Mauricio Macri apela a la diplomacia informal para recuperar el vínculo con Donald Trump

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Un amigo de Mauricio Macri, de esos incondicionales que lo siguen desde que eran jóvenes, comentó esta semana que el presidente electo Donald Trump decidió probar suerte con la carrera presidencial cuando se enteró de que su viejo conocido había ganado las elecciones.

Verdad o sentimiento de ombligo del mundo, propio de estas tierras salvajes, es innegable que el mandatario argentino es uno de los pocos jefes de Estado que Trump conoce personalmente y, tal vez, el único con quien mantuvo un vínculo de décadas. Claro, justo se cortó cuando Macri iniciaba su carrera hacia la Presidencia.

El Presidente y Trump vienen de la misma ruda cultura de los negocios de la construcción y son hijos de padres ricos, pero el norteamericano continuó y agrandó el imperio familiar, mientra que el argentino tomó su propio camino, alejado de la impronta paterna. El Mauricio original hubiera respaldado enfáticamente la candidatura de Trump y hasta se hubiese entusiasmado con sus exabruptos. En muchos casos, seguramente pensaba igual. Pero no fue ese Mauricio el que llegó a la Presidencia, sino otro muy distinto, que se analiza, hace meditación, lee a John Carlin («La sonrisa de Mandela») y generó una empatía especial con Barack Obama.

En las últimas semanas, esta cronista escuchó que una joven dirigente liberal, indignada por sus políticas, definió a Macri de «demócrata» (por el partido norteamericano), a modo de insulto. Mientras tanto, Guillermo Nielsen, un economista que nadie podría calificar de liberal, lo criticó por llevar adelante «un socialismo PRO». Los kirchneristas le gritan «Macri, basura, vos sos la dictadura», pero eso era previsible. La anomalía se fue construyendo en la historia personal del atípico líder del espacio Cambiemos, que se fue alejando -sin prisa y sin pausa- de sus propios orígenes.

En efecto, Macri no es liberal, está muy lejos de aborrecer la intervención estatal allí donde es necesaria y fue haciendo propia la agenda que para muchos es «demócrata»: ciudad verde, energías renovables, gobierno abierto. Este es el Macri que llegó a la Presidencia. El que logró que a pocos días de asumir, el organismo regulador norteamericano pusiera de nuevo en carpeta un reclamo que Argentina tiene desde el 2001 para que se reabra la importación de limones, que antes del 8 de noviembre iba a arrancar con certeza a comienzos de 2017, junto al reingreso de las carnes argentinas.

Pero son sólo dos ejemplos de la relación que se trabó con la administración que cambiará de color político, porque cuando el Gobierno habla de que la Argentina necesita un cambio cultural lo hace mirándose al espejo de la cultura demócrata norteamericana, o sea, capitalista, modernizadora, cosmopolita, tolerante, abierta, optimista, creativa, tecnológica, horizontal.

Es lógico que Macri y su equipo no digan en público que la derrota de la candidata Hillary Clinton es también la propia. Es verdad que comparten ese sentimiento con todas las democracias occidentales. Pero no es menos cierto que la estrategia central de la gestión de Cambiemos está diseñada en base a volver a enchufar a Argentina con el mundo y, si este se vuelve hostil, están obligados a pensar todo de nuevo.

El magnate Jack Rosen, Mauricio Macri, Hillary Clinton y Juliana Awada, en una foto de 2014
En diálogo con Infobae, un funcionario de la mesa chica fue honesto al decir que «sorprendió (el resultado electoral), pero si es una complicación o no, todavía es incierto, dependerá de cómo defina Trump su gobierno». Y agregó: «En un escenario donde el presidente electo sea más sistémico (léase, más previsible), la relación bilateral creo que va a seguir siendo muy buena». También confió en que «la relación de ellos es un activo, no un problema: no creo que Trump conozca a ningún Presidente tanto como a Mauricio».

Que el miércoles por la mañana, a pocas horas de conocido el triunfo de Trump, Macri haya convocado a su equipo a discutir el inesperado escenario demuestra su vital pragmatismo pero, sobre todo, la centralidad que la elección norteamericana tenía para su Gobierno. De todos modos, hay que reconocer que el tsunami que se batió sobre las democracias occidentales no lo agarró sin cartas en el mazo. Además de la diplomacia oficial, que espera concretar cuanto antes una conversación telefónica, un viejo amigo partió hacia la Trump Tower de la Quinta Avenida en New York sin ninguna otra representación que los recuerdos de aventuras pasadas.

Nadie quiso revelar a Infobae el nombre. Incluso se presume que puede ser más de uno. Parece que fue -o fueron- a hacer un reconocimiento del entorno del magnate devenido en Presidente que permita detectar puertas de entrada que faciliten retomar el vínculo suspendido por los avatares electorales. «Más allá de lo que se diga, la verdad es que Macri y Trump siempre tuvieron una buena relación personal, aunque ambos evolucionaron para lados distintos», es el comentario que circula entre quienes conocen al Presidente desde antes de que se lanzara a la carrera política.

Curiosa situación la de Macri. Con la ayuda del equipo que conduce el jefe de Gabinete, Marcos Peña, transformó su personalidad para llegar a la presidencia como un líder zen.

Ahora toman nueva relevancia los viejos amigos porque necesita reencontrarse con el presidente electo del país más poderoso del planeta, que alcanzó ese puesto mostrando el lado más oscuro de los Estados Unidos. Se trata de lo que Carl Jung definió como el arquetipo de «la sombra», lo que se pretende ocultar pero de todos modos existe, ese inconsciente colectivo que representa lo inferior, lo reprimido e incivilizado que avergüenza a las sociedades más cultas y refinadas y que Trump exhibió sin pudor en campaña: odio, racismo, resentimiento, transgresión sexual, avasallamiento.

Se asegura que Jorge Ahumada, el psicoanalista con quien Macri hace terapia hace 25 años, es ultrafreudiano. Lástima. Si fuera jungiano le diría que no temiera a «la sombra» que representa Trump, que no lo demonizara, que no cayera en la tentación de jugar con sus reglas. Finalmente, en un mundo que evoluciona necesariamente hacia la multipolaridad, Estados Unidos es sólo un ego herido que teme ser engullido por la insignificancia.

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