Mauricio Macri asegura que derrotará a Alberto Fernández en el balotaje del 24 de noviembre. Está conjurado detrás de su sueño y se fastidia cuando escucha en la Casa Rosada un disimulado tono derrotista ante la apabullante caída de Juntos por el Cambio en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO).
Sin embargo, Macri no descarta su derrota en primera vuelta y ya cavila acerca de su carrera política. El Presidente se refleja en su amigo Sebastián Piñera, que dejó machucado el gobierno de Chile y cuatro años más tarde regresó al Palacio de Moneda.
Balotaje
Macri hace cuentas sobre los votos que puede «pescar» en primera vuelta y considera que tiene chances de acortar distancias sobre Fernández. Pero ese cálculo se basa en la posibilidad de hacer una campaña electoral «activa» en los principales distritos del país (Buenos Aires, Capital Federal, Mendoza, Santa Fe y Entre Ríos), una instancia que es resistida con diplomacia por algunos referentes locales.
El Presidente tiene muy buena relación con María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, y está frío polar con Alfredo Cornejo. Vidal y Rodríguez Larreta limitarán la exposición de Macri en sus distritos -comparando las PASO- y Cornejo por ahora no lo tiene en cuenta en su estrategia proselitista.
Macri conoce las intenciones de sus amigos personales y aliados coyunturales, y le duele. El Presidente entiende las necesidades de Vidal, Rodríguez Larreta y Cornejo, pero no soporta que exhiban su cojera cuando pretende la reelección con 33 puntos del electorado.
El jefe de gobierno porteño se moverá por los barrios proponiendo obras puntuales -un discurso proselitista microquirúrgico- y casi descartó los actos 360 con Macri cerrando la ceremonia electoral. Rodríguez Larreta teme que una ola del Frente de Todos ahogue su reelección y juega sus cartas con cautela y frialdad.
En su momento, la gobernadora bonaerense fatigó los despachos de Macri y de Marcos Peña planteando, rogando y exigiendo una estrategia electoral que permitiera alcanzar su reelección. Vidal primero propuso desdoblar y después la boleta corta: el Presidente y el jefe de gabinete dijeron que no se desdoblaba, y que era boleta completa. Punto.
Axel Kicillof enterró los sueños de Vidal, y la gobernadora no perdona a Peña y está resentida con Macri. El Presidente asume ese sentimiento y también está molesto. Aún no le avisaron cuándo se suma a la campaña en la provincia de Buenos Aires, y ya sabe que no tendrá la misma secuencia que protagonizó en las PASO.
Rodríguez Larreta quiere suceder a Macri en la conducción de la coalición Cambiemos, Vidal pretende contener la mayor cantidad de votos posibles ante unos comicios que piensa en términos de quimera, y el Presidente jura que logrará la reelección pese a la estrategia que pretenden desplegar sus amigos políticos en Capital Federal y la provincia de Buenos Aires.
En esta coyuntura, a Macri ya no le cuesta explicar qué es la soledad del poder. A veces siente que lo están velando, y que le sonríen sin alma cuando asegura en la intimidad de Balcarce 50 y Olivos que «derrotará a Alberto en el balotaje».
El Presidente entiende que los índices de inflación de agosto y septiembre lo van a castigar -de nuevo- entre los votantes de la clase media, no guarda rencor a Donald Trump porque dejó de tuitear su nombre y ya no espera con vehemencia el desembolso del FMI. Tres hechos coyunturales que desgastan su imagen proselitista.
No obstante, Macri insiste con sus posibilidades electorales y explica a sus ministros que la clave está en el propio discurso de Fernández y sus consecuencias en la estabilidad de los mercados. «Soy optimista, cada vez que habla, nos beneficia», repite como una letanía electoral.
En este sentido, el Presidente argumenta que la clase media regresará cuando entienda que Fernández no garantiza su recuperación económica y que la pelea interna con Cristina Fernández de Kirchner será una profecía autocumplida con enorme capacidad de daño institucional.
Pero en el Gobierno solo un puñado de fieles comparte este optimismo presidencial. La mayoría de los cuadros medios ya está buscando trabajo o enviando aplicaciones a universidades de elite y organismos multilaterales. El Presidente ya sabe de la eventual estampida -una versión millenial de la Puerta 12- y reacciona encogiendo los hombros.
Espejo chileno
El sistema presidencial chileno establece un mandato de cuatro años sin reelección. Piñera dejó su cargo en 2014, y se fue de La Moneda con números bajos y cuestionado por la opinión pública. El amigo personal de Macri se juró regresar al poder y en 2018 sucedió -de nuevo- a Michelle Bachelet.
El Presidente sueña con evitar que Fernández (Alberto) ocupe la Casa Rosada. Sin embargo, y al margen de su optimismo a la enésima potencia, Macri entiende que sus posibilidades son limitadas y piensa todos los días en su futuro político.
Y en esa descripción de su propio futuro político, Macri no se descarta como líder de la oposición frente a Fernández como jefe de Estado. Reconoce que si pierde estará triste, dolorido y de mal humor. Refugiado en Los Abrojos, en su piso de Avenida Libertador o viajando por Italia. Podría ser un duelo de meses, a la espera de volver «a la cancha» cuando olfatee que es el momento indicado.
Macri calcula que Rodríguez Larreta, y hasta Martín Lousteau, se presentarán como sus sucesores en la conducción de la coalición Cambiemos. No se olvida de Vidal, pero aunque no se habla en publico y solo se susurra en privado, no hay un solo funcionario en Balcarce 50 que apueste a favor de la gobernadora bonaerense. Y si no reelige, no hay liderazgo nacional. Por lo menos, durante el 2020.
A Macri le entristece esta situación política, y su argumentación es que se diseñó una estrategia electoral que supuestamente sería beneficiosa para los principales jugadores de Juntos por el Cambio. Vidal pagó ese error, Macri aún da pelea y Rodríguez Larreta se ha blindado para derrotar a Matías Lammens, el candidato del Frente de Todos.
Al margen de su eventual estado de ánimo, o adónde iría las primeras semanas de Alberto en Balcarce 50, Macri no se ve jubilado y ratifica su voluntad de volver a la arena política cada vez que habla con Piñera.
Ese cálculo personal tiene un obstáculo recurrente que puede incinerar su deseo personal. Cada vez que el peronismo regresa al gobierno, se queda con el poder al menos 10 años: sucedió con Carlos Menem; ocurrió con la familia Kirchner.
«Voy a ganar en el balotaje», contesta Macri cuando le recuerdan la secuencia histórica de la democracia argentina.