“La jefa” no llamó a Sergio Berni. Al menos hasta este viernes la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner no le había enviado ni siquiera un mensaje. La falta de comunicación fue explicada en el entorno de la titular del Senado en un único sentido: su silencio lo avala.
El miércoles pasado el funcionario bonaerense irrumpió en el Puente La Noria, cuestionó el operativo y los controles en los ingresos y hasta increpó a los federales que no están bajo su mando. Por la tarde y con respaldo presidencial lo criticaron la ministra de Seguridad, Sabina Frederic; el secretario del área, Eduardo Villalba y el secretario de Articulación Federal, Gabriel Fuks. Transmitieron su malestar y el de Alberto Fernández, que no comparte los modos del ministro bonaerense. Al atardecer el Presidente ordenó bajar el tono porque consideró que ya era suficiente. A pesar del malestar, el gobierno nacional le mantuvo la custodia que tiene de la Policía Federal sin dejar de señalar ese detalle.
“El loco se equivocó”, fue la única frase autocrítica pronunciada en el entorno cristinista donde se lo considera casi “familia”.
Tres son las razones por las que la Vicepresidenta lo respalda fuertemente. La primera es la lealtad, atributo demostrado en decenas de oportunidades, entre ellas la noche en que se descubrió la muerte del ex fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman. Berni voló en helicóptero desde Zárate hasta Puerto Madero, entró al departamento durante las pericias para “controlar”, según dijo, y mantuvo informada a la entonces Presidenta casi olvidándose de su superior, la entonces ministra Cecilia Rodríguez que actualmente es jefa de Gabinete del área.
La segunda razón de Cristina para apadrinarlo es su militancia. Berni arrancó en Santa Cruz cuando llegó como militar y médico laboral de Yacimientos Carboníferos Río Turbio. Trabó amistad con Néstor Kirchner y desde entonces se mantuvo cerca. Según él mismo señala, hace 32 años que pertenece al mismo espacio político. Nunca se alejó. Conoció a Kirchner en los 80, cuando llegó a la provincia como teniente primero del Regimiento de Infantería Mecanizada en Rospenteck. “Era el medio de la nada”, recuerda.
“Tengo una jefa política que es Cristina que representa un proyecto político que nos contiene a todos, tiene una clara dedicación a las necesidades de la gente”, sostiene sin inmutarse y recuerda que ya muy de chico era peronista cuando en las universidades al PJ le costaba pelear espacios con la radical Franja Morada.
Con la disciplina de un soldado se encolumnó detrás de quien luego fuera presidente y de su mujer y se autodefine “verticalista”. Su amistad y confianza llegó a tal punto que suele decir que no tiene pudor en presentarse ante “ella” en chancletas o alpargatas. En su oficina en cambio camina descalzo. Habla a menudo con su “jefa” pero no la llama para pedirle permiso. Tampoco ella le señala que deba hacerlo.
Sin embargo quien lo adoptó políticamente fue Alicia Kirchner. Con la actual gobernadora llegó a Buenos Aires en mayo del 2003. Hoy respeta con la misma intensidad a Máximo Kirchner, con quien le cuesta hablar porque lo ve en los gestos y en sus declaraciones demasiado parecido a su papá. Lo describe como la síntesis del matrimonio presidencial y le suma las aptitudes de los dos: pragmático como él y dogmática como ella. Cree que algún día será Presidente, aunque también él tiene fuertes y propias ambiciones.
En mayo del 2003, Berni fue de los primeros en llegar a Buenos Aires desde Río Gallegos por pedido de Néstor Kirchner. Volaron Berni, Alicia Kirchner y Julio de Vido. El mismo domingo 25 de mayo, día de la asunción, estuvo en el Ministerio de Desarrollo Social con la hermana mayor del flamante presidente y un grupo de no más de ocho personas que primero se juntaron a tomar café en un bar de la esquina de Avenida Belgrano y Carlos Pellegrini. Estuvieron también Alicia Soraire, Viviana Peña, Paola Vesvessian, Liliana Periotti, Matilde Morales y el actual ministro de Desarrollo, Daniel Arroyo, y el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray. El lunes 26 ya atendían en la planta baja del edificio, junto a Juan Carlos Nadalich, actual ministro de Salud santacruceño, a los referentes y organizaciones sociales que llegaban con sus demandas hasta allí.
La tercera y última razón por la que CFK respeta a Berni es su capacidad de trabajo y no la asusta ni su excesiva exposición ni su perfil más represivo. Hay quienes dicen que esta vez se excedió, aunque afirman también que es coherente con su histórico estilo, el que mostró cuando apareció en la toma del Indoamericano, en el departamento de la torre Le Parc y ahora en los operativos nacionales.
“¿Discutió fuerte alguna vez con Cristina?”, le preguntó hace algunos días Viviana Canosa por TV. “Uff, muchísimo”, respondió el ministro Berni. Y agregó: “Pregúntenme cómo me va o cómo me fue. Llego con mis ideas y vuelvo con las de ella”.
En algo más coincide con su jefa: “Yo no especulo, no digo las cosas porque está bien o está mal. Muchos están viendo si es políticamente correcto y miran las encuestas en vez de actuar por intuición y experiencia. Yo digo lo que pienso”. Y admite lo que para otros es una crítica: “En mi espacio dicen que soy de derecha. Y es verdad. Creo en el orden”. Y da a entender que a Cristina Kirchner, su jefa, la respeta pero no le teme.