Los cuadernos y la recesión empujan al PJ a trabajar por la unidad

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Andrés Rodríguez no dio vueltas:
—Si siguen apretando así, en la CGT vamos a tener que salir a defender a Moyano —le confió a Graciela Ocaña.

No fue una advertencia sino la descripción de una difícil coyuntura que podría abroquelar a enemigos íntimos.

Se sabe, muchos dirigentes de la central obrera prefieren al camionero bien lejos. No toleran su prepotencia ni su autonomía. Pero entienden que aquello que le puede pasar a él bien podría pasarle luego al resto.

Así es que el secretario general de la Unión Personal Civil de la Nación le anticipó a la legisladora de Cambiemos una maniobra defensiva —o corporativa, según cómo se mire— que podría replicarse en todo el peronismo.

Ocaña mantiene una añeja pulseada con Moyano pero la decisión de ir a fondo es de Jorge Triaca. El ministro de Trabajo quiere ponerlo de rodillas y para eso echó mano a inéditas multas millonarias contra su gremio.

Una escenario igualmente conflictivo propone la causa de los cuadernos, que podría salpicar a gobernadores e intendentes de las distintas vertientes del peronismo por falta de transparencia en la obra pública.

Con el correr de los días, muchos se dieron cuenta que no sólo Cristina Kirchner aparece entre los mencionados por el escándalo de las coimas. De hecho, lo mismo sucedió con la UOCRA de Gerardo Martínez, un sindicalista que supo transitar indistintamente por todas las líneas internas del PJ y que hoy tiene buen diálogo con Mauricio Macri.

Espantados por esta potencial amenaza político-judicial, y envalentonados por una crisis económica que los vuelve más competitivos para el 2019, muchos dirigentes justicialistas comenzaron a abrazarse a un extraño mix que incluye la doctrina Mostaza Merlo y la sabiduría del Martín Fierro. Algo así como ir «paso a paso» y que el primero de esos pasos sea no pelearse entre ellos para que no los devoren los de afuera.

«Tenemos que dejar de ser opositores de la oposición. Se puede no estar con Cristina pero putearla a ella es promover a Macri. Por eso nuestro primer paso tiene que ser dejar de putearnos entre nosotros, comenzar un proceso de negociación, y más adelante ver quién puede ser el candidato del partido», señaló, en un discurso autodefensivo, un avieso dirigente del PJ.

Hasta ahora el kirchnerismo y el peronismo anti-k mantienen posturas irreductibles. Unos quieren dirimir las diferencias en las primarias, sabiendo de la centralidad de Cristina; los otros no quieren saber nada de participar en una competencia interna con quien consideran mancha venenosa.

Los que se ilusionan con la unidad aseguran que hay un camino intermedio, y que es necesario trabajar por un «todos adentro», cabalgando sobre una realidad tan acuciante desde lo judicial como expectante en lo electoral.

Exhiben números para defender su teoría. Números que muestran una alta imagen negativa de Macri. La consultora Synopsis habla de un 50,7 %; Ágora, del 58 %, Analogías, del 58,5 %, y Gustavo Córdoba y Asociados, del 58,6 %. Creer o reventar.

En las usinas del PJ hacen cuentas. Están seguros de que el actual presidente no sólo perdió imagen sino también votos, y que por lo tanto esa efímera ventaja de poco más de 2,50 % que le dio el triunfo ante Daniel Scioli en el 2015 ya no existe.

«El mejor Macri, el que iba a terminar con la inflación y la pobreza, el que prometía una Argentina pujante, ganó con el 51,34%. Y el Frente para la Victoria, que cargaba con el desgaste de 12 años de gestión, sacó 48,66 %. Si Macri está cayendo, el peronismo tiene enormes posibilidades de volver a la Casa Rosada», se entusiasmó un dirigente que participa activamente de la rosca de unificación.

Entre los que, por convicción o necesidad, adhieren a este proceso, figura Moyano. El camionero, quien había considerado a Cristina como una «traidora de los trabajadores», compartió con la ex presidente un reciente acto del SMATA en Cañuelas.

No fue el único que selló la paz. El titular de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular(CTEP), Juan Grabois, hizo lo propio y hasta acompañó a Cristina a Tribunales durante la última citación del juez Claudio Bonadío. «No fui ni soy kirchnerista pero debo manifestarme contra el hostigamiento que sufre ella y lo que ella representa», justificó.

