Marcelo Gallardo, un símbolo de River que dignifica al fútbol argentino

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La multitud es brutal tras las derrotas. Y bajo ese estado de emoción no distingue la frustración del fracaso. Para esa masa sin rostro alguien deberá «hacerse cargo» de su propia decepción.

La multitud no tiene memoria. Los logros del pasado ya no cuentan, son historia. Y no importa ni el tamaño ni la obra del sujeto a cuestionar.

Los viejos periodistas  que no son necesariamente periodistas viejos en el sentido peyorativo que ligeramente les imputa la gerontofobia argentina, hemos vivido y escrito sobre «glorias y decrepitudes» consagradas por esas hinchadas implacables. Una suerte de romanos  pidiéndole al César que baje el pulgar para decretar la muerte del gladiador herido hasta lograr que el Coliseo trepide de euforia.

Ni los más grandes logros toleran el impacto de las fuertes caídas. Las hinchadas enancadas a los resultados suelen poner fin a los ciclos de sus entrenadores. El bueno de Juan José Pizzuti en Racing (1965-1969), el «revolucionario táctico» Juan Carlos Toto Lorenzo en Boca (1976-1979), el inolvidable José Omar Pato Patoriza en Independiente(1985-1987) reflejan algunos casos como meros ejemplos de técnicos de equipos denominados grandes que lograron la triple corona en un año: Campeonato de AFA, Libertadores e Intercontinental y a pesar de ello debieron irse ante el mandato de sus tribunas.

Afortunadamente Marcelo Daniel Gallardo acaba de romper la regla y seguirá siendo el director técnico de River, aún después de lo ocurrido frente a Lanús y tras la derrota contra Boca en el Monumental. «Si pensaban que iba a huir, no me conocen», pudo haberle dicho a cualquiera de sus colaboradores. Más tal declaración pública fue innecesaria. Gallardo logró en tres años y medio de trabajo que la comunidad universalizada de River Plate lo valorara mas allá de la coyuntura y que el presidente del club Rodolfo D’Onofrio, sus vices  Jorge Pablo Brito y Matias Patanián,  el Secretario Técnico Enzo Francescoli y toda la Comisión Directiva lo respaldara irrestrictamente.

Las actuales autoridades de River con tal actitud han acertado una vez más. No sólo han reconstruido a la institución después de un desastre «aluvional» económico, político y social si no que bajo el liderazgo de Gallardo están ofreciendo un ejemplo pragmático sobre lo que es en realidad llevar a cabo un proyecto futbolístico.

Gallardo es un buscador incesante de la perfección. No la teoriza, la intenta en cada actitud. Es un detallista que se instala a las 7 de la mañana y acaba su jornada doce horas después. Podría decirse que es un obsesivo del trabajo pero sin compulsión. En su libro La Inteligencia Emocional, Daniel Goleman describe aquello que pareciera aplicar Gallardo en el complejo mundo del fútbol y que lo distingue y anticipa al resto de los entrenadores.

Dice el psicólogo norteamericano que «la inteligencia emocional expresa nuestras emociones y nos permite entender las de los demás al tiempo que guía nuestros comportamientos».  Y asevera además que el 65% del éxito en un trabajo consiste en poder manejar equilibradamente estas emociones para «automotivarnos, insistir ante nuestras frustraciones y controlar nuestros estados de ánimo». Tal vez hallemos aquí las razones de su voluntad por quedarse para un nuevo desafío.

Hay ejemplos sobre cada uno de estos puntos que Gallardo nos ha exhibido en su condición de líder a pesar de una carrera que solo lleva cinco años entre Nacional de Montevideo (2011-2012) y River Plate ( desde Junio del 2014 ). Mencionaremos sólo algunos:

River Plate gana nada menos que la Copa Libertadores en el 2015 ( 3-0 a Tigres de México el 5 de agosto) y tras el partido debe viajar a Japón para disputar (el 11 de agosto) la Suruga Bank que también obtendría imponiéndose al Gamba Osaka por 3-0. Obviamente tras estas dos conquistas los jugadores querían festejar. Marcelo les dijo: «Celebrar se celebra en los aniversarios. Dentro de un año festejamos. Ahora me preocupa el partido contra San Martin de San Juan. Y junto a sus inseparables amigos y asistentes Matias Biscay y Hernan Leonel Bujan (compañeros en las inferiores de River en el 95′) se dedicaron a analizar el compromiso que los esperaba en el Monumental (17 de agosto) , que tanto lo preocupaba a Gallardo y que finalmente perdieron por 1-0.

Entre el plantel, los asistentes, los colaboradores, los asesores tecnológicos  y los empleados Marcelo Gallardo lidera a un grupo de más de 60 personas. Para ello se impone prioritariamente ser el paradigma. No hará nada que otro no pudiere realizar y hará todo cuanto pretende de sus dirigidos. Luego demostrará con hechos sus directivas. Un caso que lo ejemplifica es la prueba de convicción. Una vez en un partido amistoso, Gallardo vio que Batalla salió erráticamente en un centro. Luego advirtió que en otra situación similar e inmediata el arquero volvió a salir pero ésta vez acertadamente. Lo que el técnico le dijo al jugador en el descanso fue algo así: «Te felicito por haber salido en el segundo centro». Y lo que valoró fue el carácter del jugador. Hubiese sido descalificador para Gallardo que su arquero no saliera a cortar por temor a volverse a equivocar.

