“Esto va a ser como la puerta 12”, ironizó uno de los presentes en Costa Salguero, el 19 de julio de 2015, cuando Horacio Rodríguez Larreta ganó el balotaje porteño. La victoria de Mauricio Macri era una quimera, pero nada impedía que se hicieran croquis con los futuros ministros y secretarios de Estado.
El funcionario, que trabajaba en el proyecto de Larreta y terminó por sumarse al staff de la Rosada, era pesimista y rememoraba la tragedia en la cancha de River en 1968, cuando murieron 71 simpatizantes que intentaban salir del estadio. Suponía que, cuando Macri perdiera, los dirigentes intentarían sin éxito buscar cobijo en la Ciudad.
Nada de eso sucedió. Macri se convirtió en Presidente y María Eugenia Vidal en gobernadora. De buenas a primeras, el PRO debió cubrir 9 mil vacantes. El Presidente tuvo la prioridad; la gobernadora armó una cantera que terminó por nutrir al equipo de Macri. Larreta se apoyó en los funcionarios de su riñón para una administración que parecía menos desafiante.
Los tiempos cambiaron. Macri perdió; Vidal, también. Solo el jefe de Gobierno logró su reelección, desde la cual buscará proyectarse de cara a las presidenciales de 2023.
El jefe de Gobierno ya avisó que no habrá lugar para todos; tampoco para pocos. “Solo vamos a convocar a algunos funcionarios puntuales”, dicen en su entorno, conscientes de que algunos cuadros del PRO abandonarán la política. Sin embargo, no se molestan en reconocer que hubo pedidos específicos de Vidal y de Macri que atenderán.
“Equipo que se gana no se toca”, afirmó, más categórico, Diego Santilli.
En el medio de las fricciones entre la Rosada y la gobernación bonaerense, Larreta volvió a hablar con Macri días atrás. Ocurrió cuando llegó a sus oídos la versión de que el Presidente pretendía que el secretario de Legal y Técnica Pablo Clusellas -amigo del mandatario desde el colegio Newman- se convirtiera en uno de los auditores del oficialismo en la Ciudad.
Felipe Miguel, jefe de Gabinete de Larreta, pasó el jueves por Balcarce 50 para reunirse a solas con el Presidente.
Larreta definirá su gabinete a fin de mes, aunque ya tiene certezas: deberá modificar ley de ministerios, con traspasos de áreas de una cartera a otra y con nuevos ministerios. También, posó sus ojos en por lo menos un integrante del equipo presidencial: Hernán Lacunza. El ministro de Hacienda le pidió tiempo para aterrizar el avión de la economía argentina.
El jefe de Gobierno tiene buena sintonía con el ministro del Interior Rogelio Frigerio; a quien no le imputa ninguna responsabilidad en la conformación de un subloque de legisladores que respondería al saliente titular de Diputados Emilio Monzó, con quien Larreta almuerza cada 15 días. El alcalde apuesta a la unidad de la flamante oposición en el Congreso.
Su amigo, el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, volverá al sector privado, pero estará pendiente del devenir del proyecto larretista.
El Ejecutivo porteño quiere sumar al ministro de Justicia bonaerense Gustavo Ferrari a su equipo. No descarta que sea ministro o secretario de Justicia; o una espada judicial de fuste para complementar con los servicios de Daniel Angelici.
A Francisco Quintana -hombre de Marcos Peña y de sintonía con Angelici- ya lo cobijó en el consejo de la Magistratura.
Larreta anticipó que pretende un gobierno de coalición. Su aliado Lousteau -que se debate sobre la conveniencia de pelear por la jefatura del interbloque de la UCR en el Senado- ve con buenos ojos la designación de Fernán de Quirós en Salud, una cartera codiciada por los radicales.
Mientras reperfila su gestión -en medio del cambio de época- esta semana salió a correr a las 6 AM con Esteban Bullrich, a quien promueve para ocupar el jefe del bloque PRO de Senadores, que Macri quiere para Humberto Schiavoni. Larreta no se desespera por acelerar su proyecto presidencial: «Es una maratón y hay que disfrutar el paisaje», dice en la intimidad.