Macri y la mayoría de los gobernadores no controlan sus legislaturas

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«Mario», dijo a modo de saludo el funcionario con despacho en Casa Rosada al atender el llamado. El celular había sonado varias veces, pero solo contestó cuando leyó en la pantalla que era «Das Neves» el que buscaba comunicarse. El gobernador de Chubut estaba enojado. Quería aprobar el presupuesto de su provincia para 2017 y no le alcanzaban los votos. Necesitaba el apoyo de Cambiemos en la legislatura provincial y no lo tenía.

Fue el jueves por la tarde y no se trató de cualquier llamado. Unos días antes el mandatario había protagonizado una dura oposición al gobierno nacional. Fue el único gobernador que se presentó en el Senado para respaldar enfáticamente el proyecto opositor de modificación del Impuesto a las ganancias que obtuvo media sanción en Diputados. Antes, en un módico raid mediático se había quejado porque Cambiemos estaba apretando a las provincias como antes lo hacía el kirchnerismo con los díscolos. Nadie en el Gobierno lo negó. En su caso particular, se trató de la suspensión de un acuerdo por 14 obras acordadas junto al titular de Vialidad Nacional, Javier Iguacel.

De algo similar se quejó el senador por Neuquén Marcelo Fuentes, líder del kirchnerismo duro en la Cámara alta. «No hubo antecedentes de presiones en gobernadores y senadores como esta vez y el apriete del Gobierno dio resultado sobre algunos, así nos encontramos con la sorpresa de no poder conseguir las firmas para el dictamen», se quejó. Aunque mintió.

Es verdad que se necesitaban 9 senadores para que haya dictamen y apenas obtuvieron 4, pero la práctica del apriete fue perfeccionada hasta límites indecibles -por la indignidad a la que sometieron a políticos expertos- durante los años en que gobernaron Néstor y Cristina Elisabet Kirchner. Negarlo es parte del cotillón hipócrita de los que todavía son K.

«A veces parece que los gobernadores necesitan límites, como esos pequeños ladrones criados en institutos de menores, donde se volvieron más delincuentes todavía, y que cuando salen no saben de qué se trata la libertad y la responsabilidad», le dijo a Infobae un ex presidente de un banco provincial en tiempos peronistas.

El punto es que en el Gobierno siguen enojados con Das Neves. Sin embargo, el funcionario que lo atendió sin dudar llamó a un dirigente para pedirle que suavice la posición de los legisladores radicales en Chubut y faciliten la aprobación del Presupuesto provincial. «Ya sé que es un cabrón, pero sus legisladores nos votaron el presupuesto a nosotros», fue lo que dijo. Y agregó: «Gobernabilidad con gobernabilidad se paga».

El episodio es una muestra del particular momento que está viviendo la Argentina. El Gobierno no tiene mayoría en ninguna de las cámaras, pero son contados con los dedos de una mano los gobernadores que tienen control absoluto de sus legislaturas provinciales y sus legisladores nacionales. En la mayoría de los distritos, los mandatarios comparten el poder con ex gobernadores y fuerzas opositoras competitivas, que en muchos casos podrían ser ultracompetitivas si el gobierno nacional se decidiera a respaldarlas enfáticamente. Casi todos están obligados a negociar.

Tampoco ninguna oposición es hegemónica en el Congreso, ni siquiera el FPV en el Senado.

En efecto, el bloque que conduce Miguel Angel Pichetto tiene 36 senadores, con posibilidades de alcanzar los 43 o 44 en base a distintas alianzas, pero en su interior hay tres sub-bloques bien diferenciados.

Los senadores en una reunión con gobernadores, la tarde que se cayó la reforma política
– Los GurKAS, con un jefe muy claro, Marcelo Fuentes, y un grupo de 10 senadoras mujeres, entre ellos la senadora Virginia García, cuñada de Máximo Kirchner, todos ultraK.

– Los Dinosaurios, con una conducción repartida entre Gerardo Zamora y José Alperovich, ambos de origen radical, que representan los intereses de las provincias conducidas por los gobernadores más apegados a prácticas de características feudales en el ejercicio de su función, como Carlos Verna (La Pampa) y Gildo Insfrán (Formosa). El pampeano, además, luego de muchos años como senador y titular de la Comisión de Presupuesto, también ejerce desde afuera del Senado un inocultable liderazgo, en muchos casos buscando opacar a Pichetto.

– Los Moderados, en buena parte representados por Omar Perotti, el peronista que quiere ver de nuevo al peronismo en el poder pero entrando por la puerta grande de los votos, sin haber invertido un solo minuto en desestabilizar al actual Gobierno.

Nadie cree que ese bloque pueda mantenerse unido en el 2017, año eminentemente electoral. Ni siquiera Pichetto, que aspira a conducir un bloque de 26 senadores, por lo menos, con los que igual seguirá funcionando como un garante de la gobernabilidad en tiempos de minorías, una experiencia inédita en nuestra historia que bien podría tomarse como parte sustantiva del cambio cultural por el que se aboga desde la Presidencia.

