Mauricio Macri vive sus días de mayor poder. Tiene seguramente más crédito que el otorgado por las elecciones de 2015 para llegar a la Casa Rosada: las urnas le acaban de sumar un potente respaldo en la prueba de los dos años de gestión. Pero la lectura del impacto territorial y legislativo de los resultados dice también que a pesar de su dimensión, el apoyo no podría ser traducido como poder hegemónico. Es precisamente esa doble señal política la que define el impulso y la mecánica del conjunto de reformas que serán presentadas el lunes por el Presidente.
La cita será en el Centro Cultural Kirchner y no en la Casa Rosada, para evitar –explican- que sea interpretado como una estribación de la campaña o un acto puramente oficial. De todos modos, tiene su carga simbólica: calculan reunir en el CCK una platea de entre 150 y 200 sillas, que exhibirá amplitud política y sectorial. Gobernadores, legisladores, representantes de la Justicia, empresarios y jefes sindicales integran la extensa lista de invitados.
Con todo, la magnitud del encuentro y la paleta que busca desplegar el Gobierno no deberían ser interpretadas como un cambio sustancial en la visión de Macri, sino como un mensaje amplificado de su posición en materia de acuerdos y reformas, aprovechando sin demoras la potencia del triunfo electoral, según se encargan de advertir fuentes del oficialismo.
¿Qué quiere decir esto? «No se trata de un pacto de gobernabilidad ni de un gran acuerdo único», aclaran. «El Presidente va a dar un discurso amplio, con los ejes de las reformas que consideramos imprescindibles para el cambio real del país», completan.
Macri y su círculo más cercano siempre rechazaron la idea de un acuerdo de gobernabilidad, al menos por dos razones: consideran que puede asociarse con una señal de debilidad política y evalúan que, además, un entendimiento genérico tendría después escasa proyección efectiva. El Presidente, en cambio, definiría ahora el conjunto de reformas que impulsará el Gobierno y buscaría, con el respaldo de los votos, un compromiso real y amplio para avanzar en ese camino.
En primer lugar, Macri saldrá a marcar la agenda. Después, comenzará el desafío práctico: el objetivo global de reformas demandará tratamiento diferenciado, caso por caso, y una enorme capacidad de bordado para los consensos.
En definitiva, se trata de la combinación entre el potencial del poder político consolidado en las urnas y los límites de ese mismo poder. Por convicción en algunos casos y por pura lectura realista en otros, esa es la línea que se ha impuesto el Gobierno.
Valen algunos números –una primera mirada, incompleta pero gráfica- para analizar dónde está parado el oficialismo. Cambiemos aumentó de manera acelerada su proyección nacional. Logró alrededor del 42 por ciento de los votos en el total del país. Se impuso en 13 distritos, entre ellos los cinco de mayor peso electoral: Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Capital y Mendoza. No cedió terreno en ninguno de los territorios que gobierna, creció en todos ellos y achicó diferencias entre las primarias y la elección del domingo en casi todas las provincias donde perdió las dos veces. Derrotó a Cristina Fernández de Kirchner, quebró tradiciones en distritos peronistas y se impuso en tierras gobernadas por terceras fuerzas.
Ahora bien, estas fueron elecciones legislativas. Cambiemos seguirá gobernando en cinco distritos: además de Buenos Aires y Capital, en Mendoza, Jujuy y Corrientes. Y a pesar del notable avance en las dos cámaras del Congreso, seguirá a distancia de la mayoría propia para sesionar aún con la renovación de diciembre. Sumó 12 de las 24 bancas de senadores en juego el domingo y reunirá un bloque de 25 integrantes, lejos todavía de los 37 que demanda el quórum. Creció también de manera significativa en Diputados y pasará a ocupar 108 bancas, pero deberá negociar para llegar a la mitad más uno (129).
Por supuesto, negociará con espaldas más anchas y lo hará en un mapa político que exhibe al peronismo en estado de conmoción, tratando de asimilar el impacto electoral e intentando vislumbrar el camino de su recomposición. Es difícil establecer si negociar en ese contexto facilita siempre las cosas o puede complicarlas a veces: en cualquier caso, requiere de habilidad y no se agota en el manejo del poder que otorga el control del Estado nacional.
El paquete de las reformas, según dejan trascender desde el Gobierno, expresaría un temario que incluye un par de cuestiones laborales, varias modificaciones del sistema tributario, el intento de mejorar y transparentar el funcionamiento de la Justicia, el postergado debate educativo y la frustrada reforma electoral, entre otros rubros.
En algunos casos, se trataría de acuerdos sectoriales y en muchos, de entendimientos que además deberán expresarse en leyes. Una fuente del oficialismo recurre a un tema delicado para explicarlo didácticamente: «No vamos a promover una reforma laboral. Vamos a impulsar acuerdos por sector como ya se conocen, para adecuar modalidades de manera competitiva en función también de nuevas características de producción. Eso significa acuerdos entre sindicatos y empresas. En cambio, el blanqueo laboral requiere acordar en primer lugar con la CGT, para después ir al Congreso y aprobarlo con apoyo de peronistas y otras fuerzas».
En la misma línea, la agenda presidencial ya anotó para el jueves 9 de noviembre un encuentro con los gobernadores. La foto reflejará por donde pasa buena parte de la negociación política. Las tratativas con los jefes provinciales incluirán entre otros puntos el Presupuesto, la ley de responsabilidad fiscal, la reforma tributaria y seguramente la rediscusión del Fondo del Conurbano. Esa es la cita formal, pero existen fluidas conversaciones con los jefes provinciales y no se descarta un encuentro previo.
Habrá que esperar primero hasta el lunes para escuchar el anuncio de Macri. La realidad insinúa además una prueba política más amplia. Un desafío para un sistema –y buena parte de la sociedad- con años de presidencialismo extremo, que confunde gobernabilidad con poder absoluto y elecciones legislativas con plebiscitos. El resultado del domingo exhibe a un presidente fuerte, recargado pero sin poder hegemónico. Tal vez facilite el ejercicio de los acuerdos y los equilibrios.