Será uno de esos partidos que sirven para marcar el destino de un equipo. Que desatan sueños o imponen fronteras. Que hacen de infalible termómetro para medir la personalidad, el carácter, el nivel futbolístico y la entereza anímica. Actúan como una bisagra. Si el super clásico siempre concentra un valor en sí mismo, además esta vez huele a definición anticipada. Si River gana -y con el encuentro ante Atlético Tucumán pendiente-, al torneo lo atrapará una electrizante intriga porque los xeneizes seguirán sin ofrecer garantías. Si gana Boca , más allá de que todavía faltarán seis fechas, la consagración sólo será cuestión de tiempo.
El superclásico no es una estación cualquiera, lo saben todos. Puede ser el trampolín. Dos propuestas de características generosas, en las que la especulación ocupa un lugar secundario. Boca es el puntero, pero River últimamente presenta más avales. Una identidad definida, un estilo reconocible. La tentación es hablar de una final prematura., suena grandilocuente, quizá apresurado. Pero ellos sienten que es así.
Las sensaciones previas, que en el fútbol jamás serán ley por sus caprichos, distinguen a River con un ligero favoritismo. Pero es verdad que los clásicos imponen códigos propios. Aparecen insondables. Y en el clásico los astros iluminan a Guillermo Barros Schelotto. Como jugador ganó cinco, empató siete y sólo perdió tres. Y como entrenador, directamente marcha invito después de tres cruces directos con Marcelo Gallardo. El Mellizo apostará por su formación ideal. Al menos, la de los últimos tiempos. Con su idea de tenencia y circulación de la pelota desde el tridente Pablo Pérez-Gago-Bentancur, de quienes siempre se espera que sus pases entrelíneas sirvan para ganar metros y crear peligro. Centurión deberá encargarse de la fantasía, Pavón de la verticalidad y Benedetto del gol. No será un partido más para nadie, y menos para el N° 9: debutará en el clásico. Como Agustín Rossi en el otro extremo de la cancha.
Para un equipo indefinido como Boca, el desafío de esta tarde le dará la real medida de sus posibilidades. Una inyección anímica con la potencia de un huracán o un mazazo frustrante.
El legado emocional resultará tan gravitante como la cosecha de puntos. Y los locales jugarán con la ventaja de conocer el resultado del clásico rosarino, sabrán qué ocurrió con las pretensiones del perseguidor Newell’s.
River y Gallardo gozaron inolvidables alegrías al eliminar a Boca sucesivamente de las Copas Sudamericana 2014 y Libertadores 2015, pero ambos arrastran el desasosiego de no ganar por el torneo local. Gallardo, con un pobre pergamino como jugador en el cruce eterno (seis derrotas, seis empates y apenas tres victorias en 15 enfrentamientos por torneos de AFA), como técnico todavía no se impuso: tres caídas y tres empates. Íntimamente. Boca es una espina en la vida de Gallardo. Los xeneizes, cómodos dueños del historial general con diez derbis de ventaja, también se deleitan porque no pierden desde marzo de 2014, la noche del famoso ‘Pitanazo’ (el árbitro Pitana dio córner cuando era saque de arco) y el cabezazo de Ramiro Funes Mori. Sólo ése clásico gobernó River de los últimos diez.
Pero River disfruta de una energía inesperada: la que tiene todo aquel al que la vida le ofrece una segunda oportunidad. Estaba a nueve puntos de Boca cuando se reanudó el torneo en marzo, y puede quedar a uno si se lleva el clásico y derrota a los tucumanos. Como la Libertadores es su prioridad, esta tarde sentirá que tiene menos que perder. Pero el orgullo no se negocia. Con el bautismo de Martínez Quarta en el fondo, Gallardo desplegará su mejor formación. Los millonarios se afirman desde el medio campo, donde hasta su volante más defensivo, Ponzio, transmite un espíritu agresivo que ha sido vital en la historia reciente del clásico. Pity Martínez descubre espacios con sus gambetas, el recuperado Nacho Fernández tiene la virtud de lo determinante, y Driussi y Alario se abren camino al gol con tanta complicidad como ferocidad. Suman 25 entre los dos.
Ya no están Tevez ni D’Alessandro. Será el último de Bentancur y quizá ya no haya otro para Ponzio. Tal vez el mercado, próximamente, se lleve lejos a Driussi, Centurión y Alario. Micro-historias de una atmósfera tensa que dirigirá Patricio Loustau por cuarta vez en torneos locales y convivirá con las sospechas millonarias de ni siquiera haber convertido un gol. River es un equipo envalentonado; Boca es desconcertante, pero también puede volverse cruel con los desconfiados. Como el superclásico no es tolerante con los dubitativos, los dos tienen prohibido fallar.Guillermo Barros Schelotto y Marcelo Gallardo dijeron que no van a especular; para el líder, ganar sería el trampolín final para la conquista del título; para los millonarios, saldar una deuda y meterse con todo en la pelea por el campeonato.
Fuente: la nación