«Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia»

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Por Facundo Gallego. Para LA BANDA DIARIO

Jesús enseñó con una parábola a sus discípulos que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te
ruego que me hagas justicia contra mi adversario».

Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».

Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que
en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe sobre la tierra?».

Palabra del Señor

Comentario

¡Buen día, bandeños! ¡Feliz domingo para todos! Que el gozo, la paz y la fe de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, esté ahora y siempre con todos nosotros. Y que el amor de la Virgen María nos lleve de la mano hasta el cielo. ¡Amén!

¡Feliz día para todas las madres! Ustedes, que han escuchado y recibido el llamado de Dios a colaborar con él en la transmisión de la vida y en el cuidado de los niños, son verdaderos ángeles custodios y guardianas del amor. Que Dios les acreciente el cariño y les de fortaleza en su corazón para ser madres excelentes e irreprochables.

Vaya para ustedes el saludo de Dios, de la Virgen María, y de toda la Madre Iglesia, mediante las oraciones que elevamos en su día.

Hoy celebramos el domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario. Estamos a pocos domingos de culminar el año litúrgico y comenzar el Adviento, el tiempo preparatorio para la Navidad. En esta oportunidad, la liturgia nos propone un fragmento del Evangelio según San Lucas, una parábola sobre la viuda inoportuna y el juez injusto. El objetivo que perseguía el Señor al compartirnos esta comparación está explícito en el texto del Evangelio: “Jesús enseñó con una parábola a sus discípulos que era necesario orar siempre sin desanimarse” (v.1).

Domingos pasados hemos meditado juntos sobre la fe que mueve al perdón y a las obras, y sobre la fe que nos enseña a ser agradecidos con Dios. Ahora, meditaremos sobre la fe que nos hace perseverantes en la oración.

Personajes

Jesús comienza la parábola describiendo a los dos únicos personajes: el juez y la viuda. Del magistrado, Jesús afirma que “no temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v. 2). De la viuda, el Señor señala solamente que buscaba insistentemente que dicho juez le hiciera justicia contra su adversario (v.3).

Podemos agregar algo más con respecto a la viuda, hojeando un poco la Sagrada Escritura. En el libro de Tobías, por ejemplo, vemos que Ragüel entregó a su hija Sarra a Tobías, diciéndole: “Vas al lado del padre de Tobías, tu suegro, pues desde ahora ellos son tus padres igual que los que te han engendrado. Vete en paz, hija” (Tb 10, 12).

Vemos aquí que la mujer, al casarse, pasaba a ser considerada como familia de su esposo, y rompía vínculos legales y materiales con su familia de origen. Sin embargo, corría el riesgo de que, al enviudar, se encontrase sola, sin familia original ni techo dónde habitar.

Por eso, las viudas en Israel eran muy desfavorecidas, a pesar de que la Ley preveía su protección y su ayuda. Ante la injusticia y el abandono, las pobres viudas debían vivir de la caridad y la limosna de los demás israelitas.

Del juez podemos concluir algo muy sencillo y determinante sin movernos del fragmento del Evangelio: era una persona sumamente egoísta. Después de pasar un buen tiempo desoyendo a la viuda en su reclamo contra su enemigo, el juez se dijo a sí mismo: “yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme” (vv. 4-5).

Actitudes

Tenemos, pues, una viuda totalmente desprotegida, cuya única esperanza en la vida es que un juez mezquino e injusto fallara a su favor y contra su enemigo. La primera actitud que resalta el Señor es la de la insistencia perseverante de la mujer. La segunda, es el egoísmo del juez, que habiendo sacado a Dios de su horizonte y al no valorar a los que tenía cerca, se había convertido en un ser cerrado en sí mismo, en un verdadero ombligo del mundo. Finalmente, este hombre cumple con su deber por el simple hecho de que no quería que la viuda lo molestara más.

Ahora bien, ¿cómo se compara este cuadro con nosotros y con Dios? ¿Acaso Dios se siente molesto y nos da lo que le pedimos para que dejemos de molestarlo? Lo digo porque algunas personas dicen que no rezan porque “no quieren molestar a Dios”.

Pareciera que esta parábola confirmara sus temores de ser una verdadera carga para el
Señor.

Explica San Agustín que Cristo “presenta sus parábolas, o bien comparando, o bien por oposición. Así, pues, no por semejanza, sino por oposición, habla de aquel inicuo juez”.

Jesús mismo deja entrever este pequeño juego de comparaciones negativas: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?” (vv. 6, 7). Si un juez lleno de iniquidad y corrupto es capaz de obrar el bien, aunque sea por motivaciones egoístas… ¡¿Cómo Dios, lleno de justicia y amor por sus hijos, no obrará el bien en nuestro favor?! Así, Cristo demuestra que el Padre nos escucha siempre, que nuestras oraciones no son un mensaje más dentro de un grupo de Whatsapp que se silencia para que no moleste. ¡No! Cada oración es una petición de un hijo hacia un padre, y Él la toma y la contesta así, como una respuesta de un Padre a su hijo.

Esa es la actitud de Dios frente a las oraciones de sus hijos. La actitud que nosotros, hijos, tenemos que tomar ante Dios, es la de la humildad. Es propio de los hijos pedir, y es propio de los padres conceder. Él puede concedernos lo que le pedimos, sobre todo cuando de justicia se trata nuestro pedido; así como la viuda comprendía bien que el único que podía hacerle justicia era el juez de su pueblo.

Esa humildad tiene que movernos a la insistencia: “Señor, no puedo. Necesito de vos”, y decírselo constantemente, todos los días, a cada momento. Dice un Padre de la Iglesia llamado Teofilacto: “si la constancia ablanda al juez capaz de todo crimen, ¿con cuánta más razón debemos postrarnos y rogar al Padre de la misericordia, que es Dios?”. Humildad y perseverancia en la oración, son dos de las claves para estar cada día más y más cerca de Dios.

Invitación

La invitación para esta semana es muy sencilla: pensar cuál es la necesidad espiritual más grande que estamos teniendo. Quizá pueda ser fe, esperanza, amor, fortaleza, paciencia, un sacramento, un consuelo; incluso, quizá podamos pedir por un pecado que hace tiempo le venimos luchando y no podemos vencerlo… ¡Y rogar con insistencia por ello! Hacernos un pequeño plan de oración que dure, por lo menos, siete días, en los que nos propongamos hacer un huequito en la jornada y pedirle a Dios, con humildad y perseverancia, lo que más necesita nuestro corazón.

No nos desanimemos nunca si nos parece que Dios no nos escucha: a su tiempo, veremos cómo actúa con su Poder. Así explica Jeremías en sus Lamentaciones, cuando redactaba uno de los poemas más dolorosos y desesperanzados de todo el Antiguo Testamento.

Frente a la destrucción de su pueblo, Jeremías exclamaba: “Recuerdo mi miseria y mi vida errante, ¡todo es amargura! Lo recuerdo, lo recuerdo y se hunde mi espíritu dentro de mí. Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar: que el amor de Dios no ha acabado, que no se ha agotado su ternura; día a día se renuevan: ¡grande es tu fidelidad, Señor!” (Lm 3,19-23).

¡Ánimo! ¡Oración y amor! ¡Que tengan un buen domingo!

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