Mientras hacían el curso, este cuerpo técnico de River alquiló una oficina sólo para ver, analizar y debatir de manera sistemática las tendencias tácticas y estratégicas del fútbol de élite. Dos veces por semana se dedicaban a ver y estudiar  las innovaciones de un Arrigo Sacchi en el Milan o las de un Pep Guardiola en el Bacelona, entre otros. Y viajaban a Europa para ver centros de entrenamiento y analizar las diferentes formas de trabajo, alimentación y logística. La neurociencia incorporada al deporte fue sugerida por el profesor Pablo Dolce según su propia experiencia en el Cenard. Así fue como por primera vez llegaba una mujer a un cuerpo técnico de fútbol: la doctora Sandra Rossi. Se trata de una médica de prestigio internacional que ayuda con las herramientas de la psicología a los integrantes del plantel. Por cierto, Marcelo Gallardo vive pendiente de las nuevas plataformas para ir renovando sus herramientas de ayuda tecnológica. O sea que el director técnico jefe de River Plate se preparó para estar donde está y ganar lo que ganó.  Más aún, lo que probablemente gane.

Fue el único actor dentro del campo de juego que en el partido frente a Lanús sabía en qué consistía el VAR. También sabía que su ocasional adversario había pedido que el árbitro fuese el colombiano Wilmar Roldan.  Nunca se lo vio sonriente o relajado estando en clara ventaja. Y es por ello que cuando él referí no sancionó la mano de Iván Marconeen el área con el tiro libre desde el punto del penal se desesperó. La ventaja era de 3 goles entre el partido de ida (1-0) y el triunfo parcial en Lanús por 2 a 0. Sin embargo, y a diferencia de sus jugadores que no protestaron, Gallardo formuló insistentemente su pregunta al cuarto árbitro («¿no van a revisar la jugada, señor?»)  intentando evitar que el juego prosiguiese con un saque lateral sin que Roldan consulte la jugada a la revisión del video.  Su inteligencia emocional le permitió guardar cierto equilibrio en esa ocasión y mucho más tras la manifiesta infracción (claro codazo) de Román Martinez a Ariel Rojasen la jugada previa al tercer gol de Lanús.

Este detallista de cada una de sus acciones también lo es de las palabras. Gallardo no dice lo que la gente quiere escuchar, no disfraza la verdad, explica el partido que todo el mundo vio. Esto no es común en los directores técnicos que por lo general refieren a un encuentro «que nadie vio». Y aunque después de la escandalosa semifinal de la Copa Libertadores en el estadio de Lanús pocos entrenadores hubieran asumido la conferencia de prensa, él lo hizo. Respondió a los dos aspectos dominantes del partido, su indignación por el error de «siete árbitros» actuantes incluyendo el VAR pero también haciendo la autocrítica por la actitud de su equipo en el segundo tiempo. Suele repetir Marcelo Gallardo a sus amigos mas allegados. «nos pueden ganar, pero no llevarnos por delante».

En aquella y en todas oportunidades en que habla, pareciera que Marcelo Gallardo es lento al hablar. No es así. Ocurre que él estudió el valor etimológico e interpretativo de cada palabra y trata de armar sus frases de manera clara y armoniosa haciendo coincidir el pensamiento con la verbalización. O sea decir lo que se piensa con valor de entidad.

El ultimo jueves a las 17:40 se reunió con el presidente Rodolfo D’Onofrio. Antes que a nadie y como corresponde le manifestó quedar a disposición del club para continuar. Y obtuvo de parte del presidente el amplísimo apoyo de siempre. Luego y para evitar confusiones entre los socios de River que podrán votar el próximo 3 de diciembre,  le anticipó a D’Onofrio que haría lo propio con los otros tres candidatos a ocupar la presidencia del club. Gallardo entonces habló con los otros tres candidatos: Antonio Caselli, Leonardo Barujel y Carlos Trillo.

A partir de entonces habrá una nueva etapa de Gallardo en River. Será coincidente con la consolidación institucional, sea quien fuere el presidente, pues el club está sólido y creciente. Un estado ideal para grandes emprendimientos y Gallardo tiene uno que es abarcativo a todo el fútbol de enorme rango profesional y que presentará oportunamente.
Recordemos como comenzó ésta historia. Una tarde de Junio de 2014, Gallardo y Francescoli se encontraron de casualidad en un bar de Martinez. Ambos iban en procura de un «chivito», una delicia uruguaya hecha sándwich. Hacia mucho que no se veían. Gallardo le comentó que tenía dos propuestas para dirigir: Racing y Newell’s. Enzo le pidió que no cerrara. Se despidieron.

Pero como suele ocurrir en estos casos, los hechos se precipitaron y Gallardo debía responderle urgente a uno de esos clubes. Francescoli fue informado de tal circunstancia, hizo la consulta con D’Onofrio y ambos convocaron a Marcelo para una reunión inmediata. Esa noche Gallardo se convertía en el nuevo director técnico de River.

Dios quiso que vuelva a su casa. Y ahora quiere que permanezca…

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