Esa divisoria de hecho que existe en el Senado fue la que le permitió al Gobierno abrir la ventana de la negociación que está en curso con la CGT, iniciada por el propio Mauricio Macri en una reunión que mantuvo con Hugo Moyano en la Quinta de Olivos.

«En el momento en que Moyano se fue, Mauricio se dio cuenta de que nadie había hablado con los sindicatos» antes de enviar el proyecto de Ganancias a Diputados, le dijo a Infobae un amigo del Presidente. Acostumbrados a que durante todo el año las negociaciones se realizaron en el Congreso, a nadie se le ocurrió «masajear» con la dirigencia sindical el tema más álgido aún tienen sin resolver (el otro, la deuda del Estado con las obras sociales, ya no es problema), con impacto directo en sus propias bases.

Muchos funcionarios le echan la culpa de la gaffe al ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, autor de la iniciativa, aunque no suena justo. Si en ninguna de las mesas a las que asisten a diario los distintos miembros del staff gubernamental nadie se avivó de generar legitimidad entre los afectados directos de la futura norma, hay un problema de funcionamiento severo en la gestión.

Hay quienes dicen que el Gobierno padece de «reunionismo» o «reunionitis», dos males que aluden al mismo problema de tener que gastar cada vez más horas en mesas de trabajo donde nadie se anima a salir del libreto aceptado y donde la ejecución de las decisiones, que no se sabe bien quién toma, suele quedar diluida.

Como sea, en las horas previas a la conferencia de prensa que la oposición realizó el 6 de diciembre en el Salón de Pasos Perdidos de Diputados, el Gobierno dio un imprevisto upgrade. Macri decidió dar por terminada la negociación y dejar que la amenaza que Sergio Massa blandió durante todo el año, se concretara. Es decir, que se exhibiera sin pudor junto al kirchnerismo para imponerle una dura derrota al oficialismo.

Los que lo conocen hace décadas aseguran que ahí fue cuando se mostró la verdadera personalidad del Presidente. Cuentan que su evolución fue aprender a negociar, pero que «la naturaleza de Mauricio es romper cuando le hacen una trastada, los que dicen que Néstor era loco no lo conocen a este». No es lo que parece, y tal vez ese sea el gran éxito en la comunicación liderada por Marcos Peña, que la sociedad vea un Macri más racional de lo que es en verdad.

El salto político fue notable. Aceptaron que esa partida estaba perdida, salieron a la ofensiva contra los que votaron «ese mamarracho» y apostaron a la construcción de un nuevo escenario en el Senado. Prefirieron que la oposición degustara su jugada a «todo o nada» e impusiera en el recinto 140 votos. Estaban convencidos de que ganarían el juego. Más: en la mesa chica del Presidente parecen haber gozado esa esgrima.

Y siguieron disfrutando cuando leyeron la letra chica del proyecto que obtuvo la media sanción. Se detuvieron, por ejemplo, en el Capítulo III, Impuesto sobre la Ganancia Extraordinaria Presunta a la comercialización de juegos de azar desarrollada a través de máquinas electrónicas, más conocido como «impuesto al juego».

Los artículos parecen escritos por el contador de Cristóbal López, ya que con tono imperativo se impuso un tributo del 10% a las populares maquinitas tragamonedas en base a los «activos afectados a dicha actividad», que deberán valuarse «al costo de adquisición o valor del ingreso al patrimonio».

Es decir, los diputados decidieron un impuesto que debería cobrarse -eso sí, a cara de perro- a las máquinas tragamonedas que el operador haya comprado, no a la facturación presunta de las máquinas, sólo a la adquisición. Y todavía algo más. La gran mayoría de las máquinas tragamonedas no se compran, no pasan al patrimonio de las empresas, sino que son utilizadas por el sistema de leasing (arrendamiento bajo contrato), o sea, la gran mayoría no debería pagar el impuesto. Puro relato K.

Expertos del Gobierno dicen que en el proyecto del Ejecutivo el juego debería adelantar 5000 millones de pesos anuales, pero en el proyecto de la oposición apenas 500 millones.

Para Eduardo Amadeo, presidente de la Comisión de Finanzas de la Cámara de Diputados, el proyecto de la oposición es la suma de «la picardía, personificada en Sergio (Massa), con la perversión de (Axel) Kicillof». El líder del Frente Renovador sólo habría querido sacarle una ventaja a Macri, pero el ex ministro de Economía tendría un objetivo mayor, quitarle confianza a Cambiemos y así evitar la llegada de inversiones que apalanquen el crecimiento.

Cumplido el año, al Gobierno se le pueden machacar muchos errores, casi todos vinculados a un exceso de confianza en sus propias capacidades, bastante alejadas de la experiencia en el manejo de un Estado atormentado por la ineficiencia y la corrupción.

Sin embargo, demostró una destreza política que sorprende a diario, con capacidad para exhibirse cada día más como una alternativa real al peronismo que domina el poder desde 1989 y en un escenario original, sin hegemonías.

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