciones litúrgicas. Es allí cuando nos sentamos en la mesa de la Palabra y comulgamos con este pan bajado del Cielo, cercano a nosotros, comprensivo y amoroso: Jesús hablando en las lecturas bíblicas cotidianas.
¡Mañana continuamos!