Este dirigente social mimado por el Papa Francisco había tenido fuertes encontronazos con La Cámpora. El año pasado, en el día de la militancia, Andrés Larroque lo chicaneó por twitter por su línea dialoguista: «Regalados son caros», escribió «El Cuervo». La respuesta no tardó en llegar. «No entiendo tu posición ¿Pérsico, Chuqui y Schmid son repudiables pero Boudou y De Vido el paradigma del militante?», salió Grabois en defensa de Emilio Pérsico, del Movimiento Evita, Daniel «Chuqui» Menéndez, de Barrios de Pie, y Juan Carlos Schmid, uno de los integrantes del triunvirato de la CGT.

Hoy ninguno de ellos pierde tiempo en peleas internas. Al contrario, adscriben a la idea de amalgamar todas las corrientes del peronismo. Incluso, alientan construcciones transversales como «En Marcha».

Ese mismo espíritu irradia Felipe Solá, lanzado y deseoso de convertirse en la prenda de unidad, y Daniel Arroyo, cuya última morada fue el Frente Renovador ¿Y Sergio Massa? Difícilmente tome postura pública hasta el año que viene.

En cambio, hace diez días atrás, una veintena de los intendentes más importantes del Conurbano encontraron en el rechazo al ajuste la excusa perfecta para fotografiarse uno pegadito al otro, olvidándose de viejas rencillas.

Abonados a una historia circular, los jefes comunales aplaudieron en Ensenada el discurso de Máximo Kirchner, acaso por la garantía de continuidad de poder que les daría su madre, la peronista que mejor mide en el distrito bonaerense.

Un ejemplo de estos giros de auto preservación exhibió Martín Insaurralde. El intendente de Lomas de Zamora decía en el 2015 que «el peronismo debe abandonar la soberbia del pasado», en un inequívoco mandoble al rostro de Cristina. Su mirada hacia la ex mandataria hoy es más contemplativa.

En Ensenada estuvo Juan Zabaleta, otro que se cansó de asociar a la líder de Unidad Ciudadana con tiempos pretéritos para finalmente volver al redil kirchnerista. El año pasado, en uno de sus zigzagueos, el intendente de Hurlingham había llamado a votar a Randazzo.

Gracias a la causa de los aportantes truchos a la campaña de Cambiemos, el peronismo encontró un excelente argumento para enhebrar un discurso común contra la gobernadora María Eugenia Vidal.

La eliminación del Fondo Solidario Sojero, que reforzaba los presupuestos destinados a obras de infraestructura, también operó como un disuasivo para que intendentes, sindicalistas y gobernadores dejaran de lado sus diferencias y actuaran en bloque.

«Hay que dar vuelta la página. Rearmar la liga de gobernadores y ver cómo estamos en cada provincia. Cristina es la que mejor mide en Buenos Aires», llegó a evaluar Juan Schiaretti. El gobernador de Córdoba licuó su vieja inquina con la ex presidente, algo que hace rato hizo su par puntano, Alberto Rodríguez Saá, principal abanderado del lema «Hay 2019».

Todos adoptaron un modo zen, el mismo que supo cultivar Scioli a lo largo de su extensa carrera, y que le permitió crecer políticamente en las revoltosas aguas del justicialismo.

¿Y Sergio Uñac? El mandatario de San Juan, uno de los pocos que resistió la «ola amarilla» de los últimos comicios, se mostró sinuoso al opinar sobre los que se fueron de la estructura orgánica del PJ. En su caso, no parece seguro de incluir a Cristina en el nuevo plan de ruta, tal como en su momento lo manifestó Luis Barrionuevo, el interventor fallido del partido.

En eso coinciden Massa, Juan Manuel Urtubey y Miguel Ángel Pichetto, el tridente que desdeña a la ex presidente, aunque no al punto de alentar explícitamente su encarcelamiento, como hizo este fin de semana Eduardo Duhalde.

¿Es una utopía la unidad de este peronismo anti-K con el kirchnerismo? Está claro que la misma nunca será por amor. Sólo falta saber si —producto del escándalo de las coimas o la crisis económica— se dará forzada por el espanto.

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